Bueno, en mi intento de ayudar al amigo mota, pongo una historia, y como no, hecha por un gran amigo.... es un poco particular, no espereis sacar ninguna reflexion, simplemente es una historia basada en una excursion que realizamos unos colegas y yo, esta alterada en la forma de expresarse pero no, en la mayoria de los hechos que son reales......
Eso si, aconsejo leerla tras un porro de la maria que no hos apalanque si no todo lo contrario, y hos ponga risa floja...... a mi me encanta leerla por ejemplo con una belladona...... Saludos!!
SENDERO DEL HONDOJÓN
La historia que voy a relatar a continuación es verídica, pueden corroborar mis datos el ciervo que vende pipas en la esquina de la 43 con Madison y la vieja chaqueta de lana del señor Thompson que vive en Pointdexter, pregúntenles a ellos si en algún momento ponen en duda mi relato…
Todo comenzó un día de pedo, en realidad todo comienza un día de pedo, yo creo que todas las historias deberían comenzar con: -“Todo comenzó un día de pedo en…”; pero bueno, de lo que yo crea a lo que en realidad sea coherente hay un poco de camino que recorrer…
En tal día de pedo dos jóvenes llamados… Tosferina y Migraña acordaron realizar una ruta campestre en plan picnic por un lugar llamado “La fábrica del viento”. Aquel lugar se había ganado tal nombre a fuerza de echar a despreocupados paseantes con la fuerza de sus vientos, a fuerza de hacer que los montañeros se inflaran como globos si abrían la boca, un terrible lugar por el que Tosferina y Migraña sentían una extraña atracción.
En otro día de pedo diferente se les unió otro tercer joven, Melopea, que para celebrar el nuevo pacto creado se quedó dicho día hasta las seis y media de la mañana en el bosquecillo filosofando con los sabios del lugar.
Y llegó el esperado día, Tosferina iba equipado con un cubo de rubick, una teta de goma, comida y un calzado especial hecho por los dioses a base de bolsas en los pies; Migraña había sido más conservador y su petate estaba lleno de crema de sol, comida y agua, además del indispensable mapa que un día se curró el Tosferina para no perderse en la zona y su perra Pateanieve; por último, Melopea había llegado al punto de reunión cargado de galletas reconstituyentes, media bolsa de minichetos, comida, y un extraño artilugio que reproducía la música de moda en la montaña… Todo estaba dispuesto para partir.
Durante el viaje hasta el punto de partida de la ruta Melopea les habló a los otros dos de cómo en su infancia su familia había poseído muchas tierras en el lugar e incluso habían sido poseedores del garaje más pequeño del mundo, pero todo eso se vendió hace tiempo y las posibilidades de Melopea de bailar con la cachonda local en las fiestas del pueblo en la plaza mayor se habían esfumado.
Al llegar al inicio de la ruta observaron con sorpresa que el lugar estaba vacío, no había ni vascos, demasiado dura, incluso para ellos…
Comenzaron a caminar despreocupados y sin magulladuras en los pies, es importante comenzar así, si fuera al revés iban jodidos, como podréis comprobar después. Durante este primer trayecto charlaron y departieron acerca del origen del agua que circulaba por aquel precioso valle glaciar que, en ocasiones, tenían que vadear; saltar estos pequeños cursos de agua era un engorro para todos menos para Pateanieve, a la que le encantaba rebozarse en las charcas y mucho más en los regatillos, y para Tosferina, que gracias a su cómodo calzado podía caminar sobre el agua sin dificultad…
Los primeros indicios de nieve les hicieron felices, Pateanieve sentía como si viviera una segunda juventud…
Las cuestas y los sube-bajas del principio fueron desgastando poco a poco las fuerzas extra iniciales con las que los tres aventureros habían llegado, por lo que tuvieron que recurrir, cada uno a su modo, a refrenar el ritmo de la marcha, ya fuera con ponderados comentarios sobre las vistas hacia atrás o con el típico vamos a tomar un poco de agua… e incluso haciendo que se caían al saltar un alambre de espino y romperse el pantalón o desgarrándose levemente la camiseta… Tales argucias no hicieron sino aumentar algo más si cabe el deseo de coronar la montaña, el Popocatepel estaba a punto de entrar en erupción, parecía como si la tierra quisiera exhalar su último aliento y un pequeño tapón de roca maciza de 1800 m. de diámetro se lo impidiera, debíamos darnos prisa si no queríamos que nos cogiera la tormenta de nieve... (Al filo de lo imposible).
Pronto llegaron al primer circo glaciar, el de la derecha según subes, sus magníficas aristas albergaron en un tiempo lejano una ingente cantidad de hielo que fluía hacia el valle a velocidades tremendamente lentas… En el fondo se había formado un pequeño lago en cuya orilla los tres aventureros pararon a darse un chapuzón y comer algo antes de iniciar la ascensión. A Tosferina se le ocurrió enterrar en la nieve una cáscara de plátano mientras que los otros reponían fuerzas con las galletas de Melopea.
Durante la frugal comida estuvieron divagando acerca de las profesiones más estúpidas del mundo y sin duda ganó la de contador de historias de rutas, seguida muy de cerca de la de soplador de hojas con máquina a gasolina. A parte de esto, que les llevó una media hora con el recuento de votos y tal, discutieron sobre cómo comenzar la verdadera ascensión, ya que a partir de ese punto, en uno de los lados del circo glaciar se esculpía una pequeña senda tapeteada de nieve que pronto se llenaría de nieve al completo (50€).
Convinieron ascender por allí; era un camino empinado y cubierto de nieve por doquier se hallaba ante sus ojos; mandaron de emisaria a Pateanieve y al ver que ésta se hundía decidieron no seguirla. La ausencia de burdeles era palpable y a Tosferina ya se le notaba preocupado, los ojos ya no le brillaban como en el inicio de la aventura cuando escudriñaban cada lugar en busca de luces de neón, a decir verdad, a partir de ese momento, Tosferina abandonó la idea de toda posibilidad de tener sexo con humanos por lo menos hasta que salieran de la montaña.
“Los pájaros cantan, la perra ladra…” estas son algunas de las inquietantes anotaciones que tomaba Tosferina durante la dura ascensión que se prolongó durante cuatro semanas y media… En aquellas semanas los tres amigos pasaron de niños a hombres, en mitad de la ascensión una bifurcación que probablemente no llevara a ningún lado fue desechada por los montañeros y la perra y continuaron ascendiendo como cada día, cada paso que daban se hacía mas duro, hasta el punto en el que el sendero se transformó en las huellas en la nieve de una expedición precedente, su única opción era seguirlas…
Migraña comenzó a pensar que sería bueno trabajar de buscador de plantas, una profesión cuyo único cometido fuera ir a un sitio, ver plantas, hacer fotos y luego volver a enseñárselas a los jefes. Mientras hacía cábalas Melopea se dio cuenta de que Pateanieve estaba muy callada y era porque ya no podía seguir el ritmo de los demás, demasiada nieve, así que Migraña, en el único acto heroico de la historia (no esperen más pero puede que los haya) la cogió y cargó con ella durante 25 m…. no, durante lo que quedaba de ascensión, y además la perra estaba herida, lo que le confirió un plus de heroicidad al asunto, ¿no creen?
Aquella ascensión fue una tortura psicológica, los pensamientos se tornaban oscuros y dejaban de contener sentido incluso para nuestros tres amiguitos, comentaron cosas acerca de líquenes, flores en el helado camino e incluso encontraron una seta, pero esto último no sería capaz de asegurarlo con certeza, sus mentes estaban ya demasiado turbias.
Avistando ya la cima de la ascensión, el llamado collado de las rocas-banco, una frase retumbó en el cerebro de Melopea, “Vamos a perder los dedos”, era cuestión de horas, ya no había vuelta atrás, con la nieve cubriéndoles hasta la rodilla los tres desearon con todas sus fuerzas que hubiera una vieja tejiendo calcetines en una cabaña allá en el collado, pero en lugar de eso no encontraron nada… absolutamente nada, tras de si, semanas de ascensión tocaban a su fin y los tres ascensores al coronar lo primero que hicieron fue escurrir sus calcetines en señal de alegría mientras Melopea repetía continuamente dos palabras sin sentido aparente “Bustalveinte - Bustarejo”, una vieja ceremonia de la montaña que no se ha perdido gracias al boca a boca de padres a hijos, Melopea era el único de los excursionistas con los pies secos, mientras que Tosferina y Migraña ya no padecían de racismo en sus pies, tenían todos los dedos negros. Pronto Melopea conoció lo que era el frió en los pies al meterse irremediablemente en un lago helado.
Los ecos de la zona viajaban lento y se los podía escuchar a varias decenas de segundos de su posición.
Antes de comerse a la perra decidieron parar en una roca-banco y dar buena cuenta de los bocadillos y las galletas energéticas, la visión era espectacular, a un lado un circo glaciar que jamás volverían a ver, y al otro un gran valle glaciar en el que unas horas después aparecerían los tres compañeros riéndose de las adversidades…
Mientras comían Tosferina creyó conveniente hacer el cubo de rubick y tocar la teta de goma y lo hizo, cosa muy importante en el devenir de la aventura; a su vez Melopea deleitaba a los demás con éxitos musicales del momento como “Mira una moderna” o cuando Peter y Michael Moore echan una competición de pedos… Migraña se esforzaba, pero no conseguía decir Lampéfulo, se había prometido a sí mismo que aprendería esa palabra y también que escribiría el libro más pequeño del mundo, pero hay cosas que uno no puede hacer y es mejor dejarlo, en el caso de Migraña esta última frase carece de sentido, aún hoy, sigue sin poder decir Lampéfulo pero lo intenta.
La frugal comida les sentó bastante bien, a la par que hizo que el hermanamiento entre los miembros de la expedición se acentuara. Secaron sus fríos pies al sol del mediodía y Pateanieve dejó de llorar puesto que la utilizaron como estufa.
Los tres comensales atesoraron esos breves momentos de paz antes de iniciar el descenso y se dijeron que si salían de aquella echarían una partidita al tragabolas.
De repente las manos en el culo, y el perro les llama antisemitas, todo fue más alegre a partir de ese momento. Eran las tres y diez, Migraña no tenía prisa pues en hora y media estarían en casa…
El descenso no comenzó bien, el camino era más pindio de lo que se podría aceptar y cogieron un desvío, en la guía del montañero la parte que ahora estaban acometiendo la ponían como: “a partir de aquí haz lo que te salga del pito pero baja”, así que trataron de bajar lo mejor posible por un mar de rocas, nieve y árboles. Al fin llegaron a un hito en el que se señalaba la dirección a seguir, pero por avatares del destino ajenos a Tosferina cogieron la dirección contraria, desde aquel punto se avistaba el camino de regreso a casa, pero estaba como a dos km. en el otro lado del gran valle glaciar, eso lo vieron todos menos Migraña, él siempre veía los caminos cuando estaba casi sobre ellos.
La cuestión es que cogieron el camino de la izquierda, el divertido, nada más empezar su idea era la de bajar hacia el valle cuando tuvieran la ocasión, pero una pared vertical de piedra de unos 30 m. se lo impidió durante una media hora, así que se fueron moviendo en paralelo a la montaña hasta que encontraron una especie de tobogán de nieve a cachos.
Antes de deslizarse por el tobogán, la expedición casi perdió uno de sus miembros, Migraña, mientras iba en misión de reconocimiento, quedó atrapado hasta la cintura entre dos rocas al pisar sobre un falso suelo de nieve, en un heroico acto Pateanieve agarró a Migraña por el cuello y lo sacó semi-inconsciente, en este caso Pateanieve le había devuelto a Migraña el favor que éste le hizo en la ascensión y ahora estaban en paz.
Una vez chupeteadas las heridas de Migraña (unos rasguños de nada) comenzaron el vertiginoso descenso a través del bosque nevado a cachos, un recoveco entre pared y pared vertical de caliza… En cabeza y abriendo el camino iba Melopea, en mitad del grupo Migraña y Pateanieve que ahora eran más amigos que nunca, y cerrando el grupo y pegándose ostias como panes, ostias que no veían los demás porque iban delante, iba Tosferina y sus bolsas de plástico en los pies. Tosferina era el que protegía a los demás por la retaguardia, sí señor, el que avisaba si se producía un alud o si bajaba algún jabalí enfadado…
Una vez que estuvieron los tres en el valle Migraña vio el camino que los otros habían visto tres horas antes y se puso contento.
En el otro lado del valle, donde se encontraba el camino, les esperaba el señor caballo que se asustó y se marchó, en ese momento supieron que estaban salvados.
Al descender las palabras ya no salían de las bocas de nuestros protagonistas, lo único que querían era llegar a casa y subir 30ºC la temperatura de sus pies, por lo que el descenso fue silencioso y reflexivo. Pateanieve no podía soportar la presión del momento y en un desesperado afán por llamar la atención se lanzó contra un matojo de escajos quedando completamente inmovilizada, sus llantos resonaban en todo el valle y una vez más el héroe perruno Migraña la quitó todos los pinchos y quedó como nueva pero sucia, y así el partido perro-hombre resultó quedar 1-2.
A 20 m. del coche Migraña perdió los papeles y quiso retroceder y desandar lo andado ya que según él jamás lo conseguirían, les costó media hora convencerle de que el coche estaba a 20 metros andando por la carretera y así, una vez más, nuestros tres expedicionarios regresaron sanos y salvos a sus casas donde les esperaban sus mujeres y sus familias, atrás dejaban largos años de trabajo, canibalismo, porno amateur entre animales, asesinatos y corrupción policial, pero eso había quedado sellado en la montaña, hicieron un pacto y jamás nadie sabría de las tremebundas vejaciones a las que fueron sometidos en… “El sendero del Hondojón”.
Fin
Calopum
Espero que hos haya gustado!