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La “guerra contra el hachís” del Líbano es la guerra contra los pobres

2 December, 2014, 9:38 AM
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El cultivo de hachís es habitual en aquellas zonas, como la región de Bekaa, que combinan una altitud elevada y una abundante exposición solar. Este rasgo característico del Líbano, que podría revitalizar sus zonas rurales, se ha visto debilitado por las políticas agrícolas impuestas desde el exterior. Los riesgos sanitarios asociados al consumo del cannabis son mínimos comparados con los producidos por el consumo de tabaco y alcohol y con los resultados de la guerra contra el cultivo de cannabis, que solo afecta a los segmentos más pobres de la sociedad.

Hace algunos años, diversas organizaciones libanesas, entre las que se encontraban algunos movimientos de izquierdas, lanzaron una campaña mediática para advertir de los peligros del cannabis y del aumento del consumo en los jóvenes. Aunque sus intenciones eran nobles, la campaña difundía diversos errores. El primero estaba relacionado con las afirmaciones médicas que la acompañaban, similares a la propaganda difundida en Estados Unidos en la década de los cuarenta para desanimar a los consumidores de marihuana: se decía que esta droga podía volver locos a quienes la consumían, que la gente se tiraba por las ventanas bajo sus efectos, y que llevaba a la delincuencia y al crimen. El principal problema se relacionaba con la mentalidad “beirutí”, que llevó a movimientos izquierdistas que afirman hacer suyas las quejas de los pobres y los marginados a combatir y criminalizar al hachís en lugar de demandar su legalización y acabar con la prohibición de su cultivo.

El asunto está muy claro. Los activistas urbanos sienten indiferencia –e incluso menosprecio- por la suerte de cientos de miles de campesinos de su país. Dan su apoyo a políticas y leyes que han servido para empobrecer a buena parte del Líbano rural, bien porque están centrados en temas “más importantes” (como el rechazo a la ampliación parlamentaria y la “rebelión contra el sistema sectario”), o bien por ser portadores de un punto de vista burgués que pretende preservar la normalidad y la moralidad. La adopción o defensa de ese punto de vista sería inocua si no se produjera a expensas de los segmentos más vulnerables y desfavorecidos de la sociedad.

Hasta la fecha no se han realizado estudios adecuados sobre las repercusiones sociales o el deterioro económico que ha causado en Hermel y el Valle de la Bekaa la prohibición del cultivo de cannabis en los noventa. Tampoco hay estudios sobre la prosperidad de la región y el desarrollo local que se produjeron mientras se permitió su cultivo, cuando el resto del país experimentaba, paradójicamente, las peores etapas de la guerra civil. Por todo ello, el gobierno abandonó a los agricultores siguiendo las presiones internacionales.

De la historia del cannabis

En su libro sobre la historia del cannabis, Martin Booth (que también publicó otro conocido volumen sobre el opio) afirma que esta planta es uno de los cultivos más antiguos que desarrollaron las poblaciones humanas. Hace referencia a una de las tres principales especies de cannabis de la actualidad, el “cannabis sativa”, cuyo nombre latino significa “cáñamo cultivado”, porque ha llegado hasta nosotros en su versión híbrida. Eso significa que los neandertales lo cultivaron y lo hibridaron durante miles de años, hasta que la semilla “silvestre” original se dio por perdida. La especie actual es una variedad mejorada por la agricultura.

El cultivo del cannabis se extendió no solo por sus efectos narcóticos. Las excavaciones arqueológicas nos han mostrado que su consumo formaba también parte de rituales religiosos, y que la planta estaba considerada como un recurso económico utilizado para la confección de ropa, paños de uso doméstico, cuerdas y aceites. Una teoría de la conspiración popularizada por los defensores de la marihuana en Estados Unidos sostiene que la prohibición de su cultivo está relacionada con los círculos influyentes de la industria maderera, que querían eliminar al cannabis como competidor en la industria de fabricación del papel.

También encontramos múltiples referencias al hachís y al cannabis en la historia árabe y musulmana, lo que demuestra su difusión y su uso recreativo en nuestros países a lo largo del tiempo. El cronista Abdel Rahman al-Jabarti narró su encuentro con un predicador en El Cairo que afirmaba “estar bajo los efectos del hachís” para justificar su falta de concentración durante el sermón. Ibn Taymiyyah, “Sheik al-Islam” (máxima autoridad en asuntos religiosos), debate el tema del hachís en sus fatuas para terminar prohibiendo la mayor parte de sus usos. En base a sus argumentos de jurisprudencia, podemos deducir que en aquel tiempo las personas solían consumir el hachís disolviéndolo en el té, comiéndolo directamente o cocinándolo con los alimentos (ya que aún no existía Estados Unidos y el tabaco no había llegado al viejo mundo). No obstante, la prolija explicación que aporta Ibn Taymiyyah y su detallada argumentación sobre la prohibición nos permiten deducir que los estudiosos de su tiempo no tenían una postura clara o concluyente sobre el tema.

El Líbano y su rasgo diferencial

Para comprender la relación especial entre el Líbano y el hachís, y el rasgo diferencial que caracteriza al Valle de Bekaa y sus montes circundantes en este tema, debemos explicar algunas nociones básicas sobre el cultivo de esta planta. Según Martin Booth, la “calidad” del hachís (es decir, la concentración del principal componente psicoactivo de las plantas hembras, el tetrahidrocannabinol o THC) está directamente relacionada con dos factores: la altitud y la insolación. El cannabis necesita grandes cantidades de radiación solar durante su periodo de madurez, para que la planta pueda crecer rápidamente, y el crecimiento de su parte genital (la que contiene el THC) necesita radiación infrarroja, que aumenta con la altitud.

Para conseguir una buena calidad, el cannabis necesita crecer en áreas montañosas que sean, además, calurosas y estén expuestas al sol ardiente del verano, algo que no es muy habitual en el mundo. Por este motivo, el cultivo de cannabis abunda en las regiones específicas que combinan ambas características, sol y altura, como el Atlas en Marruecos, las montañas de Afganistán… y la Bekaa libanesa.

Este es un “don geográfico” que no puede reproducirse o comprarse con dinero y que está limitado a unas cuantas regiones del mundo. Booth afirma que los mejores y más caros tipos de hachís crecen en la India, en las faldas del Himalaya y en las alturas superiores a 3.000 metros y que, debido a su rareza, se preservan en bolsas de piel especiales. Estas características han hecho que Hermel y Bekaa en el Líbano sean un centro del cultivo del cannabis desde tiempos remotos.

La encantadora ciudad de Yamuna, situada en un valle interior de las sierras occidentales del Líbano, adquirió su buena reputación en la producción de cannabis no porque posea su suelo sea especial o esté bendecido por un hombre santo, sino porque la altitud de sus tierras yermas y sus abundantes fuentes, crean las condiciones perfectas para el cultivo del cannabis. Si las cumbres de Hermel se hubieran beneficiado de los proyectos de irrigación planeados hace décadas, toda el área sería ahora como Yamuna.

El oro libanés

En las últimas dos décadas, en Occidente han surgido nuevas variedades de marihuana y se han desarrollado técnicas de cultivo en lugares cerrados, bajo condiciones de iluminación y temperatura controladas, que producen cosechas con una concentración del componente psicoactivo superior a las de cualquier variedad cultivada en la naturaleza.

Pero estos sistemas de cultivo (que abastecen el mercado médico y comercial de la marihuana en Occidente) exigen una gran cantidad de energía por planta. Además resulta menos competitivo –en sentido comercial- que aquellas tierras que son, por naturaleza, ideales para el cultivo del cannabis y han sido cuidadas durante siglos por generaciones de agricultores. Decenas de miles de estas hectáreas pueden ser aprovechadas a bajo coste, aprovechando exclusivamente la generosidad del sol y del cielo.

De todo esto podemos concluir que las áreas marginales del Líbano son ideales –de forma natural- para su cultivo y que algunas de ellas cuentan con rasgos diferenciales a escala global. Una rápida ojeada a la mano de obra, el precio de la tierra y las políticas estatales del Líbano es suficiente para entender que, probablemente, el producto más competitivo del país –que eliminaría la pobreza rural y llevaría el desarrollo al campo- no son las patatas o el trigo. Además, una de las principales características del este del Líbano es que las propiedades agrícolas son relativamente pequeñas y están fragmentadas y que la mayor parte de los campesinos son dueños de sus tierras, lo que previene el advenimiento de cárteles feudales o semifeudales (lo que sucede en Afganistán o en Sudamérica), o el asentamiento de enormes compañías agrícolas que exploten el trabajo de los campesinos y monopolicen las ganancias en beneficio de los grandes terratenientes. Tradicionalmente, una parte importante de las ganancias procedentes del cultivo de plantas de “contrabando” en la región de Bekaa iba directamente a los agricultores.

La cuestión debería ser replanteada, una vez que el país que presionó y obligó al Líbano a prohibir el cultivo de cannabis, Estados Unidos, ha legalizado el consumo de hachís en varios estados. Los gobiernos occidentales ya no cuentan con una excusa moral o legal para imponer estas políticas en nuestro país. La tendencia general en Occidente es la de legalizar los derivados del cannabis o, al menos, no criminalizar ni perseguir a sus consumidores. Pero exigen que Líbano detenga a sus campesinos, que intentan evitar el hambre y la emigración.

Guerra contra los pobres

Una de las razones que han motivado la ola de legalización de marihuana en Occidente, incluso su consumo con fines recreativos, es la ausencia de argumentos médicos (como la amenaza a la “seguridad pública”) que justifiquen la prohibición del hachís mientras se permite el uso de otras drogas como el tabaco o el alcohol, mucho más peligrosas y dañinas que la marihuana. Tal y como escribió en una ocasión el profesor Assad AbuKhalil, si el güisqui fuera producido por los países del Sur y el hachís estuviera monopolizado por Occidente, el vino estaría prohibido y mal visto en el Líbano y las calles estarían llenas de anuncios de las empresas productoras de hachís.

La ciencia es tajante a este respecto. Diversos estudios rigurosos han demostrado que el consumo de hachís puede tener efectos secundarios y ser peligroso para personas que sufran determinadas dolencias neurológicas. Su consumo excesivo puede causar adicción y dependencia en uno de cada diez casos. Sin embargo, estos riesgos son insignificantes comparados con los asociados al tabaco, al alcohol o, incluso, al estrés. Puede que lo más peligroso de un “cigarrillo de marihuana” sea la combustión del tabaco con el que se mezcla. Mientras redactaba este artículo hice una consulta al profesor e investigador de origen libanés que trabaja en la Escuela Médica de Harvard, quien gentilmente me proporcionó estudios y resúmenes científicos. Él expresó su oposición a la criminalización del cultivo de cannabis, añadiendo que los beneficios de su uso médico son “muy reales” y que los mayores daños son los derivados de la guerra contra su cultivo, como lo demuestra la experiencia de Estados Unidos, ya que esta guerra afecta fundamentalmente a las clases más pobres (en el Líbano como en Estados Unidos) que no tienen voz en la sociedad.

La legalización del cultivo de cannabis no forma parte de las preocupaciones de las organizaciones de la sociedad civil y no recibirá financiación de las instituciones o los gobiernos europeos. Sin embargo, a diferencia de muchas de las campañas creadas por estas organizaciones para justificar su existencia, es un objetivo que puede conseguirse y puede servir para cambiar de forma directa la vida de muchas personas.

Es posible imaginar un futuro distinto para grandes áreas del Líbano que se encuentran marginadas y desfavorecidas en la actualidad. Un futuro en el que los campesinos puedan vivir con dignidad y prosperidad sin tener que abandonar su tierra, y en el que esta y su producto tengan un valor real. Si ello llega a suceder, las personas que viven en la costa podrían trasladarse a las zonas del interior en busca de trabajo y oportunidades. Traducido del inglés para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

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One Response

  1. Por que el articulo se desvia constantemente hacia lo inocuo del cannabis? Me quede con la sensacion de que el articulo habla de cualquier cosa y deja un poco apartada la realidad del libano

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