Blancanieves y los siete enanitos

zarbel

Cogollito
25 Agosto 2004
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Près de la France
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Bueno, yo soy muy corto y nunca he entendido el cuento de Blancanieves, porque la vida me trató muy cruelmente y jamás me creí eso de que Blancanieves era una madre para los siete enanitos. Mientras lo de los Reyes Magos, y tal, pues yo también, en la soka-tira, era de los que creían que los enanos eran niños, pero, ya, ya... Corría el año 1957 y la reina Isabel II de Inglaterra estaba en el hipódromo de Ascot (o como quiera que se escriba) ayudando a unos niños que tenían parálisis cerebral, en un día de recaudación solidaria para los niños con síndrome de parálisis cerebral; serían como las cuatro de la tarde (4:00 p.m. O'clok), cuando la joven reina se prestó a ayudar a hacer pis a un niño con síndrome cerebral. Le aupó ante los urinarios y, cuando el niño se sacó el cipote, dijo la reina: "¡¡¡Madre del amor hermoso, cuántos años tienes, niño!!! Y el niño contestó: -¡No soy ningún niño, soy el jockey de la cuarta carrera!- Al cabo de media hora, la reina y el jockey salían de los establos para explicar el mal entendido.
Yo me reía: -Ja, ja, ja- en mi equivocada predisposión a venir ver el futuro antes de que se presente (es que soy adivino y muy listo), así que acudí al espejo, seguro de que yo no era ningún enano que pudiese defraudar a la mismísima reina de Inglaterra, teniendo en cuenta, sobre todo, que habían pasado ya cuarenta años y que ese jockey, por lo menos, tendría ya los cincuenta y cinco años y no tendría sino un mísero pitilín que no le das limosna porque ni lo ves, ni te percatas de su existencia.
Seguí los consejos que me dieron: Depílate los pelos y mira con lupa tu chorra de abajo a arriba, fúmate algo enlupante y fíjate en tu chorra, imáginate el más grande (como Mohamed Alí o como un político), asi que me acostaba en invierno imaginándome sin ropa y con mi gran picha-anaconda rodeándome y abrigándome como madre nutricia y protectora.
Y todo fue bien, hasta que leí el cuento de Blancanieves, no lo conocía, no sabía de su existencia. Había leído La Cenicienta, los Tres Cerditos, Pulgarcito (que ya me dio qué pensar), pero... ¡El de Blancanieves! Me ha causado un trauma tan grande que no tengo más remedio que compartirlo con la peña, porque seguro, seguro, que alguno más ha sentido esta experiencia tan humillante.
¿Que por qué el cuento de Blancanieves me traumatizó?
No sé si contar lo que sucedió reamente, pero, llevo tanto tiempo en la marihuana que no sabría ya mentir, y me veo obligado a relatar que, un día ocurrió esto:

Yo, en realidad, no mido uno ochenta, ni uno sesenta, mido menos, mido noventa centímetros y soy el oculto enanito, el octavo, que nunca he aparecido en el cuento y soy la razón real porque Blancanieves se quedó a vivir con mis siete hermanos menores en la casa del bosque. Mis hermanos eran normales, pero yo nací con dos enfermedades: priapismo y elefantismo. Nadie las había tenido hasta ahora, que yo sepa, pero yo las padezco. Mantuve en secreto hasta los doce años mi problema hasta que coincidí con Blancanieves en el colegio. ¡Qué pronto se fijó en mis problemas y qué pronto se prestó a ayudarme!
Blancanieves resultó ser un pozo sin fondo, tenía una ansiedad de cojones, y pensó que lo nuestro era genético y, mientras yo me recuperaba de sus extracciones, se empezó a ligar a mis siete hermanos.
Se los tiró a todos, durante un año, que es cuando se hizo el cuento, hasta que descubrió en un viaje a Africa a un amigo suyo: Black-no elurrak (es un galimatías lingüístico. Black: negro; no: no; elurrak: nieves), que, por lo visto, tenía un antepasado suyo que era de Bilbao.
Claro, sabiendo que el africano tenía un predecesor de Bilbao me temí lo peor: Acabaremos yendo de putas por la calle las Cortes, pero no, la cosa fue distinta.
Tres semanas más tarde de la llegada de su primo de Bilbao, Blancanieves no quiso saber nada, no solamente conmigo, sino con mis siete hermanos. Decía: -¡He quedado con mi primo, he quedado con mi primo!- ¡Me cagüen el primo, decía yo!, decía yo (sin saber bien lo que decía).
Y, aunque os parezca mentira, esta experiencia es la que me llevó a iniciarme en el cultivo de la marihuana.
Me explico:
Siguiendo los consejos iniciales, de la depilación púbica, descubrí que, apurando el metro, andaría por los 18-20 cms. Esto significaría per se para las mujeres que anduvieran conmigo (o andasen, según la última gramática políticamente y genéricamente correcta) que el placer sería de la órdiga viril, o sea, "orgasmo visual na más verla".
Había en la pista de la discoteca un hombre, africano, en busca de trabajo, dispuesto a hacer lo que sea, siempre que fuese honrado, me dijo que era de Nigeria, que la vida estaba tan difícil allá que, lo peor de aquí, era el cielo.
¡Cómo me recordó a mí mismo en Barcelona, hace muchos años, intentando abrirme un camino en la vida, y cómo me recuerda a mí mismo, ahora mismo, haciendo lo mismo que intenté hace casi cuarenta años, casi con la misma fe, pero con una perspectiva y conocimientos que no podía ni imaginar hace tantos años!
Es humor ante la vida, es tomárselo a bien o a mal, es como una prueba cambiante, es como si hoy tenemos veinte y dentro de poco tendremos un año más.
El hecho es que, me hice amigo del nigeriano.
Y así conseguí saber cómo Blancanieves terminó con la historia del cuento.
Yo no me había dado cuenta, pero Blancanieves mantenía en una de las peredes de su dormitorio una regla, en donde medía la chorra de sus amantes. Un día, sospechando ya de tanta excusa. "Hoy no puedo, tengo que hacer...", seguí a mi amigo africano. ¡Le estaba esperando en pelota Blancanieves en el jardín!
Rompieron un tiempo después las relaciones y de Blancanieves ya no se acuerda nadie, pero mi amigo africano montó un imperio, que se desarrolla en los tiempos de las blancanieves, se llama: negrolodos.
(Hace ya muchos años que derritió la nieve y no queda sino el barro).
 
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