DARLE UN SENTIDO A LA VIDA (III)

zarbel

Cogollito
25 Agosto 2004
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Près de la France
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He comentado anteriormente que somos seres escogidos y bendecidos, así como la importancia que tiene para nosotros ser conscientes de esto.
Pero también somos seres "rotos", inmersos en nuestra propia soledad, con miedos, con inseguridades, descontentos muchas veces con el trabajo, frustrados por no haber hecho en la vida algo diferente.
Hay quienes han vivido penosos momentos de desaparición de seres queridos, por muerte, por divorcio o por otra causa, y los hay que hemos vivido en la depresión, llegando a la conclusión de que nuestras vidas estaban rotas. Pero nuestra ruptura revela algo único sobre nosotros y que somos vulnerables.
Aunque suene a algo terrible, como amados que somos tenemos que asumir nuestra ruptura única, lo mismo que tenemos que asumir nuestra condición única de escogidos y bendecidos. Esta ruptura es, generalmente, una experiencia de ruptura interior, del corazón.
Para los seres humanos nos es mucho más fácil aceptar la incapacidad de hablar, de andar o de alimentarse por sí mismo, que aceptar la incapacidad de significar algo para alguien. Cuando sentimos que ya no tenemos nada que ofrecer a nadie, perdemos el apego a la vida rápidamente, porque el gozo de vivir nos viene de vivir juntos, y el sufrimiento de vivir procede de las muchas maneras en que somos incapaces de conseguirlo adecuadamente.
Nuestra sexualidad nos revela nuestro deseo inmenso de comunión, de ser tocados, abrazados, y son signos muy concretos de la búsqueda de nuestra identidad como seres únicos.
Nuestra sociedad está tan fragmentada, nuestras vidas familiares tan rotas por los distanciamientos físicos y emocionales, nuestras relaciones de amistad tan esporádicas, nuestras intimidades rodeadas de tantas cosas y tan utilitarias, que hay pocos sitios donde podamos encontrarnos auténticamente seguros. No me sorprende que mi cuerpo grite buscando una cura en el sentirme tocado, en un abrazo que me dé seguridad.
Cuando el entorno no me ofrece nada seductor para llenar mis necesidades más íntimas, no es de extrañar que me pueda sentir lleno de fantasías locas, sueños incontrolados y sentimientos y pensamientos perturbadores. La fragmentación y comercialización de nuestro medio hace casi imposible encontrar un sitio en el que nuestro ser total -cuerpo, alma y corazón-, pueda sentirse a salvo y protegido.

¿Cómo responder a nuestra ruptura? Primero, haciendo más amistoso nuestro mundo y, segundo, poniéndolo bajo el signo de la bendición. Nuestra primera respuesta ante la ruptura ha de ser mirarla de frente y con cariño, aunque sea difícil, si no imposible, ver algo positivo en el sufrimiento, porque puede parecer masoquismo.
La ruptura forma parte de nuestro ser, igual que nuestra condición de elegidos y de bendecidos, por lo que tenemos que familiarizarnos con ella y sobreponernos a nuestros miedos. Hay quien afirma que la curación es imposible si no se reconoce el dolor, sobre todo el que procede de nuestro corazón roto. La angustia y la agonía que resultan del rechazo, de la separación, del abandono, del abuso y de la manipulación emocional sirve sólo para paralizarnos cuando no podemos enfrentarnos a ellos. Y huimos inmediatamente de ellos. Es difícil reconocer que cuando se nos da una orientación para aliviar nuestro sufrimiento, ésta debe estar en la línea de acercarnos más a nuestro dolor y no tratar de evitarlo, sino mirarlo de frente, con simpatía.
Cuando uno ve que se evapora un importante sueño de su vida, el sentido de futuro, y se siente solo, culpable, ansioso, avergonzado y traicionado, el dolor se refleja en la cara. Lo único que pueden hacer los demás por nosotros es hacernos compañía y decirnos que podemos vivir con ese dolor, que en adelante podremos vivir con él perfectamente y sentirnos más fuertes por medio de él. La angustia se cura si uno se enfrenta a ella y se convence de que puede vivir con ella. Nuestro sufrimiento no tiene por qué ser un obstáculo para el gozo y la paz que tanto deseamos, incluso puede ser un camino hacia ellos, porque éste es el gran secreto de la vida espiritual.
Todo lo que vivimos puede ser parte del camino para nuestra realización como seres humanos, y para alcanzar nuestra gloria interior todos tenemos que sufrir. Si nos ayudamos mutuamente unos a otros, con auténtico cuidado, con auténtica preocupación, nuestra ruptura interior se puede convertir en la puerta hacia el gozo.
Una segunda respuesta ante el sufrimiento interior es la bendición de nuestra ruptura, pese a que solemos verla bajo el signo de la maldición, pero si la vemos como una bendición ya no diremos "soy un ser inútil que no vale para nada", sucumbiendo al autodesprecio. Suele ser tan duro vivir sin una respuesta a ese "¿por qué?" que fácilmente nos seduce el conectar los hechos que no dominamos con nuestra infravaloración consciente o inconsciente.
Por eso, las personas creyentes, sabiéndose hijos amados de Dios, sacan a la luz su ruptura, desde el fondo de las tinieblas de la maldición, poniéndola al amparo de la luz de la bendición. Esta es una tarea difícil, porque nuestro mundo encuentra un camino más fácil para manipular a las personas que se infravaloran que a las que se aceptan como son. Pero cuando escuchamos la voz del amado, es posible vivir nuestra ruptura como una oportunidad para purificar y profundizar la bendición que reposa sobre nosotros. El dolor físico, mental o emocional que se da, al amparo del signo de la bendición, es experimentado de manera radicalmente diferente bajo la maldición. Cargas pesadas se convierten en ligeras bajo la luz de la bendición, lo intolerable se convierte en un reto, un motivo de depresión en fuente de purificación. Uno se siente disciplinado, purificado y "pulido", porque el amado puede experimentar el sufrimiento como un medio hacia una comunión más profunda, que es la que está anhelando, gozo y sufrimiento son dos caras del mismo deseo de progresar hasta la plenitud del amado.
Cada vez que confesamos libremente nuestras dependencias, y expresamos la confianza de que podremos librarnos de ellas, la fuente de nuestro sufrimiento se convierte en manantial de esperanza, tal y como sucede en el programa de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo.

Vivir la ruptura bajo el signo de la bendición nos hace más conscientes de lo profundas que son las heridas, y de la falta de realismo que supone esperar a que se desvanezcan. Nuestras heridas con a menudo una parte esencial del tejido de nuestras vidas: el sufrimiento por el rechazo de los padres, no poder casarse, necesitar de alguien para las funciones más elementales de la vida son heridas que no desaparecen, pero abrazarlas y llevarlas bajo el resplandor de la luz del Uno que nos llama el amado puede hacer que nuestra ruptura brille como un diamante.
A medida que avanzo en años, me hago consciente más que nunca de lo poco o de lo mucho que podemos hacer por los demás. Hemos sido elegidos, bendecidos y rotos, para ser entregados, pero de esto último hablaré otro día.
 
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