Peyote

24 Diciembre 2013
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Pampa húmeda, Argentina
Hola,

Estuve viendo en este foro los pocos conocimientos sobre plantas exóticas, y abro este tema con el fin de informar a los usuarios y también de alguna manera incentivar el interés por este mágico cactus. Les pido a los leyentes, que si inician la lectura de este post lo hagan hasta el final, de alguna manera transmitirles un poco del conocimiento que tengo de esta medicina espiritual, con recopilación de distintas fuentes que fui investigando.
No es mi objetivo que conozcan este cactus para su consumo recreativo o masivo. A Mescalito (peyote)hay que respetarlo, se lo respeta mas que a cualquier otra planta. Mescalito es como un dios para los nativos norteamericanos, el les da conocimiento. Y no me gustaría que esto se siga viendo afectado por las visiones de las sociedades modernas.
El tema se basa en las características principales del peyote, efectos, legalidad, etc. con diferentes citas de autores que tuvieron esta experiencia y la cuentan. La última parte, la conforma la primera experiencia que tuvo Carlos Castaneda con Mescalito, vendría a ser una cita de "Las enseñanzas de Don Juan", muy interesante para que lo lean.

Muchas gracias, y espero disfruten del hilo.

PEYOTE

Lophophora williamsii, o más conocido como peyote, es un cactus de la familia Cactaceae, originario de las regiones desérticas de Mexico, de estados como San Luis Potosí o Chihuahua. Éste es conocido por sus sustancias psicoactivas, entre ellas la mescalina que es la principal para que sus efectos psicodélicos se lleven a cabo. Por muchos años se utilizo para fines médicos a forma de ritual terapéutico por las civilizaciones indígenas de la región.

Características:
El cactus tiene un tamaño de 2 a 12 centímetros de diámetro por unos 5cm. de altura aproximadamente, esférico como una pelota de golf, dividido de 5 a 13 gajos, con un color azul grisáceo a la que se lo denimina corona. La corona es la que se corta para su consumo. La raíz, se deja para la posibilidad de nuevos brotes. Las flores, de un color rosa pálido, salen de marzo a mayo pero tardan un periodo de 30 años en llegar a la floración. Carentes de espinas, pero con un pequeño pelaje que los recubre, similar a un durazno.

Hábitat:
Crecen en los desiertos de México, en estados como San Luis Potosí o Chihuahua. Les gusta los climas cálidos y áridos, generalmente debajo de arbustos espinosos donde pueden protegerse de depredadores y heladas. También las alturas de hasta 2.000 metros les sientan bien a estos cactus.

Historia:
Desde mucho antes de la colonizacion europea, el peyote era utilizado por los nativos norteamericanos tales como los mexicas, los huicholes y los navajos como ritual espiritual y medicinal, aunque está claro que los chichimecas fueron los primeros en descubrir y experimentar los efectos del mismo. Lamentablemente, no se encuentra ningún escrito hecho por los nativos. Aunque sí de muchos investigadores, ya desde el 1500, entre ellos Carlos Castaneda el escritor y antropólogo.
En el siglo XVII, el peyote se expande hacia el norte, para su utilización con fines ya sean medicinales, recreativos y para combatir el alcohol y otras drogas.

Origen del nombre:
Tiene muchos mitos de su origen como nombre, peyote en azteca puede significar "disturbio" o "estimulación". También refieren que puede venir del nahuált peyotl como "sedoso" o "capullo". Sin embargo, en México se lo denomina flor de mezcal. Posiblemente de ahí viene el nombre de su sustancia psicoactiva principal, la mescalina.

Usos del peyote:
Tiene uso terapéutico como psicoterapia psicodélica mayormente de los nativos norteamericanos, como método de conocimiento y autoconocimiento. Tiene un uso recreativo como fuente de inspiración, llegando a estados alterados de conciencia y "abrir" las puertas de la percepción(vean Aldous Huxley).
Tiene dos formas de consumo conocidas. Se utiliza la corona para esto sin utilizar la raíz, a forma de infusión (ésta es la menos alucinógena)o simplemente se ingiere crudo.
Sus efectos a veces desagradables, restringen el consumo de este cactus. Por eso les aconsejo, antes de vivir esta experiencia, tener mucho cuidado. A las plantas hay que tenerles respeto, incluso a la marihuana.

Cultivo:
Los especímenes cultivados crecen a mayor velocidad; normalmente tardan entre 6 y 10 años en alcanzar la madurez a partir de plántulas de semillero, 30 años para su floración. Debido a este lento crecimiento y a la sobre-recolección a que está sujeto, se le considera en peligro de extinción.

Legalidad:
En los Estados Unidos, donde existen leyes federales, el uso del peyote por parte de los miembros de la Native American Church (“Iglesia nativa americana”) es legal y no está limitado.

En México, el gobierno mexicano otorga un permiso a los nativos huicholes, con el fin de moderar su consumo. Además tiene firmados convenios internacionales en los que tiene el compromiso de respetar las tradiciones y costumbres de las comunidades indígenas.
La Ley Estatal Para el Desarrollo de Comunidades y Pueblos Indígenas reconoce a éste como "planta sagrada", por lo que no se prohíbe transportarlo, utilizarlo y cultivarlo dentro de sus actividades.

En Canadá, la mescalina se encuentra listada como sustancia controlada bajo el estatuto federal de sustancias y drogas controladas (Controlled Drugs and Substances Act); sin embargo, el peyote está específicamente exento.

Internacional
El artículo 32 de la Convención Sobre Sustancias Psicotrópicas, permite eximir de la prohibición ciertos usos tradicionales; sin embargo, esta exención solo aplicaría si la planta fuera añadida a la lista de dicha Convención, ya que actualmente solo aplica a los compuestos químicos. El peyote y otras plantas psicodélicas no están listadas ni reguladas por la Convención.

Escritos sobre el peyote:

Ludwig Lewin, el primer farmacólogo que estudió los alcaloides del peyote aseguró tras varias ingestiones que:

"No hay en el mundo una planta que provoque en el cerebro modificaciones funcionales tan prodigiosas. Aunque las procure solamente bajo la forma de fantasmas sensoriales, o por la concentración de la más pura vida interior, esto acontece bajo formas tan particulares, tan insospechadas, que quien es su objeto se siente transportado a un mundo nuevo de sensibilidad e inteligencia. Comprendemos que el viejo indio de México haya visto en esta planta la encarnación vegetal de una divinidad."

Para Schultes y Hoffman, según establecen en "Plantas de los Dioses", el más espectacular de los múltiples efectos del peyote es:

"el juego caleidoscópico de visiones coloridas de indescriptible belleza […] se perciben destellos y centelleos de colores, cuya intensidad y pureza desafían cualquier descripción. Frecuentemente las visiones llevan una secuencia que va de figuras geométricas a objetos extraños y grotescos, cuyas características varían de un individuo a otro."

Si les interesa saber más detalladamente sobre los efectos del peyote, leer "Secrets of the Mind altering plants of Mexico" de Richar Heffern, donde cuenta experiencias muy detalladas con el peyote.

Antonio Escohotado advierte que el mal viaje no está descartado. Asegura que la personalidad autoritaria, la paranoica, la marcadamente depresiva u obsesiva, la pusilánime y la muy ambivalente tienden a asimilar mal todos o algunos momentos de la excursión psíquica.
A nivel físico, tras la ingestión aumenta el ritmo cardíaco y respiratorio, las pupilas se dilatan y ocasionalmente se experimentan náuseas y vómitos debido al sabor amargo del cacto(como le sucede a Castaneda en "Las enseñanzas de Don Juan"). Puede presentarse también un dolor de cabeza pasajero. No hay reportes sobre daños ocasionados por el consumo prolongado de peyote. Es muy difícil que genere dependencia ya que su consumo no puede convertirse en un hábito.

Y a la hora que llegué hasta este momento del post y lo estoy disfrutando mucho, llegó la parte que más me gusta. Quiero decirles que les recomiendo este hermoso libro, es una buena forma de ver y apreciar otra forma de conocimiento, que es la de los nativos norteamericanos, ahí va.

"Las enseñanzas de Don Juan" de Carlos Castaneda.


En el verano de 1960, Carlos Castaneda, un estudiante de antropología de la Universidad de los Ángeles California, aprovecha sus vacaciones en México para visitar el norte del país. Casteneda encuentra un chamán llamado Don Juan y a lo largo de aproximádamente diez años de experiencias comunes, escribe sus cuatro primeros libros que tienen un éxito comercial sin precedentes y provocan importantes polémicas culturales: The teachings of Don Juan (Las enseñanzas de Don Juan), 1968; A separate reality (Una realidad aparte), 1971; Journey to Ixtlan (Viaje a ixtlán), 1972; y Tales of power (Relatos de poder), 1974. La primera versión en español de los mismos la realiza el Fondo de Cultura Económica en México entre 1975 y 1976 e incluye un prólogo de Octavio Paz.
En el primer tomo, el joven antropólogo sale en busca de un informante y va a dar con un brujo. Juan Matus, que le propone iniciarse en el universo de la brujería, es decir, hacerse su discípulo. El antropólogo acepta sin renunciar a sus objetivos científicos. En este primer libro, al tiempo en que relata experiencias verdaderamente fantásticas, intenta analizarlas sistemáticamente desde su posición de observador exterior amurallado en la antropología. El libro causa un fuerte impacto, tanto en el campo de la antropología como en el de la psicología experimental.
El aprendiz de brujo o "guerrero", según la terminología que usa Castaneda, debe "aprender a ver", es decir, a ver otra realidad desbordando la limitada capacidad de la percepción cotidiana.
Para este fin entran en juego la serie de enteógenos por cuya experiencia debe pasar el guerrero iniciado: Concretamente, el peyote (Lophophora williamsi) a cuyo espíritu se alude como "Mescalito"; la "yerba del diablo" o toloache (Datura inoxia); y el hongo llamado "Humito" (Psilocibe mexicana o alguna otra variedad de hongos psicoactivos).

Primera experiencia con Mescalito.

Mis manos se hallaban húmedas y mi estómago se contraía. El frasco con los botones de peyote estaba en el piso junto a la silla. Me agaché, tomé al azar un botón y lo puse en mi boca. Tenía un sabor rancio. Lo partí en dos con los dientes y empecé a mascar uno de los trozos. Sentí un amargor fuerte, acerbo; en un momento toda mi boca quedó adormecida. El amargor crecía conforme yo mascaba, provocando un increíble fluir de saliva. Sentía las encías y el interior de la boca como si hubiera comido carne o pescado salados y secos, que parecen forzar a masticar más. Tras un rato masqué el otro pedazo; mi boca estaba tan entumecida que ya no pude sentir el amargor. El botón de peyote era un haz de hebras, como la parte fibrosa de una naranja o como caña de azúcar, y yo no sabía si tragarlo o escupirlo. En ese momento, el dueño de la casa se puso en pie e invitó a todos a salir al zaguán.
Salimos y nos sentamos en la oscuridad. Afuera se estaba bastante cómodo, y el anfitrión sacó una botella de tequila.
Los hombres se hallaban sentados en fila con la espalda contra la pared. Yo ocupaba el extremo derecho de la línea. Don Juan, instalado junto a mí, puso entre mis piernas el frasco con los botones de peyote. Luego me pasó la botella, que circulaba a lo largo de la línea, y me dijo que tomara algo de tequila para quitarme el sabor amargo.
Escupí las hebras del primer botón y tomé un sorbo. Me dijo que no lo tragara, que sólo me enjuagara la boca para detener la saliva. No sirvió de gran cosa para la saliva, pero sí ayudó a disipar un poco el sabor amargo.
Don Juan me dio un trozo de albaricoque seco, o quizá era un higo seco, no podía verlo en la oscuridad, ni percibir el sabor, y me dijo que lo mascara detenida y lentamente, sin prisas. Tuve dificultad para tragarlo; parecía que no quisiera bajar.
Tras una pausa corta la botella dio otra vuelta. Don Juan me entregó un pedazo de carne seca, quebradiza. Le dije que no tenía ganas de comer.
"Esto no es comer" dijo con firmeza.
El ciclo se repitió seis veces. Recuerdo que había mascado seis botones de peyote cuando la conversación se puso muy animada; aunque yo no lograba distinguir qué idioma se estaba hablando, el tema de la conversación, en la que todo mundo participaba, era muy interesante, y procuré escuchar con cuidado para poder intervenir. Pero al hacer el intento de hablar me di cuenta de que no podía; las palabras se desplazaban sin objeto en mi mente.
Reclinando la espalda contra la pared, escuché lo que decían los hombres. Hablaban en italiano y repetían continuamente una frase sobre la estupidez de los tiburones. El tema me pareció lógico y coherente. Yo había dicho antes a don Juan que los primeros españoles llamaron al río Colorado, en Arizona, "el río de los tizones", y alguien escribió o leyó mal "tizones" y el río se llamó "de los tiburones". Me hallaba seguro de que discutían esa anécdota, pero nunca se me ocurrió pensar que ninguno de ellos sabía italiano.
Tenía un deseo muy fuerte de vomitar, pero no recuerdo el acto en sí. Pregunté si alguien me traería un vaso de agua. Experimenté una sed insoportable.
Don Juan trajo una cacerola grande. La puso en el suelo junto a la pared. También trajo una taza o lata pequeña. La llenó en la cacerola y me la dio, y dijo que yo no podía beber: sólo debía refrescarme la boca.
El agua parecía extrañamente brillante, reluciente, como barniz espeso, Quise preguntarle de ello a Don Juan y laboriosamente traté de formular mis pensamientos en inglés, pero entonces tomé conciencia de que él no sabía inglés. Experimenté un momento muy confuso y advertí el hecho de que, aun habiendo en mi mente un pensamiento muy claro, no podía hablar. Quería comentar la extraña apariencia del agua, pero lo que sobrevino no fue habla; fue sentir que mis pensamientos no dichos salían de mi boca en una especie de forma líquida. Era la sensación de vomitar sin esfuerzo, sin contracciones del diafragma. Era un fluir agradable de palabras líquidas.
Bebí. Y la impresión de que estaba vomitando desapareció. Para entonces todos los ruidos se habían desvanecido y hallé que me costaba trabajo enfocar las cosas. Busqué a Don Juan y al volver la cabeza noté que mi campo de visión se había reducido a una zona circular frente a mis ojos. Esta sensación no me atemorizaba ni me inquietaba; al contrario, era una novedad: me era posible barrer literalmente el terreno enfocando un sitio y luego moviendo despacio la cabeza en cualquier dirección. Al salir al zaguán había advertido que todo estaba oscuro, excepto el brillo distante de las luces de la ciudad. Pero dentro del área circular de mi visión todo era claro. Olvidé mi interés en Don Juan y los otros hombres, y me entregué por entero a explorar el terreno con un enfoque absolutamente preciso.
Vi la juntura de la pared y el piso del zaguán. Lentamente volví la cabeza a la derecha, siguiendo el muro, y vi a Don Juan sentado contra él. Moví la cabeza a la izquierda para enfocar el agua. Hallé el fondo de la cacerola; alcé ligeramente la cabeza y vi acercarse un perro negro de tamaño mediano. Lo vi venir hacia el agua. El perro empezó a beber. Alcé la mano para apartarlo de mi agua; enfoqué en él mi visión concentrada para llevar a cabo el movimiento de empujarlo, y de pronto lo vi transparentarse. El agua era un líquido reluciente, viscoso. La vi bajar por la garganta del perro al interior de su cuerpo. La vi correr pareja a todo lo largo del animal y luego brotar por cada uno de los pelos. Vi el fluido iridiscente viajar a lo largo de cada pelo individual y proyectarse más allá de la pelambre para formar una melena larga, blanca, sedosa.
En ese momento tuve la sensación de unas convulsiones intensas, y en cosa de instantes un túnel. se formó a mi alrededor, muy bajo y estrecho, duro y extrañamente frío. Parecía al tacto una pared de papel aluminio sólido. Me encontré sentado en el piso del túnel. Traté de levantarme, pero me golpeé la cabeza en el techo de metal, y el túnel se comprimió hasta empezar a sofocarme. Recuerdo haber tenido que reptar hacia una especie de punto redondo donde terminaba el túnel; cuando por fin llegué, si es que llegué, me había olvidado por completo del perro, de Don Juan y de mí mismo. Me hallaba exhausto. Mis ropas estaban empapadas en un líquido frío, pegajoso. Rodé en una y en otra dirección tratando de encontrar una postura en la cual descansar, una postura en que mi corazón no golpeara tan fuerte. En una de esas vueltas vi de nuevo al perro.
Los recuerdos regresaron en el acto, y de improviso todo estuvo claro en mi mente. Me volví en busca de Don Juan, pero no pude distinguir nada ni a nadie. Todo cuanto podía ver era al perro, que se volvía iridiscente; una luz intensa irradiaba de su cuerpo. Vi otra vez el flujo del agua atravesarlo, encenderlo como una hoguera. Me llegué al agua, hundí el rostro en la cacerola y bebí con él. Tenía yo las manos en el suelo frente a mí, y al beber veía el fluido correr por mis venas produciendo matices de rojo y amarillo y verde. Bebí más y más. Bebí hasta hallarme todo en llamas; resplandecía de pies a cabeza. Bebí hasta que el fluido salió de mi cuerpo a través de cada poro y se proyectó al exterior en fibras como de seda, y también yo adquirí una melena larga, lustrosa, iridiscente. Miré al perro y su melena era como la mía. Una felicidad suprema llenó mi cuerpo, y corrimos juntos hacia una especie de tibieza amarilla procedente de algún lugar indefinido. Y allí jugamos. Jugamos y forcejeamos hasta que yo supe sus deseos y él supo los míos. Nos turnábamos para manipularnos mutuamente, al estilo de una función de marionetas. Torciendo los dedos de los pies, yo podía hacerle mover las patas, y cada vez que él cabeceaba yo sentía un impulso irresistible de saltar. Pero su mayor travesura consistía en agitar las orejas de un lado a otro para que yo, sentado, me rascara la cabeza con el pie. Aquella acción me parecía total e insoportablemente cómica. ¡Qué toque de ironía y de gracia, qué maestría!, pensaba yo. Me poseía una euforia indescriptible. Reí hasta que casi me fue imposible respirar.
Tuve la clara sensación de no poder abrir los ojos; me encontraba mirando a través de un tanque de agua. Fue un estado largo y muy doloroso, lleno de la angustia de no poder despertar y de a la vez, estar despierto. Luego; lentamente, el inundo se aclaró y entró en foco. Mi campo de visión se hizo de nuevo muy redondo y amplio, y con ello sobrevino un acto consciente ordinario, que fue volver la vista en busca de aquel ser maravilloso. En este punto empezó la transición más difícil. La salida de mi estado normal había sucedido casi sin que yo me diera cuenta: estaba consciente, mis pensamientos y sentimientos eran un corolario de esa conciencia, y el paso fue suave y claro. Pero este segundo cambio, el despertar a la conciencia seria, sobria, fue genuinamente violento. ¡Había olvidado que era un hombre! La tristeza de tal situación irreconciliable fue tan intensa que lloré.

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