SU MATERIA prima tiene sobrepasada la fecha de caducidad, presenta una textura áspera, su sabor es desagradable y huele a rancio de lejos. El guiso que han cocinado en Madrid es pura ponzoña. Eso sí, los pinches del poder se han esmerado en la presentación quizás porque es la única forma de que siquiera los menos exquisitos se atrevan a intentar deglutirlo sin una pizca de espíritu crítico. No está acostumbrada la gastronomía vasca a platos de tan mal gusto como el que se ha cocido en los fogones del españolismo contra Arzak, Arguiñano, Berasategi y Subijana, señas de identidad de la cocina vasca y, por tanto, de lo vasco en el mundo. Ya antes se había intentado con alguno de ellos y con otros ejemplos que identifican y distinguen a Euskadi cuando exportan nuestro país con notable éxito. Sí, ese mal guisote atufa, huele a podrido. Basta comparar los ingredientes que han llevado al juez Andreu a citar el próximo lunes a dos de los chefs a declarar ¡como imputados! «en un supuesto delito de colaboración por allegar fondos a ETA», para que tengan la garantía de poder ir acompañados de abogados, lo adornan; con los de otro caso que también tuvo repercusión internacional en su día. El plato contra los cocineros vascos, servido frío como una venganza, se basa en la declaración de un detenido exento de cualquier derecho durante el periodo de detención en que declaró. El otro caso radica en las declaraciones durante un juicio, al que acudía en calidad de testigo con todas las garantías de la ley y alguna más, del general Sáenz de Santamaría. Aseguró que el Estado, a través del Gobierno del señor Suárez, pagó a ETA por el rescate de Javier Rupérez 200 millones de pesetas de 1980 sacados de los fondos reservados. Pero nadie ordenó investigar ni ha enviado una citación sobre el particular. Con su pan mojen tanto veneno.