Bueno, continuando con la saga de capítulos acerca de la auto ayuda para los casos en que tengamos angustia, depresión e ideas negativas, abordo el capítulo once, en la confianza en que, al menos a una sola persona, le pueda servir de algo en los momentos en que se encuentre con ansiedad y las demás sensaciones arriba enunciadas.
A lo largo de nuestra vida se producen situaciones que hay que afrontar directa y abiertamente, no nos sirve andar dando largas o utilizando la táctica del avestruz, postergando soluciones que se están reclamando por esas mismas situaciones, por muy dolorosas o costosas que sean.
Por ejemplo, en el frecuente caso de una mujer tipo, de unos treinta años, soltera, que lleva algún tiempo manteniendo relaciones con un hombre casado, mayor que ella, que busca en esa mujer la confirmación a su virilidad. Este tipo de hombres buscan en su querida un mantenimiento de la juventud perdida, del galán ya desaparecido en su hogar y en el que no es sino un esposo y un padre más. Es frecuente que la mujer treintañera escuche promesas de divorcio y largas a esta decisión, por tal o cual causa. También es frecuente que esta mujer, que hace el papel de amante, vaya envejeciendo en su posición de segundona, alejándose de otras relaciones de amistades o con otros hombres. Frecuente es, así mismo, que no se atreva a poner punto y final a una situación que está destrozando lentamente su vida, perjudicándola hasta límites que sólo la perspectiva del tiempo vivido le hará vívidos.
Es frecuente que esta mujer se aferre al hombre casado, por ser una certeza y el futuro sin él una incertidumbre, saboteando su propia vida de tal modo que ni su peor enemigo lo haría mejor y con peores efectos.
Este tipo de mujeres, que he puesto de ejemplo, conservan de adultos una actitud característica de la infancia. Cuando un niño tiene hambre o sed se poner a gritar, su madre, por lo general, se ocupa de él y le acerca en seguida el biberón a su boca. Para el bebé, de ahí a imaginar que son sus gritos y lloros los que han hecho aparecer el biberón, no hay más que un paso. De este modo desarrolla la noción de que, cuando quiere algo, le basta con expresar su deseo con suficiente vehemencia para verlo satisfecho. Es un ejemplo de lo que se ha llamado el "pensamiento mágico" o "prelógico".
Hay quienes parecen seguir creyendo durante años que les basta "querer" un resultado para que éste se produzca, y las sucesivas decepciones no parecen hacerles ver el error en sus concepciones ni que se den cuenta de que en esta vida nada hay gratuito, sino que todo se paga, bien sea con dinero o, las más de las veces, con esfuerzos personales.
Es decir, el hedonista a corto plazo no sabe gozar verdaderamente de la vida. Con su voracidad por disfrutar satisfacciones pasajeras, se priva tontamente de otras mucho más sustanciales y permanentes, pero cuyo logro exige de él esfuerzos que niega a hacer. Lejos de ser libre, es, por el contrario, prisionero de su impulsividad y de su falta de disciplina personal.
No se trata de someterse a un régimen prusiano y convertirse en un autómata, porque puede ser enfermizo cargarse a las espaldas muchas pseudo-obligaciones y forzarse a rituales inútiles, como no admitirse ninguna excepción al horario cotidiano o hacer las mismas cosas a las mismas horas de cada día. Esta actitud, generalmente encubre una gran ansiedad, que la persona se esfuerza en combatir adoptando un comportamiento rígido y estereotipado. Por el contario, se trata de llegar a discernir entre las acciones verdaderamente esenciales y necesarias -que siempre serán muy pocas-, ya sean necesarias por sí mismas (comer, beber, abrigarse, dormir) ya lo sean por su conexión lógica con algún objetivo que uno se propone alcanzar. Después, sólo queda cumplirlas lo más rápida y eficazmente posible.
Así, se puede alcanzar una autodisciplina si averiguamos cuáles son las frases no realistas concernientes al tema. Podrían ser frases como. "Jamás conseguiré disciplinarme a mí mismo... Es más fácil seguir siendo como soy... Es preferible disfrutar de lo que ocurre..." Será, pues, mejor reemplazarlas por pensamientos realistas como: "Aunque sea difícil disciplinarme, con tiempo y esfuerzo puedo conseguirlo... Quizá sea difícil conseguir esta tarea, pero no será "demasiado" difícil, a no ser que yo la defina así... Quizá sea más fácil "de momento" seguir siendo como soy, pero no me es ventajoso a largo plazo... Está bien disfrutar de lo pasajero, con tal de que no me impida poder vivir una vida más agradable después...".
En ocasiones, podrá sernos de utilidad adoptar tácticas que nos hagan la labor más fácil. Por ejemplo, muchas veces es útil fraccionar los propios objetivos en sub-objetivos limitados, planificar una acción larga y compleja dividiéndola en sus elementos constitutivos. Si queremos dejar de beber en exceso o perder peso, se conseguirá más fácilmente si lo hacemos progresivamente, en lugar de pretender dejarlo de golpe, al estilo de Alcohólicos Anónimos: "sólo por por hoy dejaré de beber".
El novelista Graham Greene cuenta en su autobiografía que él logró escribir sus obras obligándose a emborronar cada día determinado número de páginas, es decir, con disciplina.
Como en casi todo, un proyecto de autodisciplina al principio no resulta fácil. Sólo con el tiempo y la repetición de actos las cosas se van haciendo más sencillas. Será mejor, pues, que vayamos aceptando que vamos a seguir un determinado régimen alimenticio, a levantarnos a diario a una hora razonable o a controlar nuestros impulsos institivos.
Incluso es conveniente, al principio, brindarnos algún tipo de autoprotección que nos proteja de nuestra natural inercia hacia los hábitos anteriores. Por ejemplo, después del esfuerzo de realizar los actos de autodisciplina, podemos embarcarnos en una actividad relajante, como ver nuestro programa favorito de televisión pero como premio merecido al esfuerzo anteriormente realizado, o tomarnos una cerveza después de haber limpiado toda la casa, no antes.
Si queremos de verdad triunfar en la vida, si queremos alcanzar la verdadera dicha y felicidad, nos será indispensable introducir en nuestras vidas una apreciable dosis de autodisciplina.
De no hacerlo así, seguiremos siendo la amante del hombre casado y objeto de su conveniencia, escogiendo un presente mediocre y con relativas satisfacciones y negándonos un futuro, si no perfecto, al menos nuestro, sin depender sino de nosotros y no del capricho de cada momento, propio o ajeno. Debemos aprender a decir no, sin dudar, sabiendo qué es lo que queremos y lo que realmente nos conviene.
Finalmente, sé muy bien que no está de moda hablar de disciplina en los tiempos que corren y que parece una palabra pasada de moda, que recuerda a tiempos ya pasados, pero sin un mínimo de autodisciplina no se alcanza el objetivo esencial: ser nosotros mismos.
A lo largo de nuestra vida se producen situaciones que hay que afrontar directa y abiertamente, no nos sirve andar dando largas o utilizando la táctica del avestruz, postergando soluciones que se están reclamando por esas mismas situaciones, por muy dolorosas o costosas que sean.
Por ejemplo, en el frecuente caso de una mujer tipo, de unos treinta años, soltera, que lleva algún tiempo manteniendo relaciones con un hombre casado, mayor que ella, que busca en esa mujer la confirmación a su virilidad. Este tipo de hombres buscan en su querida un mantenimiento de la juventud perdida, del galán ya desaparecido en su hogar y en el que no es sino un esposo y un padre más. Es frecuente que la mujer treintañera escuche promesas de divorcio y largas a esta decisión, por tal o cual causa. También es frecuente que esta mujer, que hace el papel de amante, vaya envejeciendo en su posición de segundona, alejándose de otras relaciones de amistades o con otros hombres. Frecuente es, así mismo, que no se atreva a poner punto y final a una situación que está destrozando lentamente su vida, perjudicándola hasta límites que sólo la perspectiva del tiempo vivido le hará vívidos.
Es frecuente que esta mujer se aferre al hombre casado, por ser una certeza y el futuro sin él una incertidumbre, saboteando su propia vida de tal modo que ni su peor enemigo lo haría mejor y con peores efectos.
Este tipo de mujeres, que he puesto de ejemplo, conservan de adultos una actitud característica de la infancia. Cuando un niño tiene hambre o sed se poner a gritar, su madre, por lo general, se ocupa de él y le acerca en seguida el biberón a su boca. Para el bebé, de ahí a imaginar que son sus gritos y lloros los que han hecho aparecer el biberón, no hay más que un paso. De este modo desarrolla la noción de que, cuando quiere algo, le basta con expresar su deseo con suficiente vehemencia para verlo satisfecho. Es un ejemplo de lo que se ha llamado el "pensamiento mágico" o "prelógico".
Hay quienes parecen seguir creyendo durante años que les basta "querer" un resultado para que éste se produzca, y las sucesivas decepciones no parecen hacerles ver el error en sus concepciones ni que se den cuenta de que en esta vida nada hay gratuito, sino que todo se paga, bien sea con dinero o, las más de las veces, con esfuerzos personales.
Es decir, el hedonista a corto plazo no sabe gozar verdaderamente de la vida. Con su voracidad por disfrutar satisfacciones pasajeras, se priva tontamente de otras mucho más sustanciales y permanentes, pero cuyo logro exige de él esfuerzos que niega a hacer. Lejos de ser libre, es, por el contrario, prisionero de su impulsividad y de su falta de disciplina personal.
No se trata de someterse a un régimen prusiano y convertirse en un autómata, porque puede ser enfermizo cargarse a las espaldas muchas pseudo-obligaciones y forzarse a rituales inútiles, como no admitirse ninguna excepción al horario cotidiano o hacer las mismas cosas a las mismas horas de cada día. Esta actitud, generalmente encubre una gran ansiedad, que la persona se esfuerza en combatir adoptando un comportamiento rígido y estereotipado. Por el contario, se trata de llegar a discernir entre las acciones verdaderamente esenciales y necesarias -que siempre serán muy pocas-, ya sean necesarias por sí mismas (comer, beber, abrigarse, dormir) ya lo sean por su conexión lógica con algún objetivo que uno se propone alcanzar. Después, sólo queda cumplirlas lo más rápida y eficazmente posible.
Así, se puede alcanzar una autodisciplina si averiguamos cuáles son las frases no realistas concernientes al tema. Podrían ser frases como. "Jamás conseguiré disciplinarme a mí mismo... Es más fácil seguir siendo como soy... Es preferible disfrutar de lo que ocurre..." Será, pues, mejor reemplazarlas por pensamientos realistas como: "Aunque sea difícil disciplinarme, con tiempo y esfuerzo puedo conseguirlo... Quizá sea difícil conseguir esta tarea, pero no será "demasiado" difícil, a no ser que yo la defina así... Quizá sea más fácil "de momento" seguir siendo como soy, pero no me es ventajoso a largo plazo... Está bien disfrutar de lo pasajero, con tal de que no me impida poder vivir una vida más agradable después...".
En ocasiones, podrá sernos de utilidad adoptar tácticas que nos hagan la labor más fácil. Por ejemplo, muchas veces es útil fraccionar los propios objetivos en sub-objetivos limitados, planificar una acción larga y compleja dividiéndola en sus elementos constitutivos. Si queremos dejar de beber en exceso o perder peso, se conseguirá más fácilmente si lo hacemos progresivamente, en lugar de pretender dejarlo de golpe, al estilo de Alcohólicos Anónimos: "sólo por por hoy dejaré de beber".
El novelista Graham Greene cuenta en su autobiografía que él logró escribir sus obras obligándose a emborronar cada día determinado número de páginas, es decir, con disciplina.
Como en casi todo, un proyecto de autodisciplina al principio no resulta fácil. Sólo con el tiempo y la repetición de actos las cosas se van haciendo más sencillas. Será mejor, pues, que vayamos aceptando que vamos a seguir un determinado régimen alimenticio, a levantarnos a diario a una hora razonable o a controlar nuestros impulsos institivos.
Incluso es conveniente, al principio, brindarnos algún tipo de autoprotección que nos proteja de nuestra natural inercia hacia los hábitos anteriores. Por ejemplo, después del esfuerzo de realizar los actos de autodisciplina, podemos embarcarnos en una actividad relajante, como ver nuestro programa favorito de televisión pero como premio merecido al esfuerzo anteriormente realizado, o tomarnos una cerveza después de haber limpiado toda la casa, no antes.
Si queremos de verdad triunfar en la vida, si queremos alcanzar la verdadera dicha y felicidad, nos será indispensable introducir en nuestras vidas una apreciable dosis de autodisciplina.
De no hacerlo así, seguiremos siendo la amante del hombre casado y objeto de su conveniencia, escogiendo un presente mediocre y con relativas satisfacciones y negándonos un futuro, si no perfecto, al menos nuestro, sin depender sino de nosotros y no del capricho de cada momento, propio o ajeno. Debemos aprender a decir no, sin dudar, sabiendo qué es lo que queremos y lo que realmente nos conviene.
Finalmente, sé muy bien que no está de moda hablar de disciplina en los tiempos que corren y que parece una palabra pasada de moda, que recuerda a tiempos ya pasados, pero sin un mínimo de autodisciplina no se alcanza el objetivo esencial: ser nosotros mismos.