Crónica desde Boston

zarbel

Cogollito
25 Agosto 2004
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Près de la France
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Neoinquisidores

Estado niñera
Jeff Jacoby

Claro, ¿para qué romperse la cabeza en tomar nuestras propias decisiones sobre las grasas hidrogenadas, o sobre lo que sea, cuando hay burócratas metomentodo dispuestos a tomarlas por nosotros? El Gran Hermano ha estado ocupado.

El consejo de salud pública del ayuntamiento de Nueva York aprobó recientemente la prohibicióndel uso de grasas hidrogenadas en los restaurantes, una medida que obligará a muchos de los 26.000 restaurantes de la Gran Manzana a alterar radicalmente el modo en que preparan la comida. La prohibición parece llamada a servir de modelo para otras ciudades como Chicago, donde ya se han propuesto prohibiciones similares.

¿Es buena idea evitar la comida cocinada con grasas hidrogenadas? Eso depende de lo que usted considere bueno, Se dice que las grasas hidrogenadas elevan el riesgo de enfermedades cardiacasal incrementar los niveles de colesterol LDL (el malo). También contribuyen al sabor de muchos platos fritos y al horno, y proporcionan una alternativa económica a las grasas saturadas. Al igual que la mayor parte de las cosas en la vida, las grasas hidrogenadas conllevan tanto riesgos como beneficios. ¿Superan los riesgos probables a largo plazo para la salud al placer a corto plazo? Esa es la pregunta del millón, una que científicos y reguladores no pueden responder.

Personas distintas tienen prioridades distintas. Hacen elecciones diferentes sobre las grasas de su dieta, igual que hacen elecciones distintas sobre si conducir o no un Toyota, tomar o no café solo, o hacerse o no un tatuaje. En una sociedad libre, hombres y mujeres deciden ese tipo de cosas por sí mismos. En Nueva York, ahora son un poco menos libres. Y puesto que la pérdida de libertad en cualquier parte es una amenaza para la libertad en todas partes, también el resto de nosotros somos ahora un poco menos libres.

Pero la lenta erosión de la libertad no preocupa a estos abusones que nos imponen su propio estilo de vida. Están muy seguros de que tienen el derecho a dictar los hábitos culinarios de los demás, y todos los demás hábitos, ya que estamos. "Básicamente es una forma de veneno lento", afirmó David Katz, del Yale Prevention Research Center. "Aplaudo al ayuntamiento de Nueva York y, francamente, creo que la prohibición debería imponerse a nivel nacional".

Claro, ¿para qué romperse la cabeza en tomar nuestras propias decisiones sobre las grasas hidrogenadas, o sobre lo que sea, cuando hay burócratas metomentodo dispuestos a tomarlas por nosotros? La libertad puede ser tan engorrosa... ¿Quién no prefiere que el Gran Hermano prohíba directamente las cosas –digamos, fumar en los bares, o ir en bicicleta sin casco, o fumar marihuana, o fumar, o realizar un trabajo por menos que el salario "mínimo"– a permitirse la libertad de elegir por uno mismo?
"Una prohibición a nivel nacional", afirma Katz embelesado. Es una tentación antigua. La prohibición neoyorquina sobre las grasas hidrogenadas fue aprobada el 5 de diciembre, justo setenta y tres años después de la revocación de la Prohibición, la madre de todas "las prohibiciones nacionales".

Pero el Gran Hermano no siempre aparece como una niñera intimidadora. En ocasiones se disfraza en su lugar de víctima de abusones.

Considere la desafortunada situación de Scott Rodrigues, un hombre de Cape Cod que perdió su trabajo en la empresa de jardinería Scotts cuando una prueba de drogas mostró que había violado una norma de la compañía que impide fumar en cualquier momento, dentro o fuera del trabajo. Scotts ya no contrata fumadores porque elevan el coste del seguro medico y Rodrigues, un fumador de los de paquete al día, conocía la política e intentó dejarlo. Cuando fue despedido había reducido su consumo a seis cigarrillos al día, mas o menos.

Ahora afirma que Scotts violó su privacidad y derechos civiles, demandando a su ex-patrón en el Tribunal Superior. "Lo que hagan los empleados en su vida privada es asunto suyo", declaraba su abogado al Boston Globe. "Lo siguiente será decir: 'No hace suficiente ejercicio'... No creo que nadie debiera fumar cigarrillos, pero mientras sea legal, no es en absoluto asunto del patrón mientras no se haga en el lugar de trabajo".

Es difícil no sentir una cierta simpatía hacia Rodrigues. Muchas actividades ponen en peligro la salud y pueden elevar el precio del seguro sanitario, desde comer hasta hartarse hasta el sexo promiscuo. Pero ninguna de ellas parece ser motivo de despido en Scotts. Tratar así sólo a los fumadores parece arbitrario.

Pero, arbitrario o no, Scotts tiene derecho a poner las condiciones que quiera a sus empleados, con la significativa excepción de las "categorías protegidas" –raza, religión, etc.– incluidas en los estatutos de derechos civiles. Rodrigues no ha sido engañado. Nadie lo obligó a aceptar un empleo en una empresa tan contraria al tabaco. Scotts es una empresa privada, y si elije no contratar a fumadores –o esquiadores, o socialistas o fans de Seinfeld– esa elección debería ser legalmente inatacable. Rodrigues es libre de airear su enfado, por supuesto. Puede criticar públicamente a Scotts, y hasta organizar un boicot. También puede trabajar en alguno de sus competidores.

Pero obligar a la compañía a defenderse de una demanda sin argumentos es ir demasiado lejos. Es un abuso del poder del Estado, un ataque a la libertad de los empleadores de operar en el mercado como mejor prefieran. Es un tipo de intimidación distinta a la prohibición de las grasas hidrogenadas, pero no deja de ser también un acto de intimidación.

El precio de la libertad, advertía Thomas Jefferson, es estar eternamente vigilantes. Pero muy pocos de nosotros han permanecido alerta. Y los abusones siguen ganando terreno.
Jeff Jacoby, columnista del Boston Globe.
 
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