Pues es lo que ocurre cuando se fuma: que se puede notar uno vigilado.
Los hay que convivían pacíficamente con sus padres, con toda confianza entraban los progenitores en la habitación del vástago, hasta pillarle con el culo al aire y decir éste: pasa mamá, pasa, que ahora termino de vestirme; o decirle al infante: ¡otra vez masturbándote!, tal era la falta de costumbre de echar el cerrojo o llamar a la puerta, antes de entrar.
Pero comenzó a fumar...
Y el acto íntimo de liarse un porro, en la habitación, ese acto delictivo, provocador, ese pacto con el diablo, debería quedar en secreto, y el infante se acordó de que existía un cerrojo interior en la puerta de su cuarto. Corrió el pestillo, sigilosamente, para no meter ruido, pues estaba cometiendo, por vez primera, un acto furtivo en la casa familiar, estaba a punto de romper la confianza de toda una vida, de crear una barrera entre él y sus padres. Casi tiritando, con las manos frías, tocó el pestillo y se acordó que estaría sin engrasar, duro de mover. Tomó la guía del pestillo y movió la mano, haciendo cada vez más fuerza, y notaba que el pestillo estaba duro, casi cortante, estaba empezando a hacerle daño tanta resistencia del frío metal, pero, por fin el cerrojo cedió, de pronto, haciendo un ruido extraño, parecido a un golpe seco.
Ese cerrojo comenzará a funcionar en adelante día tras día, cada vez que se líe el porro, o cada vez que se fume, en la ventana. Y un día los padres descubrirán que está el cerrojo echado, y preguntarán -¿Por qué has echado el cerrojo?- Y el niño les responderá: -para que no me veais el culo-. Y, en ese instante, se romperá la relación paterno filial, porque los padres se han dado cuenta de que el niño les ha descubierto.
Los padres ahora saben que ya no van a poder engañar más a su hijo, y que éste ya no se fía de ellos, pero el adolescente todavía no se ha dado cuenta de lo que los padres sospechan. El muchacho sólo ha cerrado la puerta para tener su intimidad con la marihuana, pero los padres creen que es porque se masturba mucho más a menudo, está leyendo cosas extrañas o está tomando LSD. El chico comienza a recibir mensajes de sus padres, como "te estás destrozando la salud", o como "te conviene salir más". Claro, el chaval relaciona marihuana con enfermedad o con aislamiento, y comienza a sospechar que sus padres saben que fuma marihuana, y todo lo que le están diciendo son indirectas sobre su inconfesable vicio.
A partir de este momento, nace el marihuano nato, el típico, el que vive vigilado por sus padres. Lo que más le extraña es que, cuando piensa que sus padres lo saben, ¿por qué no le echan de casa por drogadicto?, y no comprende el porqué de permanecer aún en la casa paterna.
Y decide aclarar las cosas en su casa, tras varias semanas dejándose el grifo del baño abierto, entrar varias veces en la cocina y volver a salir, delante de su madre, por no acordarse de para qué había entrado en la cocina. Es cuando reúne a sus dos padres y les dice: "fumo marihuana", y ve la mirada de su madre, con los ojos llenos de espanto como diciendo "ya me lo temía yo, que sólo podía ser lo peor", y la mirada de su padre como diciendo "qué cabrón, qué suerte tienes".
La madre va a sugerir lo mejor para su hijo, ir al médico, someterle a un tratamiento, vigilar sus amistades, hablar con el colegio..., en fin, todo lo que haga falta. El padre, por su parte, no tardará en hablar con el marihuano para decirle que, hombre..., estas cosas se hacen juntos, padre e hijo..., como dos colegas, y tal.
El muchacho se pregunta que por qué es tan rara la gente adulta, pues se lo ha contado porque le consta que ya lo sabían y, si lo sabían, ¿cómo es que se han sorprendido tanto? Y empieza a sospechar que quizás no lo sabían y que ha metido la pata, pero, al fin y al cabo, ahora podrá fumar sin necesidad de echar el cerrojo, como antes.
Y vuelve a su habitación, dispuesto esta vez a hacerse el porro sin cerrar la puerta, con toda confianza, igual hasta se presenta su padre: pero, al ir a por la cajita con la hierba..., no está. ¡Ha desaparecido! Y comienza a dudar de si la dejó realmente en ese lugar, o fue un sueño, porque estaba fumado cuando la guardó, pero tampoco recuerda otro sitio que no fuera ése en que fue dejando la cajita, ya que siempre estuvo allí.
Y se vuelve a producir un cambio: ¡está siendo vigilado y le han robado la hierba! Acude a su padre y le pregunta: ¿tú has entrado en mi cuarto?
¿Yo? -dice el padre-, nunca entro cuando no estás tú. Y comienza a sospechar que ha sido su padre, porque, ¿cómo ha sabido que no estaba él cuando entraron en su cuarto? Pero podría ser también su madre, así que se dirige a su madre: "Mamá, me falta una cajita de mi cuarto". -¿Ah, sí?- responde la madre. -¿No será una "cajita" con hierba de droga de ésa, de marihuana lavacerebros, no? Pues sí, la he cogido yo, por tu bien, para que no te hagas daño-.
El hijo sabe que su madre no la ha guardado, la ha destruido inmediatamente, y que, tal vez, su padre sí se la hubiera guardado, por lo menos para fumársela él, o quizá juntos los dos, ¡pero la madre!, marihuana perdida definitivamente.
Años más tarde, con algunas canas encima y menos pelo del que fue, nuestro personaje se casa y tiene su propia casa, y para recordar viejos tiempos y hacer posible lo que no pudo ser en casa de sus padres, decide comentarle a su mujer: "Cariño, en ese cuarto libre, vacío, voy a plantar marihuana". -¿Ah, sí?- Contesta la mujer, -¿Y no te puedes meter en un lío por eso?-. ¡Qué va, cariño, qué va, si se pueden tener en casa hasta seis u ocho, es legal no pasa nada!
Y plantas, y las ves crecer, y cosechas, y comienzas a fumarte la cosecha, normalmente antes de estar curada... Y notas la hierba floja, como que no te hace nada, jeje, y le ofreces a tu mujer, que fumaba contigo alguno, antes de casaros, pero te dice: -No, ahora no-. Y piensas, ingenuo de ti, que fumará otro día, y le vuelves a ofrecer y te contesta: -No, ahora no-. Sigues fumando, todo el día, estás en casa tan a gusto, creyendo que tu mujer es feliz contigo fumando porros, y le vuelves a ofrecer y te vuelve a contestar lo mismo, y por fin le espetas: -¡Oye, ¿no dijiste que ibas a fumar conmigo?-. A lo que te contesta: -¿Yo fumar contigo? No, yo dije que no me apetecía fumar, pero ni entonces ni ahora ni nunca, que eres un drogadicto y un vicioso-.
Y ahí te han dado, te han vuelto a engañar, vas a estar otra vez vigilado, pero esta vez por una persona que no es tu madre, sino alguien que puede denunciarte y puede hacerte daño, si quiere, para su propio provecho y en tu propio mal. Podrías creer que tu novia fumaba porros, pero sólo lo hacía por ti, por estar contigo, por agradarte, pero recuerda que logró que dejaras tú de fumar, mientras ella continuó fumando tabaco, no sólo mientras fumaste tú, sino más de un año después.
Y dejarás de fumar en tu casa por lo mismo que dejaste en casa de tu madre: porque te vigilan, y ambas dicen lo mismo, que es por tu bien.
Ya no podrás apartar la vista de tus plantas sin pensar un instante en que unas malvadas tijeras de cocina, puestas en las manos de tu mujer, privarán silenciosamente de la vida a tus hijas vegetales, a tus amigas. No sabrás en dónde dejarlas a secar, sin que el amoníaco o la lejía proporcionados por la mano de tu mujer arruine la cosecha.
Discurrirás miles de lugares seguros para evitar la mano que hurte el frasco de la hierba seca y lo arroje por el retrete, mano que pediste para ti..., sin saber bien lo que hacías..., seguramente por eso ahora entiendes algunas sonrisas que viste el día de tu boda.
¡¡¡Y te sientes engañao, timao y estafao!!!
No te cabe opción: o la droga o tu mujer.
Quizás ahora muchos se den cuenta de por qué mucha gente mayor no fuma marihuana, sólo somos cuatro divorciados, porque mi mujer me ha confesado que no va a fumar jamás y me siento estafado, no se puede disimular lo que no se es hasta casarse, y luego comenzar a mostrarse como se es, ese engaño es causa de divorcio y hasta de nulidad, por error en la persona, que no se mostró como era realmente. Yo me divorcio, no quiero tener una segunda madre en mi vida.
Como hay que elegir entre la esposa o la marihuana, eligo la marihuana o, aun mejor, la libertad de no vivir vigilado el resto de mi vida, será que la marihuana me ha resucitado la paranoia.
Los hay que convivían pacíficamente con sus padres, con toda confianza entraban los progenitores en la habitación del vástago, hasta pillarle con el culo al aire y decir éste: pasa mamá, pasa, que ahora termino de vestirme; o decirle al infante: ¡otra vez masturbándote!, tal era la falta de costumbre de echar el cerrojo o llamar a la puerta, antes de entrar.
Pero comenzó a fumar...
Y el acto íntimo de liarse un porro, en la habitación, ese acto delictivo, provocador, ese pacto con el diablo, debería quedar en secreto, y el infante se acordó de que existía un cerrojo interior en la puerta de su cuarto. Corrió el pestillo, sigilosamente, para no meter ruido, pues estaba cometiendo, por vez primera, un acto furtivo en la casa familiar, estaba a punto de romper la confianza de toda una vida, de crear una barrera entre él y sus padres. Casi tiritando, con las manos frías, tocó el pestillo y se acordó que estaría sin engrasar, duro de mover. Tomó la guía del pestillo y movió la mano, haciendo cada vez más fuerza, y notaba que el pestillo estaba duro, casi cortante, estaba empezando a hacerle daño tanta resistencia del frío metal, pero, por fin el cerrojo cedió, de pronto, haciendo un ruido extraño, parecido a un golpe seco.
Ese cerrojo comenzará a funcionar en adelante día tras día, cada vez que se líe el porro, o cada vez que se fume, en la ventana. Y un día los padres descubrirán que está el cerrojo echado, y preguntarán -¿Por qué has echado el cerrojo?- Y el niño les responderá: -para que no me veais el culo-. Y, en ese instante, se romperá la relación paterno filial, porque los padres se han dado cuenta de que el niño les ha descubierto.
Los padres ahora saben que ya no van a poder engañar más a su hijo, y que éste ya no se fía de ellos, pero el adolescente todavía no se ha dado cuenta de lo que los padres sospechan. El muchacho sólo ha cerrado la puerta para tener su intimidad con la marihuana, pero los padres creen que es porque se masturba mucho más a menudo, está leyendo cosas extrañas o está tomando LSD. El chico comienza a recibir mensajes de sus padres, como "te estás destrozando la salud", o como "te conviene salir más". Claro, el chaval relaciona marihuana con enfermedad o con aislamiento, y comienza a sospechar que sus padres saben que fuma marihuana, y todo lo que le están diciendo son indirectas sobre su inconfesable vicio.
A partir de este momento, nace el marihuano nato, el típico, el que vive vigilado por sus padres. Lo que más le extraña es que, cuando piensa que sus padres lo saben, ¿por qué no le echan de casa por drogadicto?, y no comprende el porqué de permanecer aún en la casa paterna.
Y decide aclarar las cosas en su casa, tras varias semanas dejándose el grifo del baño abierto, entrar varias veces en la cocina y volver a salir, delante de su madre, por no acordarse de para qué había entrado en la cocina. Es cuando reúne a sus dos padres y les dice: "fumo marihuana", y ve la mirada de su madre, con los ojos llenos de espanto como diciendo "ya me lo temía yo, que sólo podía ser lo peor", y la mirada de su padre como diciendo "qué cabrón, qué suerte tienes".
La madre va a sugerir lo mejor para su hijo, ir al médico, someterle a un tratamiento, vigilar sus amistades, hablar con el colegio..., en fin, todo lo que haga falta. El padre, por su parte, no tardará en hablar con el marihuano para decirle que, hombre..., estas cosas se hacen juntos, padre e hijo..., como dos colegas, y tal.
El muchacho se pregunta que por qué es tan rara la gente adulta, pues se lo ha contado porque le consta que ya lo sabían y, si lo sabían, ¿cómo es que se han sorprendido tanto? Y empieza a sospechar que quizás no lo sabían y que ha metido la pata, pero, al fin y al cabo, ahora podrá fumar sin necesidad de echar el cerrojo, como antes.
Y vuelve a su habitación, dispuesto esta vez a hacerse el porro sin cerrar la puerta, con toda confianza, igual hasta se presenta su padre: pero, al ir a por la cajita con la hierba..., no está. ¡Ha desaparecido! Y comienza a dudar de si la dejó realmente en ese lugar, o fue un sueño, porque estaba fumado cuando la guardó, pero tampoco recuerda otro sitio que no fuera ése en que fue dejando la cajita, ya que siempre estuvo allí.
Y se vuelve a producir un cambio: ¡está siendo vigilado y le han robado la hierba! Acude a su padre y le pregunta: ¿tú has entrado en mi cuarto?
¿Yo? -dice el padre-, nunca entro cuando no estás tú. Y comienza a sospechar que ha sido su padre, porque, ¿cómo ha sabido que no estaba él cuando entraron en su cuarto? Pero podría ser también su madre, así que se dirige a su madre: "Mamá, me falta una cajita de mi cuarto". -¿Ah, sí?- responde la madre. -¿No será una "cajita" con hierba de droga de ésa, de marihuana lavacerebros, no? Pues sí, la he cogido yo, por tu bien, para que no te hagas daño-.
El hijo sabe que su madre no la ha guardado, la ha destruido inmediatamente, y que, tal vez, su padre sí se la hubiera guardado, por lo menos para fumársela él, o quizá juntos los dos, ¡pero la madre!, marihuana perdida definitivamente.
Años más tarde, con algunas canas encima y menos pelo del que fue, nuestro personaje se casa y tiene su propia casa, y para recordar viejos tiempos y hacer posible lo que no pudo ser en casa de sus padres, decide comentarle a su mujer: "Cariño, en ese cuarto libre, vacío, voy a plantar marihuana". -¿Ah, sí?- Contesta la mujer, -¿Y no te puedes meter en un lío por eso?-. ¡Qué va, cariño, qué va, si se pueden tener en casa hasta seis u ocho, es legal no pasa nada!
Y plantas, y las ves crecer, y cosechas, y comienzas a fumarte la cosecha, normalmente antes de estar curada... Y notas la hierba floja, como que no te hace nada, jeje, y le ofreces a tu mujer, que fumaba contigo alguno, antes de casaros, pero te dice: -No, ahora no-. Y piensas, ingenuo de ti, que fumará otro día, y le vuelves a ofrecer y te contesta: -No, ahora no-. Sigues fumando, todo el día, estás en casa tan a gusto, creyendo que tu mujer es feliz contigo fumando porros, y le vuelves a ofrecer y te vuelve a contestar lo mismo, y por fin le espetas: -¡Oye, ¿no dijiste que ibas a fumar conmigo?-. A lo que te contesta: -¿Yo fumar contigo? No, yo dije que no me apetecía fumar, pero ni entonces ni ahora ni nunca, que eres un drogadicto y un vicioso-.
Y ahí te han dado, te han vuelto a engañar, vas a estar otra vez vigilado, pero esta vez por una persona que no es tu madre, sino alguien que puede denunciarte y puede hacerte daño, si quiere, para su propio provecho y en tu propio mal. Podrías creer que tu novia fumaba porros, pero sólo lo hacía por ti, por estar contigo, por agradarte, pero recuerda que logró que dejaras tú de fumar, mientras ella continuó fumando tabaco, no sólo mientras fumaste tú, sino más de un año después.
Y dejarás de fumar en tu casa por lo mismo que dejaste en casa de tu madre: porque te vigilan, y ambas dicen lo mismo, que es por tu bien.
Ya no podrás apartar la vista de tus plantas sin pensar un instante en que unas malvadas tijeras de cocina, puestas en las manos de tu mujer, privarán silenciosamente de la vida a tus hijas vegetales, a tus amigas. No sabrás en dónde dejarlas a secar, sin que el amoníaco o la lejía proporcionados por la mano de tu mujer arruine la cosecha.
Discurrirás miles de lugares seguros para evitar la mano que hurte el frasco de la hierba seca y lo arroje por el retrete, mano que pediste para ti..., sin saber bien lo que hacías..., seguramente por eso ahora entiendes algunas sonrisas que viste el día de tu boda.
¡¡¡Y te sientes engañao, timao y estafao!!!
No te cabe opción: o la droga o tu mujer.
Quizás ahora muchos se den cuenta de por qué mucha gente mayor no fuma marihuana, sólo somos cuatro divorciados, porque mi mujer me ha confesado que no va a fumar jamás y me siento estafado, no se puede disimular lo que no se es hasta casarse, y luego comenzar a mostrarse como se es, ese engaño es causa de divorcio y hasta de nulidad, por error en la persona, que no se mostró como era realmente. Yo me divorcio, no quiero tener una segunda madre en mi vida.
Como hay que elegir entre la esposa o la marihuana, eligo la marihuana o, aun mejor, la libertad de no vivir vigilado el resto de mi vida, será que la marihuana me ha resucitado la paranoia.