PSICOTERAPIA USANDO LA RAZON (VI) Tengo que triunfar

zarbel

Cogollito
25 Agosto 2004
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Près de la France
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En el capítulo anterior abordé la idea no-realista que ayuda a que nos sintamos desgraciados, que es la común y frecuente idea que tenemos de que NECESITAMOS ser amados, aceptados o queridos por los demás.
Decía que muy probablemente nos sentiremos mejor si tenemos el amor, el cariño o el aprecio de los demás, pero para un adulto no es una idea realista pensar que tiene que ser querido o, ni siquiera aceptado. Ese concepto de "necesidad" que se conforma dentro de nuestro pensamiento, es el que nos hace sufrir cuando comprobamos que no somos aceptados del modos que "necesitaríamos" serlo. La confrontación de esta idea no-realista y su superación por otra que nos indique que tal "necesidad" no existe, nos hará sentirnos mucho más aliviados.

Abordo ahora la idea no realista de que TENEMOS que triunfar.

Si a una persona que ya tiene dentro de sí la ya comentada idea de que necesita ser amado y aceptado por los demás, le añadimos la idea no-realista de que "tiene" que triunfar, de que ha de ser perfecto en lo que haga, de que tiene que conseguir lo que se propone, tiene casi seguro todos los ingredientes para llevar una vida perfectamente amargada.
Esta es una de las ideas más extendidas en nuestra sociedad y son carne de cañón de diván de psicólogo, tienen todos los requisitos para terminar con problemas psicológicos.
Hay personas que no se atreven a abrir la boca por miedo a que lo que vayan a decir no sea lo correcto, lo perfecto, a que vaya a generar críticas de los demás, a ser rechazado por el grupo.
Hay personas que no se atreven a salir con otras por miedo a que descubran que no son tan cultas o tan informadas como las demás, incluso privándoles de llegar a tener un novio o una novia, por ese miedo.
Los hay que se les propone realizar un trabajo o escribir un artículo y se niegan, por miedo a no hacerlo perfecto, a que los demás puedan criticar su obra.
Los hay que viven en un sin vivir en su puesto de trabajo, considerando que no lo hacen perfecto y que su jefe puede descubrirlo y ponerles de patitas en la calle, por los errores cometidos.
Los hay incluso que no hacen el amor con su pareja por miedo a no hacerlo perfecto, a no proporcionarle la felicidad absoluta, tal es la angustia con la que perciben su supuesta imperfección y, si hacen el amor, la ansiedad con la que lo practican les llevan a tener unas relaciones sexuales insatisfactorias.

Si miramos en derredor veremos numerosos casos similares a los citados, y muchos más que no pongo por no hacer más largo el post.

Si yo digo que nadie es perfecto parecerá que estoy diciendo algo obvio y que todo el mundo lo sabe, pero si digo que no existe la obra perfecta algunos quedarán perplejos. Pues sí, no existe la obra científica perfecta, ni la obra de arte perfecta, ni las matemáticas son perfectas, ni la lógica es perfecta; los propios genios como Leonardo, Aristóteles o Einstein fueron también imperfectos y cometieron muchos errores.
Ergo, los seres humanos somos imperfectos y cometemos errores, por lo que no es algo espantoso, deplorable o desastroso cometer imperfecciones.
Si me propongo hacer algo perfecto estoy condenado al fracaso y, por ende, a la desilusión, a la frustración, a la decepción y a la depresión.

Por cometer más o menos errores que los demás no valgo más o menos que ellos, sería una idea no-razonable considerarme con mayor valor que los demás por ser más perfecto o por cometer menos errores. Esto no significa que, como cuando comentaba el hecho de ser amado o aceptado, no nos sintamos mejor si conseguimos un éxito o una obra bastante bien hecha, aparentemente perfecta. No hay que confundir el SENTIRSE mejor por obtener el aplauso o la aprobación del prójimo con el SER mejor por esa circunstancia. Sería un error el confundir a la persona con sus actos, sería decir que es bueno el que acierta y malo el que yerra o actúa de manera inadecuada.

Es frecuente encontrarse con personas que tienen los valores morales de considerar que las personas tienen VALOR distinto, que defienden que los idiotas, enfermos mentales o asesinos no valen lo mismo que los benefactores, las personas inteligentes o los santos. Confunden lo que es el VALOR con la UTILIDAD. Evidentemente son más útiles los listos que los tontos, los que tienen brazos que los que no, los que no están enfermos que los que sí lo están, dicho sea siempre en términos generales, pero eso no implica mayor valor en los seres humanos.
Podríamos llegar, con la teoría del valor distinto, a preguntarnos: ¿cuánto vale Marie Curie o Einstein, 95, 100, cuánto ellos y cuánto yo o mis padres?
Yo nunca haré un descubrimiento como el Radio o la Teoría de la Relatividad, ni mis padres tampoco lo hicieron, pero ello no nos otorga un valor menor que el de esos genios, el valor es el mismo, es idéntico, el valor nos lo proporciona el hecho de ser SERES HUMANOS. En cuanto soy un ser humano tengo idéntico valor que otro ser humano, ni más ni menos. Si llegamos a este convencimiento el hecho de cometer errores o de ser imperfecto queda en un segundo plano, pues no voy a valer más o menos por cometer imperfecciones, en todo caso seré menos útil, pero mi valor intrínseco como persona queda intacto.

Hay mucha gente que padece el "síndrome del éxito", son víctimas de una vida frenética, llegando a su casa cada noche con trabajo pendiente para hacer, dándole vueltas por la noche al problema del trabajo, sin descansar adecuadamente. Hay gente que se convence de un objetivo, como el de ganar un millón antes de los treinta años y vive en un malvivir, trabajando 16 horas al día, dedicando domingos y vacaciones a la captación de clientes, haciendo cosas que realmente no gustan con el fin de altenar en vida social (como jugar al golf o ir al casino), tragando la comida a toda prisa, tomando pastillas para activarse o para dormir, etc. Estas personas terminan probablemente con un millón y con una úlcera gastroduodenal, además de haber hecho méritos suficientes para sufrir un infarto en pocos años.
Son personas que terminan convirtiéndose en obsesos del dinero, tienen familia pero apenas la ven, sus cónyuges e hijos son desgraciados, las conversaciones con los amigos derivan siempre en lo mismo: el dinero y los negocios.
Su obsesión por el éxito, profesional y social, revela que son capaces de obtenerlo a toda costa, convirtiendo la vida en un combate imaginario contra los competidores y en la victoria permanente. Se consideran mejores que los demás por sus éxitos sobre ellos. Este pensamiento mágico les imagina mejores que los demás.
Maslow aborda esta cuestión (Maslow, 1968, pag. 34) denominando a este pensamiento "ser dirigido por el otro". Consistiría en que ya no soy yo quien actúa directamente, sino que mi acción está dirigida desde el exterior, al azar de las personas con las que me encuentro y que dejo que tengan influjo en mí. Mi vida sería la de una marioneta de cuyos hilos tiran los demás. Bastará con que oiga hablar de un mejor golfista, de un mejor ingeniero o abogado, o basta con que me lo imagine, para verme lleno de insensata furia competitiva, intentando competir y ganar.

La permanente obsesión por la perfección puede llegar a bloquear, como sucedería a quien debe escribir un artículo y no lo hace por miedo a no hacerlo perfecto o a recibir críticas; o a quien pretende hacer el amor y convertir ese encuentro en algo inolvidable para la otra persona, quien aborda el acto sexual con tamaña finalidad se encontrará probablemente bloqueado, pues la pretensión de la perfección en tales cuestiones puede hacer perder la erección a un rinoceronte en celo.
Ciertamente, los sexólogos establecen que las fuentes de la impotencia masculina son la fatiga, la inquietud, la no atracción por la pareja, el alcohol y la enfermedad (Mc Cary, 1967), pero también lo es la pretensión perfeccionista en la relación de pareja. Si uno alberga en su interior la frase no-realista de "tengo que proporcionar a mi pareja el placer máximo, tengo que acertar en la relación de pareja, tengo que darle la felicidad absoluta", es muy probable que sobrevenga el gatillazo.
Este suceso empeorará todabía más las cosas, pues uno dirá "he fallado, mi pareja va a pensar que soy impotente o que ya no la quiero, hasta puede que me abandone; puede pensar que soy homosexual, es preciso que no vuelva a fracasar de nuevo".
Con tales pensamientos en la cabeza se abordan los contactos sexuales con ansiedad y como si fuera el fin del mundo, viniéndose abajo cualquier posible erección.

No es preciso hacer de cada encuentro sexual un éxtasis, ni es preciso tener una extraordinaria erección, si así sucediere, mejor, pero no es preciso, sería, en todo caso, conveniente, pero no imprescindible.
Hay mucha gente que no se da cuenta de que es más importante unos buenos prolegómenos (conversación, caricias, tocamientos, besos) que la erección o el acto en sí. Si nos obsesionamos por llegar a la eyaculación forzaremos el acto y nos provocaremos ansiedad. No es imprescindible que haya erección y mucho menos que sea una enorme erección, es mejor concentrarse en agradarse mutuamente, con caricias y besos; si sobreviene una magnífica erección y una estupenda eyaculación, pues mejor todavía.
Un gatillazo no es el fin del mundo ni algo espantoso o desastroso, simplemente es algo insatisfactorio, pero nos quedaremos al menos con el beneficio de haber acariciado y besado y que nos hayan hecho lo mismo. Si realmente nos creemos que lo importante es esto último, sobrevendrán erecciones que no podíamos haber soñado jamás.

Las personas necesitamos estar activas, es una necesidad biológica, y pocas cosas hay que ocasionen tantas frustraciones como la inactividad absoluta y la ausencia de todo estímulo (Seyle, 1974, pag. 140). La acción en sí misma no es fuente de tensión, sino la actitud con que uno se vuelca sobre ella; por ello, la exigencia de éxito y de acierto es la verdadera causa de los fenómenos de ansiedad y de estrés.
Es mejor disfrutar de la acción misma. Por ejemplo, en el deporte siempre hay uno que gana y otro que pierde. Si imaginamos un partido de tenis y dos jugadores enfrentados, uno con la idea de que tiene que ganar necesariamente ese partido y otro que juega para divertirse y ganar si se puede, tendremos dos reacciones. Si pierde el primero de esos dos jugadores, sentirá que ha perdido, además, el tiempo, y se sentirá lleno de frustración y desilusión; por el contrario, si pierde el segundo de los dos, se habrá llevado el placer de haber jugado, de haber pasado un rato agradable y de haber hecho una actividad física saludable.

Hay que intentar hacer las cosas lo mejor posible, no mejor que el otro.

Aunque yo no sepa leer ni escribir, aunque ignore nada sobre música o ciencia o la actualidad, no por eso soy un gusano inmundo indigno de vivir en este planeta, no por ello tengo que vivir angustiado y deprimido.

Hay edades y profesiones que llevan frecuentemente a las personas que las ejercen a considerarse una carga. Por ejemplo, la maestra que va cumpliendo años y ya no encandila a los niños como antaño, ya no tiene la energía ni la imaginación de tiempos pasados y se va autoconvenciendo de que la mantienen en ese puesto por compasión.
Suelen ser personas que, si se les habla de una película que acaban de estrenar, van a verla, para evitar sus complejos de ignorancia, de quedarse fuera de moda, de soslayar su complejo de inferioridad.
Muchas personas mayores no han tenido la ocasión a lo largo de su vida de viajar al extranjero y oyen a las personas más jóvenes hablar de sus vivencias en otros países. Las personas del tipo anteriormente indicado suelen acudir a la agencia de viajes para visitar otros países.
Al regreso, su autoestima no mejorará, pues siempre oirá hablar de lugares en los que no ha estado, pues son personas que basan su vida y estima en triunfar y estar por encima de los demás.
Bastaría con vivir y actuar, día a día, con plenitud, para abandonar esa idea no-razonable, no-realista.
Estas personas suelen tener también la idea no realista de tener que ser aceptadas y amadas, por lo que se suelen entregar a la primera persona que les ofrece un poco de afecto. Es frecuente encontrarnos con personas que son fácil presa de explotadores sin escrúpulos, precisamente porque espantan a quiénes podrían quererlas de verdad mediante las ideas no realistas de dependencia ajena y perfeccionismo minucioso.

Esta segunda idea no realista que desarrollo en este capítulo es de difícil confrontación. Existen numerosos datos y frases que nos llevan a creer a pies juntillas que tenemos que ser perfectos, desde la frase del Evangelio (Sed perfectos como vuestro Padre celestial que es perfecto), hasta la constante publicidad que nos machaca con productos que nos harán perfectos.
Digo que es de difícil confrontación porque al intentar hacerla, tenderemos también a hacerla perfecta y, al no lograrlo, diremos: "soy un inútil, ni siquiera consigo convencerme de que necesito conseguirlo, no valgo nada y nunca lo valdré, no podré hacer mi terapia convenientemente".
Cualquier psicólogo avezado y competente nos animará a seguir todavía más con la autocompasión: "un gusano, un ser despreciable, el campeón mundial de los tontos e inútiles, no existe un ser en la tierra más imbécil".

Mientras no desterremos de nuestra cabeza que no es preciso hacer la mejor confrontación ni la mejor terapia, ni es necesario deslumbrar a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, no será posible la confrontación con la idea no razonable de que no es necesario triunfar ni hacerlo perfecto o mejor que los demás.
El hecho de no conseguir hacer bien la confrontación no nos quita valor, seguimos valiendo lo mismo, simplemente nos indica que todavía no hemos aprendido a hacerla adecuadamente.

¿Y qué hay que hacer para lograr eso?

No hay que hacer nada, absolutamente nada, porque no existe la obligación de TENER que hacer, simplemente repetirse a sí mismo que uno no es perfecto, que no es un ángel, que es un ser humano, limitado y falible, que nunca conseguirá hacer perfecta ni la más pequeña cosa, que los esfuerzos no hay que dedicarlos en hacer las cosas perfectas sino en saber qué es lo que queremos hacer realmente y hacerlo lo mejor que podamos.

Una persona que haya conseguido la confrontación con la segunda idea no realista será alguien que elegirá sus actividades por sus gustos personales, estará más segura a la hora de elegir riesgos ya que no verá el fracaso como un ataque a su valor personal.
Muy probablemente esa persona se pasará el resto de su vida DESEANDO, pero se EXIGIRA cada vez menos y seá mucho más feliz.
 
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