Ojito, mucho ojito, con las operadoras de teléfonos competidoras de Telefónica, hoy he leído en Diario de Navarra, que un caballero ha entrado en lista de morosos por no pagar a Uni2 las facturas. Cuenta que es desde siempre cliente de Telefónica y continúa siendo cliente, lo que pasa es que le llamaron de Uni2 para decirle lo bueno, bonito y barato de su servicio, y le pidieron unos datos, simplemente para agilizar los trámites si un día decidía cambiar de Telefónica a Uni2. Al mes siguiente comenzó a recibir facturas de Uni2 por un servicio ADSL que no le presta, se ha hartado de llamarles y le tienen al teléfono escuchando música de espera, hasta que una voz le dice que debe ese dinero y cuelga.
Una asociación de consumidores actuó y dijeron los de Uni2 que le daban de baja del servicio y que no existía un contrato que vinculase al caballero con Uni2. Hace tres semanas Uni2 le ha incluido en la lista de morosos.
Por eso, ojito, mucho ojito, con dar datos por teléfono.
Al suscribiente le pasó que llamaron a su oficina, diciendo que eran de Telefónica y que querían comprobar los datos de la domiciliación de los recibos; una persona de mi oficina, le dio los datos de la cuenta bancaria, y en el mes de agosto giraron de una empresa de Barcelona que se dedica en teoría a agendas de publicidad telefónica recibo por importe de casi veinticinco mil pesetas por la suscripción anual a esa supuesta agenda. En el mes de septiembre, al regresar de mis vacaciones, observé que el Banco había pagado esa cantidad a una empresa por un servicio que yo no había recibido. Hice gestiones para averiguar el teléfono y fax de esa empresa, llamé y una chica me dijo que era la jefa quien llevaba esos temas. Como soy perro viejo, le dije a la señorita que le daba un plazo de veinticuatro horas para que se pusiera su jefa en contacto conmigo, ya que iba a interponer una querella criminal por estafa y que ya estaba al tanto la policía judicial del asunto (lo cual además era cierto, lo había comentado con la policía y con un magistrado). Me llamó la jefa al día siguiente muy cabreada y me explicó que yo había contratado ese servicio y bla, bla, bla, que tenía que pagar y que debería yo saber que estaba vinculado y bla, bla, bla.
Le contesté que tenía toda la razón del mundo, que yo no había contratado servicio alguno ni nadie de mi oficina, que no había recibido agenda alguna, pero que tenía razón. Para demostrarle que ella tenía razón -le dije-, le daba un plazo de cuarenta y ocho horas para ver ingresada en mi cuenta la cantidad pagada, que le perdonaba los intereses. A las cuarenta y ocho horas exactamente pondría en marcha a la policía judicial de Barcelona, que estaba deseosa de pillar a este tipo de estafadoras.
A las veinticuatro horas tenía el dinero ingresado en mi cuenta, la señora dio orden inmediata a su banco para devolverme el dinero.
Aviso para navegantes, por eso lo he contado.