PSICOTERAPIA USANDO LA RAZON (X) Estoy agobiado...

zarbel

Cogollito
25 Agosto 2004
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Près de la France
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Bueno, pues cada vez va faltando menos para completar la serie dedicada a nuestra autoayuda en problemas comunes de ansiedad, y este capítulo va dedicado expresamente a la ansiedad.

¿Hay algún sentimiento más desagradable y penoso que la ansiedad, esa sensación de estar amenazados por peligros a los que no se puede escapar y parecen estar siempre a punto de abatirse sobre nuestras cabezas?
Sus consecuencias físicas son bien conocidas: respiración entrecortada, palpitaciones cardíacas, nudo en la garganta o en el pecho...

¿Sirve la razón de alguna ayuda contra este fenómeno? Responderemos afirmativamente a esta pregunta, demostrando que la angustia y sus secuelas se hallan presentes en nuestras vidas, sobre todo porque damos crédito a la idea no-razonable número 6: "Puesto que una cosa es o puede ser peligrosa, es inevitable que un ser humano se preocupe profundamente por ella y se atormente sin descanso por tal motivo".

Es preciso comenzar a distinguir, para empezar el TEMOR de la ANSIEDAD. El temor puede ser un sentimiento útil y apropiado, basado en la realidad, porque existen cosas que son peligrosas o desagradables y conviene evitarlas en la medida de lo posible, poner atención, protegerse, vigilar en entorno para evitar una agresión externa. Por ejemplo, es lógico tener miedo a meterse en el agua de un lago desconocido y sondear prudentemente las aguas antes de introducirse en él. Del mismo modo, es razonable temer a perder un buen empleo y dedicarle a él cuántos desvelos y cuidados precise. El ser humano que no tuviera temor de nada no sobreviviría mucho tiempo, pero llevamos dentro un miedo instintivo con respecto a determinadas situaciones peligrosas que nos permite no aventurarnos a riesgos exagerados.

La ansiedad, es otro asunto. Consiste en un miedo exagerado, no realista, inútil. El que está ansioso añade al temor un tercer elemento.
No sólo se dice: 1) Esto es peligroso para mí; 2) Es mejor que haga algo para protegerme; sino que dice y añade 3) PUESTO QUE SOY UNA PERSONA POCO CAPAZ, INCOMPETENTE Y SIN VALOR, Y PUESTO QUE UNA PERSONA ASI NO PUEDE HACER FRENTE ADECUADAMENTE A LOS PELIGROS REALES QUE LA AMENAZAN, NO PUEDO HACER NADA PARA SALVARME A MI MISMO, Y ¡ESTOY PERDIDO! (Ellis, 1973, p. 148).

La ansiedad es siempre inapropiada, porque:

Ante algo que se ve como un peligro, nada tan inteligente como intentar primero determinar si, en efecto, la cosa es peligrosa; y luego adoptar las medidas oportunas para evitarla o protegerse de ella. Los lamentos, los gritos, los gemidos ante el horror de la situación no la modifican en modo alguno; al contrario, esos desahogos no hacen sino disminuir la capacidad de adecuada preparación ante el peligro, haciendo aún más peligrosa la situación. Es mejor resignarse ante el peligro lo más tranquilamente posible si resulta imposible hacerle frente. Por ejemplo, si se tiene miedo a fracasar en un examen, no es bueno llenarse de ideas no razonables acerca de que un fracaso sería algo horrible y catastrófico, por ser falsas estas apreciaciones. Se consumen energías necesarias para el examen.
Ciertamente, ha habido muchos casos en que el opositor no ha sido dado como apto, no por no conocerse la materia objeto de las oposiciones, sino por la personalidad ansiosa e inadecuada que invita al tribunal a que esa persona no pueda ocupar determinado cargo.
Cierto es que el avión en que viajamos puede estrellarse o que nos puedan detectar un cáncer incurable, o tal vez que nuestra familia perezca en un accidente, pero en todo ello NADA PODEMOS HACER NOSOTROS.
Es posible vivir una vida razonablemente feliz sin estar imaginando catástrofes y riesgos constantemente, porque, de lo contrario, no pondríamos los pies fuera de la casa, pues la muerte nos puede acechar en la calle. Pero, si echamos el cerrojo, también nos podrá la ansiedad, porque puede declararse un incendio en la casa, o entrar en ella un asesino tras derribar la puerta.
He conocido a mucha gente que tiene fobia a los perros, ya que se dicen a sí mismos que sería horrible que le mordiera uno de esos animales.
Los hay que ni salen a la calle en cuanto oyen ladridos o sospechan de la presencia de algún can en las inmediaciones.
En realidad no son los perros los que les atemorizan, sino ellos mismos, al considerar que la mordedura de un perro es algo espantoso, cuando, en realidad, no es sino algo desagradable o algo que suponga un pequeño peligro.

Pensándolo bien, lo peor que nos puede pasar es que nos muramos, cosa que nos va a pasar a todos, un día u otro, de una manera o de otra.
No digo que la muerte sea algo agradable, sino que es algo normal, universal, que no puede ser calificado como "horrible", salvo que le demos una definición arbitraria.
Hay mucha gente que se pasa la vida penando por la muerte, en la creencia de que el vehículo para llegar a un suplicio eterno e inacabable en el infierno. Se aplican la idea no razonable número 3 al creer que son unos seres malos y perversos a los que un Dios justicieron condenará "para que aprendan".

Sinceramente, es mejor no tener fe alguna que creer en un Dios tan perverso y absurdo, pues un dios que castiga eternamente es contradictoria y niega el concepto mismo de Dios, por ser Este infinitamente bueno, inteligente, justo, no conciliándose este concepto con la idea de un dios sádico que llama a la desgracia eterna a criaturas que El mismo ha creado.
Que algunos seres humanos puedan llegar a ser crueles, sin duda alguna, hemos conocido y conocemos a personas que adolecen de esa condición, pero ni ellos mismos condenarían de ese modo a su propio hijo si cometiese una falta, ¡tendría que estar completamente loco!, y si está loco, no puede ser Dios. Quien creee en un dios semejante, deberá preguntarse si tiene verdadera fe o si no da crédito, por el contrario, a chismes y leyendas sin ninguna credibilidad.

Otras veces, la ansiedad no viene motivada por "el qué dirán", lo que van a pensar o decir de nosotros. Aun en el supuesto de que nos desprecien, de que nos insulten, no dejará de ser algo desagradable, pero no tenemos por qué andar instigando esas ideas en nuestra cabeza. No se puede echar a perder uno la vida ahondando y recordando la iniquidad de los hombres y la amargura de la existencia.
Perdonar a los enemigos es algo más que un acto cristiano o virtuoso, sino, ante todo, un medio eficaz de ahorrarse sufrimientos inútiles.
Si me paso la vida diciendo: "Fulanito es un perfecto cerdo... me ha hundido en la miseria... jamás lo olvidaré...", no consigo hacer daño sino a mí mismo.

Tenemos que darnos cuenta, también, de que muchas cosas o personas a las que, con toda razón, tuvimos miedo de niños, no resultan ya amenazadoras cuando alcanzamos la edad adulta. A diferencia del niño, el adulto domina su entorno y sus emociones, por lo que no es necesario que siga reviviendo temores antiguos sobre peligros que han dejado hace tiempo de serlo.

Es el caso de Isabel, que perdió a su madre al nacer. Su padre se casó poco después y de este segundo matrimonio hubo ocho hijos. La nueva esposa de su padre no congenió con ella, le pegaba a menudo y le imponía severos y frecuentes castigos. El padre, dominado por su mujer, asistía pasivamente a aquellos malos tratos y él mismo no parecía tener excesivo interés por su hija.
Isabel comenzó la escuela como una niña temerosa, temiendo recibir alguna bofetada; era una niña medrosa y callada, y se aterrorizaba ante la presencia de cualquier adulto que pudiera recordar a su madrastra.
Esta pasividad hizo que muchos profesores la tuvieran por estúpida y retrasada, diagnóstico que compartía Isabel, porque de este modo la dejarían tranquila.
A los nueve años la sacaron de la escuela y la pusieron a trabajar en la casa, de sirvienta para el resto de la familia, incluidos sus hermanastros, a merced de las críticas y malos tratos de su madrastra y sus hijos. ¡Una verdadera cenicienta!

Se marchó de casa a los veinte años, se puso a trabajar como limpiadora de platos y ayudante de cocina en una institución religiosa. A pesar de que su entorno y condiciones habían cambiado, y ya no recibía mal trato alguno, seguía siendo una persona temerosa, tímida, reconcentrada, silenciosa. No lloraba nunca ni reía nunca, ni manifestaba apenas otra emoción que no fuera el temor.

Tratar con ella fue complicado, porque cualquier cosa que se le dijese la podría tomar como un reproche hacia ella. Lo primero fue ponerle en antecedentes de que las situaciones sociales tienen un origen histórico, basadas en infancias desgraciadas, pero que esa infancia termina, y que la ansiedad del presente no puede venir determinada sino por las ideas actuales que alberga el espíritu, convenciéndose de la existencia de un peligro ilusorio en las relaciones personales con terceros.

Por ejemplo, no hablaba con su patrona y no existía causa alguna para no hacerlo, pues esa señora era simpática y agradable, nada parecida a su madrastra. Isabel decía: "No sé, es que soy tímida, siempre he sido tímida".
Le pregunté si había conocido a algún bebé tímido o si realmente está convencida de que venimos tímidos al mundo, y su respuesta fue que, seguramente, aprendemos a ser tímidos.

En efecto, aprendió a ser tímida, a reaccionar de esa manera, probablemente de muy niña, CON OCASION de los reproches y de los malos tratos de la madrastra, pero, sin embargo, no fueron esos malos tratos los que la hicieron tímida y reconcentrada.

¿Cómo que no?

Pues no, han sido las frases interiores que se repitió durante su infancia, frases como: ¡Qué desgraciada soy! ¡Mi madre me ha dejado huérfana y mi madrastra me detesta! ¡Qué injusto es todo esto! Y mi padre, que debería intervenir para defenderme, ¡qué cobarde! No hace nada. Estoy sola en el mundo. No puedo defenderme; son demasiado fuertes para mí...".

¡Cuántas noches se pasó Isabel llorando en la cama mientras pensaba en su madre y la pedía que viniera a buscarla, antes que seguir viviendo esa vida tan desgraciada!.

Además, comparaba a su madrastra con las madres de los demás niños, y éstas le parecían cariñosas y amables, en tanto su madrastra no dejaba pasar una sola ocasión para hacerle daño.

Pasaba vergüenza en clase, vergüenza de su padre, y evitaba que los demás supieran cómo se le trataba en casa.

De niña, era normal que eso sucediese, pero, llegada a la edad de la adolescencia, continuó repitiéndose esas frases, a pesar de que ya su madrastra no le pegaba hacía algún tiempo. En el momento en que abandonó esa casa, debería haber puesto punto y final a esas ideas no razonables de autoconmiseración, pero, al no hacerlo, continuaba siendo apocada, callada, temerosa, tímida, con apariencia estúpida.

Comprendió que su situación actual venía dada por la creencia de que la gente podría hacerle daño, que la gente era peligrosa y agresiva.
Comprendió que tendría que corregir su pensamiento a fin de dejar de tener miedo a la gente.
Pese a todo, cuando tenía que desarrollar un trabajo y el jefe se quedaba mirando, un sudor frío recorría su cuerpo y el corazón le latía intensamente y muy rápido, bajo el nudo de la garganta provocado por la ansiedad. En ese momento se decía interiormente: "ni siquiera voy a poder hacer este trabajo y me van a echar a la calle. ¡Qué desgraciada, qué catástrofe, qué injusticia, qué miserable soy...".

Su reacción inicial, para curarse de esas ideas no razonables, fue autoconsiderarse como una enferma, retirándose a sollozar durante un buen rato y actuando como un tonto el resto del día. Es decir, le había puesto ansiosa el saberse una persona ansiosa.

El trabajo para la confrontación consistía en que se diera cuenta de que las ideas negativas y no razonables que le rondaban no lo eran porque fueran negras no malas, sino porque eran FALSAS. No se trata de contarse historias bonitas o negándose a ver de frente la vida y fijarse sólo en lo positivo, no; el optimismo no es más positivo que el pesimismo, a la larga; lo preferible es atenerse a lo real, a todo lo que existe en nuestro entorno, pues ese todo es lo que existe de hecho.

Había utilizado también el método de pensar que aunque nadie en el mundo la quisiera, siempre tendría en el Cielo a su madre, que sí la querría, pero volvían las angustias a la menor ocasión.
Este último método no funciona, porque contiene el argumento de que es espantoso que haya muerto el único ser amoroso y protector, condenando a la sobreviviente a llevar una mísera vida, desamparada y sin amor.

La angustia aparece por querer hacer las cosas PERFECTAS, los gestos en las relaciones con los demás también perfectos, las palabras dirigidas a otra persona, también perfectas, igual que los gestos o la apariencia física.

Si proponemos a otra persona compartir la tarde de un domingo y esa persona nos dice que no, no pasa nada; tendrá sus razones o no me querrá, pero ese es un problema de ella, no mío. Nos dirigiremos a otra persona a proponérselo, que alguna aceptará.

Si seguimos este último método y vamos ampliando los objetivos, irá disminuyendo la ansiedad y nos haremos más joviales y acogedores.
Generalmente, a las personas que superan el problema de la ansiedad, les cambia la apariencia física, suelen ponerse a practicar algún deporte, se comienzan a arreglar y vestir mejor, desapareciendo paulatinamente las bolsas que genera en los ojos el insomnio.

Para descubrir si padecemos ansiedad, resumo brevemente las principales técnicas que podemos utilizar para combatir la ansiedad y deshacernos de ella.

En primer lugar, hemos de rastrear las ideas que subyacen a nuestra ansiedad. Descubriremos que suelen ser del tipo ¡es espantoso..., sería tremendo..., qué horror! Seguidamente nos preguntaremos si eso que nos amenaza es realmente espantoso, tremendo, horrible. De ser cierto, no cabe sino tomar conciencia de la realidad y prepararse para afrontarlo,
lo que suele llevar a la desaparición de la ansiedad.

En segundo lugar, si la situación es objetivamente peligrosa, examinar las posibilidades de cambiarla o evitarla. Si fuere imposible, no queda más que aceptar lo irremediable sin atormentarse o angustiarse, lo cual no haría sino aumentar las probabilidades de sufrir lo que se quiere evitar.

En tercer lugar, es muy probable que no baste con utilizar únicamente los pensamientos para liberarnos de nuestros miedos exagerados. Habrá que pasar a la acción aun cuando el miedo no haya pasado por completo.
Hay personas que no toman decisión alguna hasta que no ha desaparecido el miedo, y esto es un error. Se pierde mucho el tiempo, ya que la acción y la reflexión sobre los resultados de la acción son medios muy eficaces para hacer que desaparezcan lo miedos no-realistas.
Así, hay que dejar de mimarse y poner manos a la obra. Ante todo, no hay que repetirse que uno es incapaz de realizar tal gesto, porque casi siempre eso es completamente FALSO.

En cuarto lugar, si se examina cuidadosamente, muchas veces constataremos que, bajo el miedo aparentemente objetivo, se esconde el miedo no-realista de desagradar a alguien o de tener que soportar sus críticas. Hay mujeres que, aun teniendo el carné de conducir, no conducen el coche que usa habitualmente su esposo, por miedo a tener un accidente o arañar el vehículo. En el fondo, lo que temen es a las reprimendas del marido.
Deberían saber que esas reprimendas no les afectarán sino en la medida en que ellas mismas les concedan importancia.

En quinto lugar, así como no hay que exagerar la magnitud de los peligros, tampoco, por otra parte, es deseable que se desorbite la importancia de las cosas agradables, si bien sin llegar a que todo es polvo y ceniza, no hay que pasarse tampoco en esto.

En sexto lugar, a corto plazo funciona la diversión para aliviar la ansiedad.
Por ejemplo, a una persona tímida y ansiosa le podría convenir romper el fuego hablando en público, si bien se concentrará más y mejor en su empeño si se vuelca en el texto antes que en las reacciones del público.

En séptimo lugar, deberemos recordar que muchos de los miedos vividos de niño deben dejar de serlo cuando somos adultos. Nuestros padres podrían calentarnos el trasero hace años, pero es totalmente improbable que haga lo mismo ahora con nosotros el jefe de la oficina, por ejemplo.

Hay que vivir alerta contra los pensamientos no-realistas, siempre formarán islotes de resistencia en nuestro cerebro, pero que ese afán de perfeccionismo, que acompaña a la ansiedad, no sustituya a ésta por el sentimiendo de culpabilidad, al no haber conseguido una confrontación perfecta, pues no ganaremos mucho con el cambio.

Lo más realista es luchar contra la ansiedad planteando contra ella una doble ofensiva, por el pensamiento y por la acción, tal y como hemos descrito anteriormente.
 
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