PSICOTERAPIA USANDO LA RAZON (XIV) Es demasiado fatigoso

zarbel

Cogollito
25 Agosto 2004
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Près de la France
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Es tan cansado vivir que acaba uno muriéndose, dijo un humorista.
La verdad es que, a veces, las dificultades que nos encontramos nos parecen agotadoras, por lo que no es raro que caigamos en la idea no razonable siguiente: "La mayor felicidad humana se puede alcanzar por la inercia o la inacción, dejándose vivir pasivamente".

Esta idea, que parece budista, está presente en muchos de nosotros, y es una idea o realista porque:

Para empezar, nuestro organismo está estructurado de tal forma que su desarrollo exige una actividad casi constante. Así se demuestra en los niños, que no paran de moverse, correr y saltar constantemente. Hans Selye subraya claramente la necesidad biológica de la actividad y la importancia de que toda persona mantenga en su vida un nivel óptimo de stress: "La cantidad de stress qeu se requiere para la felicidad varía mucho según los individuos. Aquellos a quienes basta una vida puramente pasiva o vegetativa son verdaderamente excepciones. Aun las personas más desprovistas de ambición, rara vez se satisfacen con una existencia que no les proporcione más que lo esencial: alimento, techo y vestido. La inmensa mayoría de los humanos necesita más que todo eso. Y son raros los que defienden con cuerpo y alma un ideal y están dispuestos a consagrar toda su vida a alcanzar una determinada perfección a base de realizaciones que exigen a la vez perseverancia y posibilidades mentales extraordinarias. La mayoría de la humanidad se sitúa entre estos dos extremos" (Selye, 1974, p. 79).

De ello se sigue, pues, que el ejercicio prolongado de actividades relativamente pasivas -espectáculos, televisión, lectura de diarios o revistas de contenido superficial- provoca rápidamente el aburrimiento y la desgana, porque esas actividades no estimula suficientemente a nuestro organismo.
En cambio, las actividades que exigen un esfuerzo físico o mental proporcionan, por lo general, un sentimiento agradable de plenitud y de realización. Hay numerosos estudios de psicología industrial que llegan todos a la misma conclusión: el rendimiento de un empleado es mejor y su motivación más elevada cuando se le confía un trabajo en el que puede ejercitar en determinada medida su iniciativa e ingenio, sobre todo cuando se le deja completar una parte significativa y unificada de ese trabajo, más que cuando se le confía la repetición mecánica de actos minuciosamente fragmentados (Kahn, 1973).

El ser inerte y pasivo no vive verdaderamente; experimenta una semi vida hecha de aburrimiento y de hastío, al privarle del placer que le supondría la acción, de la que le aparta su pasividad.

Con muchos otros especialistas que estudian la persona, subraya Saint Arnaud la importancia que tiene en la vida de los hombres la satisfacción de las necesidades de amar, de crear y de comprender (Saint-Arnaud, 1974). Esta satisfacción no se puede lograr sin una considerable inversión de energía. Para amar a los demás debo salir de mi aislamiento, orientar mi cuerpo y mi espíritu al contacto interpersonal. Para crear, he de obligarme a superar mi pasividad, orientar mi espíritu y mi cuerpo al contacto con el mundo material. Para comprender, tengo que sacudir el letargo de mi espíritu, estimular su actividad en el contacto con las ideas. Vivir plenamente, ¿no es fundamentalmente amar, crear y comprender?

Quien no despereza no vive realmente, y la pereza, además de la madre de todos los vicios, lo es del aburrimiento y de la desgana.

La mayor parte de las personas que se quejan de no tener interés por nada, salvo casos concretos de malestar físico, son personas paralizadas en su acción por algún miedo., la mayoría de las veces por miedo al fracaso. Como creen que no podrían soportar un fracaso, evitan toda acción cuyo resultado no esté perfectamente asegurado. Y como esa seguridad es casi siempre imposible de conseguir, la consecuencia es que vegetan en una marcada inacción.

Maru era de este tipo de mujeres. Había llegado a persuadirse de que era tonta, estúpida e incapaz de interesar a nadie, y había alcanzado un grado notable de pasividad. Se ausentaba lo más que podía de su trabajo, so pretexto de enfermedades imaginarias, y era capaz de estar horas y horas mirando la televisión, durmiendo y vegetando en su apartamento de soltera. Sus relaciones sociales se limitaban a su familia más inmediata y a un par de amigas. Había llegado incluso a evitar salir para hacer las compras y prefería hacer los pedidos por internet o por teléfono, para recibir las compras en el mismo domicilio.

Su vida era aburrida, triste e interminable. Como siempre ocurre, su inactividad llevaba consigo una disminución de la confianza en sí misma. Se consideraba cada vez menos capaz de conseguir nada, cayendo en el círculo vicioso que tiende a perpetuarse a sí mismo.

Afortunadamente, había aún ganas de vivir en Maru, igual que ocurre con la mayoría de nosotros, que tenemos fuertemente arraigado en nosotros ese instinto de supervivencia que se traduce en ganas de vivir.

Los temores que nos paralizan, de ordinario no pueden ser vencidos con el solo pensamiento. Hay que añadirle la acción directa, sin esperar a que los miedos hayan desaparecido. Desgraciadamente, muchas personas se engañan a sí mismas esperando precisamente eso: haber vencido sus miedos para actuar. En general, es más útil aventurarse a la acción aun teniendo miedo, puesto que la acción en sí misma y su resultado tienen como efecto el disminuir o hacer que desaparezcan nuestros miedos irracionales. Es posible convencerse de que no hay ningún peligro en tomar la palabra en una reunión, pero más eficaz es intervenir de hecho en el diálogo, aun cuando uno no se sienta completamente seguro. La constatación de que no sucede nada terrible constituye un poderoso reforzamiento en orden a la repetición de esa acción y a la extinción del temor.

Una actividad de entrega, como amar a los demás, promete las más envidiables recompensas. Por el contrario, concentrarnos demasiado en nuestros problemas personales, no nos dará tales premios.

También es a menudo muy gratificante dedicarse a una ocupación satisfactoria, a la que consagrar tiempo y esfuerzo, a la que haya que dedicar una dedicación física y mental. Cuanto más compleja sea la ocupación, más probable es que mantenga nuestra atención y nos proporcione la reconfortante satisfacción. Hay quien cultiva su huerto, arregla su casa, aprende ajedrez, perfecciona el manejo de un instrumento musical, avanza en sus conocimientos culinarios, escribe poemas o lee, en lugar de matar el tiempo viendo la televisión o haciendo sopas de letras.

El tiempo que se mata paga con la misma moneda; el que se emplea de manera creativa ayuda a seguir viviendo.

Forzándonos, con el pensamiento y con la acción, a combatir nuestras tendencias a la inercia y a la inactividad, aumentarán nuestras probabilidades de disfrutar de una vida con momentos más intensos, más agradables.
 
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