Pues un servidor también llegó al ateísmo, por convicción y deducción, y así alcanzó la cúspide intelectual, pero las circunstancias de la vida y la marihuana me tiraron del caballo, como a San Pablo. ¿La marihuana? Sí, la marihuana. Y es que esta plantita es muy suya y nos termina haciendo a su manera. ¿Fumé demasiado? Tal vez, pero sabemos que la cabra tira al monte y, como decía San Agustín: "Enseñadme, Señor, y haced que entienda si debe ser primero el invocaros que el alabaros, y antes el conoceros que el invocaros... Pero también es cierto que alabarán al Señor los que le buscan: porque los que le busquen le hallarán, y luego que le hallen, le alabarán".
Si, ahora mismo, alguien que no conozca este paño entra en el foro, tras haberse fumado un porro de los que hace efecto alucinante y lee estas disquisiciones teológicas que nos traemos, alucinará hasta por las orejas y pensará que está en un foro extraño, o que fumamos cosas raras, raras, raras. Hombre, no es nada especial, "reserva propia", que se dice.
Nunca he intentado explicar el cómo regresé a mis creencias de niño en Dios, pero la verdad es que vagué por mil mundos de experiencias y sobre todo de tipo oriental: budismo, zen y prácticas de meditación, para llegar al final, sin saber exactamente cómo, a encontrar lo que buscaba.
No es preciso ni imprescindible creer en el párroco de tu parroquia (que puede caerte muy gordo y ser un hombre mediocre o miserable), ni en el Papa (hay Papas santos, pecadores, golfos y ni esto ni aquello sino todo lo contrario, según épocas históricas, porque son hombres), ni siquiera en la Virgen de tu pueblo; pero puedes creer en tu dios. La clave es que los hombres tenemos la tendencia a creernos nuestro propio dios, no digo a crearnos, sino a creernos. Esto es algo muy antiguo y creo que muchos lo hemos padecido a lo largo de nuestra vida. Claro, que sería una tontería mirarse al espejo y adorarse, tal cual hizo Narciso en el reflejo del agua. Por ahí he visto una tendencia narcisista, tal cual se llama tal fenómeno, pero, si se llama así (casi ofende), pero así se llama, guste o no, porque no nacemos de nuevo y no inventamos casi nada, ya está todo inventado.
Un niño pequeño que descubre un animal que vuela acude a su madre a comentarle, con alborozo y con cara de listo: "Mamá, mamá, he descubierto a un bicho que vuela", y la madre le sonríe con amor mientras le dice: "es que eres muy listo". Algo así comienza a sucederte, con el paso de los años, cuando otros, que vienen descubriendo el mismo mundo que tú y otros muchos antes que tú ya descubrieron, vienen a explicarte que ellos mismos son su propio dios, porque ya pasaste por ahí y ya sabes que esa situación tiene nombre, apellido, edad y se estudia en psicología, no como enfermedad o patología, sino como fase de la vida, como algo normal que acaece en torno a los veintisiete o veintiocho años y que se desvanece según se va avanzando en la treintena, según uno va descubriendo que el cuerpo se va marchitando y que no es posible un dios que envejece, un dios que se cansa, un dios que ya no liga con las más jóvenes o guapas. Ese dios sería un dios derrotado, y eso no casa con la imagen de un dios, así que el vacío se presenta si nos hacemos un altar a nosotros mismos.
Un día, aparece el accidente o la enfermedad, o la tragedia de ver a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestra pareja, enferma o muerta (porque esto forma parte de la vida) y nos sentimos frágiles, necesitamos consuelo, apoyo, que no encontramos en el entorno, porque la vida es dura, exigente y no siempre tenemos a esa madre con esa sonrisa que nos decía lo listos que éramos al descubrir al bicho volador. Entonces, probablemente entonces, entre el dolor y la soledad, nos venga bien pensar que existe un Dios que nos cuida, que es nuestro pastor y guía, que nos lleva por pastos que nos nutren, que nos acompaña hasta las aguas más frescas que confortan nuestra alma y nos hace seguir por el camino de la justicia en tiempos difíciles. Ese pastor que nos acompaña en la oscuridad y en el miedo o en el dolor, y nos dignifica ante los demás cuando hemos caído muy bajo, en la cárcel, en la pobreza, en la enfermedad o en la soledad. Entonces es cuando llegamos a saber que es en su creencia y compañía íntima cuando nos reconfortamos y necesitamos de El.
Y es que a Dios sólo se llega si se le busca o si El te elige, de cualquier modo, por cualquier medio que no llegamos a comprender.
No hay más que pensar qué será de todo lo que hemos hecho a lo largo de nuestra vida dentro de cincuenta años, tal vez setenta. Vivimos apenas cien lunas y vamos viendo que otras generaciones van llegando y el final de nuestros días en la tierra avanza a su fin, mientras llegan más y más que van naciendo. Nos vamos familiarizando con el sol que sale y se pone, día a día, inexorablemente, mientras los vientos continúan soplando y variando, sin saber cómo y a dónde van. El mar sigue recibiendo el agua de los ríos y jamás se llena, muchas cosas terminan cansándonos y cuando envejecemos el oído se cansa de oír y el ojo de ver. Y es que todo lo que fue, será y no hay nada nuevo bajo el sol, a pesar de que no recordemos lo que pasó ni los que vengan recordarán lo que nos pasó a nosotros.
Cansada labor es la de indagar las cosas que nos suceden, porque lo que está mal hecho ha de continuar como lo malo y lo que no existe no se puede tener en cuenta. Pero nos esforzamos a ello por pura vanidad.
El hombre que busca, el hombre que almacena conocimientos, almacena también penas, y la sabiduría es también dolor.
¿Qué haremos de nuevo que otros no hicieron? ¿Por qué caminaremos hacia la luz cuando otros viven en tinieblas? ¿Por qué pensamos que el conocimiento es la luz y el desconocimiento las tinieblas? Y es que la misma suerte alcanza al sabio que al necio, luego, ¿de qué me servirá la sabiduría? Y es que pretender ser sabio es vanidad, y no existe recuerdo duradero ni del sabio ni del necio al correr de los días, pues el sabio muere igual que el necio.
Y he pensado hasta que no merecía la pena comenzar nada, pues habría de legar cuanto yo consiguiese al disfrute de mi sucesor y no sé si será sabio o necio, él se hará dueño de todo mi trabajo que realicé con fatiga y sabiduría bajo el sol. Pero también esto es vanidad, por lo que entregué mi corazón al desaliento, por todas las horas de trabajo fatigoso que he tenido a lo largo de mi vida; pues un hombre que se fatigó con sabiduría, ciencia y destreza, a otro que nada se fatigó da su propia paga. Pero también esto es vanidad y mal grave.
Pues, ¿qué le queda al hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigó bajo el sol? Pues sus días son dolor, y su oficio, penar; y ni aún de noche su corazón descansa. Pero también esto es vanidad.
No hay mayor felicidad para el hombre que comer, beber, retozar y fumar, y disfrutar en medio de sus fatigas. Yo veo que esto también viene de la misma mano de Dios, pues quien come, quien bebe, quien retoza y quien fuma, lo tiene de Dios. Porque a quien le agrada, da El sabiduría, ciencia y alegría; mas al pecador, da la tarea de amontonar y atesorar para dejárselo a quien agrada a Dios. Pero también esto es vanidad y atrapar vientos.
Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:
Su tiempo el nacer,
y su tiempo el morir;
su tiempo el plantar,
y su tiempo el arrancar lo plantado.
Su tiempo el matar,
y su tiempo el sanar;
su tiempo el destruir,
y su tiempo el edificar.
Su tiempo el llorar,
y su tiempo el reír;
su tiempo el lamentarse,
y su tiempo el danzar.
Su tiempo el lanzar piedras,
y su tiempo el recogerlas;
su tiempo el abrazarse,
y su tiempo el separarse.
Su tiempo el buscar,
y su tiempo el perder;
su tiempo el guardar,
y su tiempo el tirar.
Su tiempo el rasgar,
y su tiempo el coser;
su tiempo el callar,
y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar,
y su tiempo el odiar;
su tiempo la guerra,
y su tiempo la paz.
¿Qué gana el que trabaja con fatiga?
He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. El ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin. Cuanto Dios hace es duradero, y lo que es ya fue, y lo que será, ya es.
Todavía he visto más: en la sede del derecho, allí está la iniquidad, y en el sillón del justo, está el impío. Y me dije: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para cada obra. Y pensé que en nada aventaja el hombre a la bestia, pues ambos mueren del mismo modo, y todo es vanidad: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo.
Y me volví a considerar las violencias perpetradas, el llanto de los oprimidos, sin tener quien los consuele; la violencia de sus verdugos, sin tener quien les vengue; y hasta felicité a los muertos, más que a los vivos que aún viven. Y hasta consideré que más feliz que ambos ha sido quien jamás llegó a existir, porque no ha tenido que ver las injusticias que se cometen bajo el sol.
También he visto que toda obra y todo éxito excita la envidia del uno contra el otro. Pero también esto es vanidad y atrapar vientos.
Y es que el necio se cruza de manos y devora su alimento, y pienso que más vale llenar un puñado con reposo que dos puñados con fatiga en atrapar vientos.
Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo; y si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero, ¡ay del solo que cae!, que no tiene quien lo levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero el solo ¿cómo se calentará? Si atacan a uno, los dos harán frente. La cuerda de tres hilos no es fácil de romper.
Quien ama el dinero, no se harta de él; y para quien ama riquezas, no bastan ganancias. También eso es vanidad.
A muchos bienes, muchos que los devoren; y ¿de qué sirven a su dueño sino de espectáculo ante sus ojos? Dulce el sueño del obrero, coma poco o coma mucho; pero al rico la hartura no le deja dormir. Como salió desnudo del vientre de su madre, desnudo volverá, como ha venido; y nada podrá sacar de sus fatigas que pueda llevar en la mano, y ¿de qué le sirve fatigarse para el viento? Todos los días pasa en oscuridad, pena, fastidio, enfermedad y rabia.
Cuando a cualquier hombre Dios da riqueza y tesoros, le deja disfrutar de ellos, tomar su paga y holgarse en medio de sus fatigas, esto es un don de Dios. Porque así no recuerda mucho de los días de su vida, mientras Dios le llena de alegría el corazón.
Y es que si Dios no permite que disfrute el hombre de sus riquezas, esto es vanidad y gran desgracia. Mejor es lo que los ojos ven que lo que el alma desea, aunque también esto es vanidad y atrapar vientos.
A más palabras, más vanidades. ¿Qué provecho saca el hombre? Porque, ¿quién sabe lo que conviene al hombre en su vida, durante los días contados de su vano vivir, que él los vive como una sombra?
Tan buena es la sabiduría como la hacienda, y aprovecha a los que ven el sol. Porque la sabiduría protege como el dinero, pero el saber le aventaja en que hace vivir al que lo posee.
Alégrate en el día feliz y, en el día desgraciado, considera que, tanto uno como otro, Dios los hace para que el hombre nada descubra de su porvenir.
No quieras ser justo en demasía ni volverte demasiado sabio ¿A qué destruirte? No quieras ser demasiado impío, ni te hagas el insensato ¿A qué morir antes de tiempo?
Dije: Seré sabio. Pero esto estaba lejos de mí. Lejos está cualquier cosa, y profundo, lo profundo: ¿quién lo encontrará?
¿Quién como el sabio? ¿quién otro sabe explicar una cosa? La sabiduría del hombre hace brillar su rostro y sus facciones severas transfigura. El corazón del sabio sabe el cómo y el cuándo. Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo, pues el hombre ignora lo que está por venir. El hombre no tiene señorío sobre el día de la muerte, ni hay evasión en la agonía, ni libra la maldad a sus autores. Todo esto tengo visto al aplicar mi corazón a cuanto pasa bajo el sol, cuando el hombre domina en el hombre, para causarle el mal.
Echa tu pan al agua, que al cabo de mucho tiempo lo encontrarás. Reparte con siete, también con ocho, que no sabes qué mal puede venir. El que vigila el viento no siembra, el que mira las nubes no siega.
Como no sabes cómo llega el espíritu al niño en el vientre de la mujer encinta, así tampoco sabes la obra de Dios que todo lo hace. De madrugada siembra tu simiente y a la tarde no les paz a tu mano. Pues no sabes si es mejor esto o lo otro o si ambas cosa son igual de buenas.
Alégrate, mozo, en tu juventud, ten buen humor en tus años mozos. Vete por donde te lleve el corazón y a gusto de tus ojos; pero a sabiendas de que por todo ello te emplazará Dios a juicio. Aparta el mal humor de tu pecho y aleja el sufrimiento de tu carne, pero juventud y pelo negro, vanidad.
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, mientras no vengan los días malos, y se echen encima años en que dirás. "No me agradan"; mientras no se nublen el sol y la luz, la luna y las estrellas, y retornen las nubes tras la lluvia, cuando tiemblen los guardas de palacio y se doblen los guerreros, se paren las moledoras, por quedar pocas, se queden a oscuras las que miran por las ventanas, y se cierren las puertas de la calle, ahogándose el son del molino; cuando uno se levante al canto del pájaro, y se enmudezcan todas las canciones.
También a altura da recelo, y hay sustos en el camino, florece el almendro, está grávida la langosta, y pierde su sabor la alcaparra, y es que el hombre se va a su eterna morada, y circulan por la calle los del duelo; mientras no se quiebre la hebra de plata, se rompa la bolita de oro, se haga añicos el cántaro contra la fuente, se caiga la polea dentro del pozo, vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio.
¡Vanidad de vanidades! ¡Todo vanidad! Dijo Cohelet.
Cosas como éstas fueron las que me llevaron a pensar y a rectificar mi ateísmo. Saludos y disfrutad de algo tan bello como estos textos.