La letra con vino entra

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26 Septiembre 2005
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ventana o pasillo
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ESCRIBIR, BEBER Y VIVIR

Autor: Carlos Yusti.
Marzo, 2000.
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"El bar esperanza es el último en cerrar"


anónimo latinoamericano


Quizá los primeros en glorificar, sin tapujos ni remordimientos
morales, la taberna como espacio libertario por excelencia fueron
los Goliardos.

Estos irreverentes, adoradores de Golias, de allí su nombre, eran
unos clérigos descreídos y andariegos surgidos de las sombras de
la Edad Media.

Amantes del saber y de la poesía vagabundeaban de ciudad en
ciudad entonando cánticos al vino y glosando en sus versos los
placeres de la carne.

Medio poetas y pícaros completos intentaron desgarrar los
artificios eclesiásticos asumiendo la vida desde su costado
festivo, terrenal y metafórico:

"Cuando estamos en la taberna, /no pensamos que seremos polvo,
nos atrae el juego, / por lo que siempre sudamos (.) Unos juegan,
otros beben, /unos se comportan sin discreción. Algunos jugadores
son desprovistos de sus ropas/Mientras unos se visten, /otros se
cubren de sacos./ Aquí nadie teme a la muerte, pero tiran los
dados por Baco".

"De tal vino tales versos./ Nada puedo hacer sino después de
haber comido: de nada vale lo escrito en ayunas. Pero después de
unos tragos me aventajo al mismo Nasón".

Esta estrecha vinculación del vino como impulsor de la
inspiración poética va a conseguir eco (y adeptos), muchos siglos
después, en los poetas malditos de Francia como Verlaine,
Baudelaire, Rimbaud, quienes aparte de alcohol incluirán
sustancias alucinógenas (como el opio) en su desenfrenado periplo
literario.

William Blake escribió unos versos a su madre donde le explica
que la iglesia es fría, más la taberna sana y placentera, donde,
además, lo tratan bien y de seguro en el cielo no disfrutará de
esos tan buenos momentos vividos en la taberna.

Charles Baudelaire fue un poeta tiranizado por el alcohol y el
opio. No obstante le sirvieron de acicate para escribir. De sus
correrías por burdeles y tabernas contrajo la sífilis.

Su vida no fue un festín a pesar de la ebriedad constante en la
que se mantuvo. No quería ser esclavo de los dolores que le
causaba la enfermedad y por eso se embriagaba o recurría al opio.
Nunca quiso estar sujeto a los vaivenes y horarios de la gente
ordinaria. Por ese motivo escribió: "Para no ser esclavos
martirizados del tiempo, ¡Enbriagaos! ¡De vino, poesía o amor!,
pero embriagaos!".

La lista es extensa de los escritores que ha recurrido al alcohol
tanto para inspirarse como para matarse. Tenemos en primer lugar
a Francis Scott Fitzgerald, quien siendo todavía un bisoño de la
literatura se convirtió de la noche a la mañana en la encarnación
del "sueño americano" de entreguerras.

Su primera novela, "Al este lado del paraíso", fue un éxito
rimbombante y con todo este primer acierto novelístico llegó la
pasta, el metal, los elogios de la oficialidad cultural y el
matrimonio.

Luego fue la luna de miel en la Costa Azul y cantidades
exageradas de güisqui para empapar todo ese sueño de éxito rápido
y seguro respaldado por su talento de escritor. El sueño duro muy
poco.

Su esposa fue presa de fuertes depresiones nerviosas y terminó
sus días en un manicomio. Las novelas posteriores de Fitzgerald,
con excepción de "El Gran Gatsby", fueron fracasos tanto
literarios como comerciales.

Su desmoronamiento como escritor fue anotado con crudeza en su
libro póstumo, "El Crack-Up". Cioran ha escrito que "El Crack-Up"
es la temporada en el infierno de un novelista.

Otro que se debe incluir es a Malcom Lowry. El personaje
principal de su máxima novela, "Bajo el volcán" (Jhon Houston
realizó una soberbia adaptación al cine), el cónsul Geoffrey
Firmin, tiene muchos rasgos de su creador.

En una carta a Derek Pethick, Lowry aduce que el héroe de su
novela es algo más que un simple borracho en un país exótico como
México:

".El cónsul se ha convertido así en un hombre que es todo
destrucción.en realidad casi ha dejado de ser un hombre, sus
sentimientos humanos hacen las cosas más negativas para él, pero
no altera nada, está en el infierno."

Un poco así se encontraba Lowry. Su novela del cónsul le llevaba
más de quince años. La bebida no lo dejaba darle los toques
finales. Se dice que su esposa, la cual le servía de amante,
secretaria y enfermera, redondeaba los capítulos a capricho y fue
ella la que al final concluyó la novela.

Edgar Allan Poe tuvo una vida llena de estrecheces a pesar de su
inmenso genio como escritor. Sus alucinaciones literarias estaban
íntimamente ligadas a su estado de embriaguez. Esta capacidad
autodestructiva debió despertar en Baudelaire fuertes impulsos de
afinidad, lo que lo llevó a traducir algunas obras de Poe.

También realizó la primera reseña crítica sobre sus obras
destacando su maestría. En una oportunidad Baudelaire escribió:
"La embriaguez de Poe era un medio mnemónico, un método de
trabajo, método enérgico y mortal, pero adecuado a su naturaleza
apasionada".

Savater por su parte ha escrito que Poe fue la antítesis de
Whitman. Mientras el poeta de "Canto a mí mismo" era el
entusiasmo y la vitalidad democrática, Poe se erigía como el
constructor de pesadillas oscuras.

Se cuenta que durante unas elecciones un grupo de simpatizantes
ebrios estuvieron bebiendo con Poe y lo hicieron votar, ya en el
paroxismo de la embriaguez, varias veces. Poe no se recuperó de
esta última parranda electoral.

Así mismo bebieron sin moderación Willian Faulkner y Henry
Miller. Las obras de Miller estan llenas de sexo, hoteles malos,
prostitutas y alcohol. Relatan su vida bohemia. Su primer libro
publicado, "Trópico de Cáncer", no tuvo ninguna resonancia de
crítica y mucho menos de venta.

Ante este panorama Miller optó por regalar el libro. En una
borrachera tomó una guía de teléfonos y los envió por correo al
azar.

Charles Bukowski siguió de cerca a Miller. Sólo que los libros de
Bukowski tienen mucho borboun barato y su escritura carece por
completo de la poética y la furia de Miller.

Entre los escritores ingleses se pueden mencionar a Joyce, Evelyn
Waugh y Graham Greene. La radiante Leonora Carrington escribió
sus memorias bajo los efectos continuos de una borrachera de
semanas.

Truman Capote sucumbió en 1984, gracias a una bebida que el mismo
preparó, contentiva de fármacos, ginebra, brandy y vodka. El
poeta inglés Dylan Thomas estuvo durante dos meses ofreciendo
recitales en distintas universidades de Norteamérica y jamás se
despegó un momento de su vaso.

Se cuenta que luego de tomarse diez güisquis seguidos fue
internado en el hospital donde murió. Heminway no se dejó
destruir por el alcohol, sencillamente en un momento de serena
sobriedad, se disparó directo al pecho con su escopeta de cazar
rinocerontes.

En nuestro país excelentes escritores y poetas no han podido
tampoco escapar de los infiernos del alcohol. Ludovico Silva hizo
denodados esfuerzos por apartarse del licor.

Su libro de poemas "In vino veritas", lo escribió en una
encerrona de tres semanas con toda clase de elixires de elevados
grados. Orlando Araujo escribió "Crónicas de caña y muerte" en
una clínica, fue casi su testamento literario.

El "chino" Valera Mora estaba bebiendo a sus anchas con unos
amigos poetas cuando un fuerte dolor en el pecho escribió la
metáfora definitiva.

La consigna de poetas y escritores, no de todos por supuesto,
parece ser beber, escribir y vivir. La musa tiene ojeras negras y
huele a humo de cigarrillo. La inspiración tiene un tufo
agurdentoso. Moralizar sobre la bebida, uno que tiene más de
trotabares que de escritor, puede resultar a la postre simple y
llana mojigatería. Además, me apego a esa máxima de Savater: no
se debe beber demasiado, sólo lo justo para emborracharse.

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Copyright 2000, Carlos Yusti.
E-mail: mailto:carlosyusti@cantv.net
Fecha: Marzo, 2000.
 
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