Pues yo no sé si será por la edad, pero me estoy fumando la cosecha colectada y no me afecta la hierba como lo hacía hace años, que me dejaba KO. Hace años sería impensable ponerme a escribir delante del teclado como estoy haciendo ahora mismo, y es, seguramente, por la actitud con que se fuma. Yo no fumo para ver nada raro ni para oír nada extraño, pero noto aumento de sensibilidad cuando fumo, soy más receptivo, aunque me cuesta más leer, concentrarme y memorizar.
Pero la cuestión es que la marihuana (me acabo de echar otra pipa de cogollo puro, sin tabaco ni hoja) ya fue descrita acertadamente -en mi opinión- por Charles Baudelaire, al referirse a EL HACHIS, en su libro "Los Paraísos Artificiales". En el capítulo Cuarto, define al hachís como una sustancia compuesta de cáñamo decocido, mantequilla y opio, de color verdoso y olor nauseabundo que, en una porción similar al tamaño de una nuez, había que consumir de un solo trago, en ayunas, a primera hora del día, debiendo de permanecer en ayunas el resto de la jornada y hasta la noche, si se quería disfrutar plenamente de sus efectos psicodélicos.
Define al hachís como una sustancia que "produce en el ser humano una exasperación de su personalidad y, al mismo tiempo, un sentimiento muy vivo de las circunstancias y del medio ambiente, por lo que conviene no someterse a su acción sino en un medio y circunstancias favorables".
De tal modo que, si uno tiene problemas, el tomar marihuana exaspera esos problemas, haciéndolos ver mayores de lo que son.
Claro que, tal vez la experiencia en el consumo de marihuana, la edad que ya tiene uno mismo y la cantidad de años pasados desde que se comenzó a consumirla, pueden tener también mucho que ver. Y es que, en todos los órdenes de la vida, retomar una actividad que se tuvo hace muchos años, no sólo rejuvenece, sino que se recupera el uso y la destreza con cierta facilidad. Cuando se es muy joven y se fuma por vez primera, la expectativa defrauda la realidad, pero reconocemos habernos divertido..., pese a haber terminado dormidos o muermos en algún local nocturno. Más tarde, dejada atrás la adolescencia, fumamos por placer, pero la expectiva suele frustrar la realidad, y culpamos al alcohol de no haber conseguido hacer realidad el propósito perseguido.
Finalmente, llegado al convencimiento de que ahora o nunca, uno pretende descubrir la verdad de golpe y fuma persiguiendo ese propósito, alcanzar la verdad absoluta y descubrir a Dios.
Hay un velo a descorrer, esa cortina de candor que impide a los niños ver la muerte o la enfermedad, la maldad o la avaricia, y cuál es la cruda realidad de la vida.
Es que fumar a ciertas edades puede dar "chungo", si se empieza a pensar en cosas macabras, pero es que están ahí y forman parte de la vida.
Mira, yo tengo cincuenta años y me he visto fumado con dieciséis, con veinte, con veinticinco, con treinta y hasta con los treinta y cinco. No tiene nada que ver mi estado interior de fumado ahora con el chaval de dieciséis que fui, y la clave es que ahora no "fumo para", sino que fumo, sin más, no para nada. Por supuesto que me hace efecto, pero es un efecto tranquilo, porque controlo ahora mi pensamiento, cosa que antes no podía hacer, la droga lo envolvía.
La naturaleza y el Creador son sabios, nos dan el problema, pero también la solución. Recuerdo la crisis que tuve a los 25 años, que me pilló en pleno fumeteo, me dio por comerme el coco, verme como un irresponsable, un pecador, vamos, de lo peor. La solucioné como mejor supe: dejar de fumar y de salir, ponerme a estudiar algo y terminar de una puta vez la carrera. Terminé la carrera y, a los dos años, volví a fumar, esporádicamente, hasta que me dio una blanca, fumando hachís, más tabaco, más cubata, y el roble que fui se tuvo que sentar en el suelo, ante la incredulidad de quien me había invitado al porro.
Dejé de fumar hace quince años, hasta ahora, que fumo de lo mío.
Digo que el Creador es sabio porque nos da la enfermedad, pero también el remedio, pues no otra cosa es que, cuando el velo de candor del adolescente se desvanece, comienza una segunda parte en la vida de autocontrol, incluido el pensamiento. Pero esto no sucede de golpe, sino a través de un lento y desapercibido proceso, que se extiende desde los quince hasta los treinta años, más o menos.
En mi caso es muy distinto, pues mi niñez terminó bruscamente a los catorce años y mi adolescencia terminó en el ejército, por lo que me pasé prácticamente recluido y disciplinado todos los años comprendidos entre los quince y los dieciocho, en que dejaba el ejército un hombre muy distinto al joven que allí entró, pues me tocó una durísima escuela militar cual fue el Buque Escuela Galatea, en que pasé un año, en La Graña, junto a El Ferrol. Pero, pese a todo, a los veinticinco años el rollo del porro era la muerte de mi padre, lo mal que me estaba portando con ellos, el no encontrar una chica para mí, lo mal que empezaban a irme los estudios, el no tener trabajo alguno, el ver envejecer a los padres, el mal rollo de las hermanas, etc, etc, etc.
El hachís te sienta, según estés, como decía Baudelaire, se amplifica lo que sientes, se exacerba lo que piensas..., sin no controlas el pensamiento.
Una vez pasado el rubicón, que consiste en dejar atrás el velo de la niñez, aparece el hombre, que tiene que ver las cosas como son y no como deberían ser, incluida la enfermedad, la vejez y la muerte. Son tres magníficos motivos para pensar todo el tiempo en ello, porque es lo que nos espera..., a todos, sin excepción. Claro, a mí me pilló de sorpresa con veinticinco años, para rato pensaba que me iban a empezar a dar esos malos rollos, pero fue así y me acojoné mucho.
Ahora fumo y me controlo, y sé de qué va la marihuana, que es muy suya, muy acaparadora. Es francamente agradable el efecto placentero que produce en el cuerpo, como de ir volando, todo transcurre con placidez y más lentamente de lo normal. No tengo prisa por nada, no existe el tiempo, voy a mi ritmo, mirando lo que escribo, porque se me olvida de qué estábamos hablando.
Es mi experiencia y te lo aseguro: cada edad tiene su rollo propio en la cabeza de cada uno cuando se fuma marihuana, dejando aparte la realización de cosas concretas, que es cuestión distinta.
Si con una edad avanzada las personas no supiesen controlar su pensamiento, enloquecerían pensando todo el tiempo en la muerte o en la vejez, pero el pensamiento sólo vuela libre en los niños, ajenos a la vejez y a la muerte, porque eso sólo les pasa a los viejos y a los mayores.
Y esta es otra crisis, la de la edad. Cuando yo tuve la crisis de los veinticinco, era la edad lo que me agobiaba, porque era como si se me estuviera escapando el tiempo, tal vez comenzaba a notar que el tiempo discurría mucho más rápido de lo que yo pensaba, y que había mucha tarea por hacer y poco tiempo para ello. Es que cuesta aprender, sobre todo darse cuenta de que algo visto y vivido siempre no es como uno pensaba, sino mucho más ligero, más difícil de retener.
¿Quién no ha tenido esa sensación, en algún momento de su vida de estudiante, de que cada vez nos exigían más, de que los deberes para hacer en casa eran cada vez más difíciles y más largos, de que nos llevaban más tiempo?
Pues era un aprendizaje para la vida, porque es como la vida misma.
Cuando somos niños, nuestros padres son gigantes, luego padres, luego enemigos, luego amigos, luego abuelos, luego un recuerdo.
Cuando la adolescencia, luchamos contra el enemigo, que son los padres, teniendo muy claro que está a nuestro favor el tiempo, pero los deberes que nos ponen a esas edades no nos dejan tanto tiempo libre como para estar todo el tiempo riñendo con los padres.
Con la marihuana pasa lo mismo, si te dejas te puede estar todo el tiempo montando la bronca, por lo que hay que ponerle deberes, porque el tiempo pasa muy lento para ella.
Se aprende de la vida, sobre todo del propio daño, aunque también del daño ajeno, y no se puede o no se debe fumar marihuana si: o no se han resuelto los problemas o no se han olvidado, o: si no se es capaz de controlar el pensamiento, cosa que se logra con la edad, al menos en mi experiencia personal.
Yo he pasado muy malos rollos con la marihuana, muchas paranoias, incluso de amenazas de muerte, que muchas veces no son sólo fruto del propio miedo, sino también provocado por el ambiente en que se fuma o se consigue el costo. Digo esto, porque yo en Madrid pasé mucho miedo, en un barucho de la parte vieja, a donde acudí con traje, corbata, maletín, acompañado de un tipo de Cádiz, que coincidió conmigo en un bar de la calle Postas, junto a la Plaza Mayor, y que se dejaba media docena de gambas a la plancha porque ya no podía más. Uno, a las tres de la tarde, con el palizón del viaje desde Pamplona (en coche), por la carretera de Soria, en el mes de marzo, con diez cañas encima y unas cuantas gambas medio digeridas, no pudo evitar preguntarle al nuevo amigo, con el que cayeron dos cañas más: -¿Sabes dónde puedo comprar hachís, es que vengo de Pamplona, sabes?- Y me dice el tipo, muy simpático: -"Mira, pisha, yo creo que el wili"-. Así que nos fuimos metiendo por unas callejuelas estrechas, a las tres y media de la tarde, sorteando personas jóvenes tiradas en el suelo, con la mano extendida, suplicando una limosna, arruinados por su adicción a la heroína, hasta que llegamos a un callejón, en que había un par de grupos mixtos de gente de alrededor de veinte años. Tras ellos se veía una puerta de madera estrecha, de color verde, de un local que podría ser un bar, sin luz alguna, y del que salía una música estridente, irreconocible.
Seguí al gaditano, que abría el camino, en su entrada al bar, estrecho, de menos de un metro entre la pared y el mostrador, que estaba situado, entrando a la parte derecha, corrido y largo hasta el final, de unos cinco metros de fondo. El colega preguntó al camarero, de rasgos hoscos, por el tal wili, y dijo que no había bajado aún, que estaría sobando, por lo que nos quedamos a esperar.
Pedimos un par de cervezas, de las de botellín en barra, sin papel ni nada, de esas que se les pasa por la boca la palma de la mano para quitar el orín de la chapa, mientras esperábamos al personaje.
Al cabo de unos diez minutos, apareció un tipo, de unos veintinco años, pelo largo, con pinta de camello y nos preguntó si estábamos esperando al wili, y le dijimos que sí. Me miró y me dijo que, si quería algo, que él lo tenía muy bueno, tan bueno o mejor que el wili, y a mejor precio, pero el gaditano le dijo que no, que el sólo trataba con el wili. El camello se puso al lado y se pidió una cerveza.
Nada más pedir la segunda cerveza para nosotros, apareció Wili, un tío de un metro setenta y dos, moreno, pelo largo, ojos oscuros, vestido con un peto de mecánico azul claro, sin camiseta alguna debajo, y de unos veintisiete años, quien entró preguntando: -¿Alguien me está buscando?-
Se ve que pretendía acojonar, al parecer su vida se parecía bastante a la del ciervo dominante en cada berrea, luchando todo el tiempo contra el enemigo: la policía, los demás camellos, los compradores, los vendedores...
El gaditano le dijo que yo, que venía desde Pamplona, quería comprar hachís, y Willi me miró como diciendo: -"¿Y tienes la cara de presentarte así, a comprar hachís, en mi territorio?, ya te voy a enseñar yo de qué va esto"-, y sacó una china enorme de costo marroncito oscuro, como el doble cero o el afgano negro, parecido, y deshizo un cigarrillo winston. Le metió al tabaco un pedazo de china de mil pares de cojones, hizo el porro en diez segundos, le pegó el lametón para pegarlo y me lo pasó, diciendo: -¡Toma!-. Cogí el porro, con toda la desconfianza del mundo, y dejé que Willi me diera fuego, aspirando dos profundas caladas, seguras, como de quien se sabe fuerte y seguro.
Como el instinto de supervivencia siempre prevé lo peor, el efecto del porro fue paranoico, casi de inmediato. Recordé de repente cómo iba vestido, de modo insultante para el lugar y la gente que me rodeaba, que Willi venía con malas intenciones y, sin embargo, no debería darle pretexto alguno, por lo que debería comprarle..., e irme rápidamente, casi mientras cuenta el dinero. Inmediatamente le dije a Willi que a cuánto, le compré cinco mil pesetas, mientras se acercaba a nosotros, ni me di cuenta de ello, el camello que había intentando vendernos antes de la llegada de Willi. Le dio una palmada a Willi en la espalda y le dijo, -¿qué como dicas al julai?-, mal, le dijo Willi, -¿mal?-, dijo el otro, -pues ya te digo yo que anda guapo por dentro-, añadió.
A mí me ocurrió que fue una de esas veces en que estás fumado y no sabes si lo has oído realmente o estás alucinando, pero lo cierto es que me pareció oirlo claramente, mientras yo pensaba en el modo de salir de allí lo más rápidamente posible.
No pude más, levanté la cabeza, saqué pecho y espaldas, y dije: "Me estoy poniendo malo", mientras iniciaba frontalmente una salida hacia la puerta, teniendo detrás de mí al gaditano y delante, como obstáculo entre mi persona y la puerta de salida, a los dos camellos. Willi estaba sentado en un taburete alto de madera, que estaba apostado hacia la mitad del pasillo, por lo que apenas quedaban treinta centímetros para poder pasar junto a la pared, detrás de él, apoyado en la barra, estaba el otro camello. Con la excusa de que estaba poniéndome malo, aferré con fuerza el maletín que llevaba, con la mano derecha, mientras el brazo izquierdo lo bajaba ligeramente para prevenirme de un navajazo por ese lado, pero el efecto fue más sorprendente de lo que yo pensaba. Aplasté a Willi contra el mostrador del bar y al otro camello lo llevé un par de metros conmigo, casi hasta la puerta, porque había tenido una milésima de segundo más para verme venir. Yo ya tenía lo que quería y sólo pretendía salir vivo de allí, o sin ser desplumado, pues llevaba dinero encima. Salí a paso ligero hasta la calle, mientras se oía al gaditano decir, -¿A donde vas, espérame?- Cuando llegué a la esquina, eché a correr hasta la calle Preciados, esperando a que el gaditano me alcanzase. A ese acompañante lo despedí sobre las seis de la tarde, porque me volvía a casa, nunca sabré si tuvo algo que ver en lo que me pareció oir, ni siquiera si todo fue fruto de mi imaginación, nunca lo sabré.
Si es que la solución la tenemos en nuestras manos: cuando me dio malos rollos fumar, lo dejé, y ya está. No tiene sentido fumar y no sentir placer por ello, como relato yo de mi propia experiencia, si no te satisface, es de tontos seguir fumando, puedes volver luego, como he vuelto yo, pero los efectos son ahora muy diferentes, porque se controla mejor el pensamiento, como me he hartado de repetir.
Nada más, que los Reyes Magos sean dadivosos con nosotros.