Estaremos muchos de acuerdo en que la palabra "dios" ha perdido su valor inicial después de cientos o miles de años de uso erróneo y en que la mayoría de las personas que pretenden definir (fuera del ámbito meramente religioso o eclesiástico) a tal ente superior utilizan otros símbolos.
Primeramente, no debemos olvidar que el lenguaje no son sino meros símbolos o signos (iguales que los jeroglíficos egipcios o las señales de tráfico) que, apenas, sirven para exteriorizar o dar a conocer lo que nuestro pensamiento o nuestra imaginación está intentando extraer del mundo abstracto a lo concreto, tal y como se estudia en semántica.
Por eso, cuando hablamos del "pensamiento", "razón", "ente", ideas", "dios", etc., no debemos de olvidar que estamos manejando símbolos que pretenden de modo limitado e imperfecto expresar hacia los demás o exteriorizar de algún modo lo que sentimos, pensamos o imaginamos.
Es preciso comenzar con algo básico: Nadie puede pretender hablar de lo que no conoce, es decir, no es posible hablar de la marihuana si no se la ha probado suficientemente, es decir: "sentido y vivido" y, perdóneseme por la comparación, hablar de nada como el amor, el odio, la enfermedad, la desesperación o el mismísimo Dios si no se les han sentido y vivido.
Sabido es, supongo, que vivimos en el país (dejando aparte connotaciones de ningún tipo) en que en los bares se desarrolla el tejido social que los sajones y nórdicos desarrollan en instituciones de tipo culturas (fundaciones, bibliotecas, etc.), pero, pero, en este país el bar supone un plus que no existe en el resto de los países europeos indicados, es decir, en el norte de Europa.
¿Y cuál es ese plus? Muy sencillo: el más voceras o el que es más amigo del bar tiene la razón. Esto explica el porqué de que haya individuos normales que se meten en el Opus o en cualquier orden religiosa: simplemente, se meten en ellas para que se les escuche y no estar al albur del camarero y del voceras de turno. En el fondo, seguimos siendo el país de tarbenas romanas que fuimos desde del siglo primero: vino bueno y barato, música y mozas. (Las bailarinas gaditanas tenían gran fama en el imperio romano).
Somos un pueblo (o país) muy vital, lleno de interrogantes, lleno de sentimientos (que todavía no han logrado extiparnos los políticos de turno) y necesitamos sentirnos vivos a través del pensamiento y no de la confirmación con el grupo. Es decir, existen todavía un grupo inmenso de paisanos ¿españoles? que no comulgan con la primera hostia que vienen a darles (bien venga disfrada de hostia blanca con cura al fondo, de contrato de trabajo con expectativas de futuro, de oposiciones, de admitir que lo que dice el Estado es lo mejor para mí y para el resto -tal y como se viene pretendiendo definir el mundo desde el tipo de estado prusiano de finales del s. XVIII y que al final desembocó en los estados totalitarios del s. XX).
Para conseguir una buena oveja es fundamental que se adecúe al rebaño.
¿Qué es el rebaño?
No voy sino a transcribir palabras ajenas:
"En 1969 conocí en Nueva York al profesor de Oxford, el hispanista Raymond Carr. Me decía que le daba miedo España: -"Sois el país en donde más brilla la filosofía oral, pero no os gusta escribirla". Esto manifiesta en el día de hoy en un periódico local de mi ciudad un tal Carlos Sánchez, de un grupo de teatro de Pamplona.
Es verdad, somos gentes de bar y cocina, de echar pestes contra el gobierno en el interior de nuestra casa, pero llenos de cobardía para reclamar o protestar contra lo injusto en el exterior y, sobre todo, en donde tenemos que hacerlo. Creo que todos sabemos que las palabras se las lleva el viento, pero, ¡Cuánto nos gusta hablar!
La mayoría de la gente se limita a protesar "en privado" y "a dejar pasar" en lo público. Esto ha venido generando (fruto en gran parte de un anafabetismo crónico) una dejación de los derechos propios en una especie de "defensor del pueblo" que no es tal, sino un funcionario más al que le agradece el poder de turno los servicios prestados al partido político correspondiente que es el que le presta tal canongía.
Hoy no voy a tocar más temas, simplemente, esta reflexión acerca de si realmente los individuos (mal llamados ciudadanos) no somos sino entes de pruebas de poderosos poderes interesados en que no seamos sino marionetas del gran teatro del mundo, en que el empresario y los espectadores del mismo aún estamos por descubrir.
Nota: Precisamos instigar sociedades civiles ajenas a los partidos políticos y no es fácil que nadie salga vivo de este intento, es jugar con fuego.
Primeramente, no debemos olvidar que el lenguaje no son sino meros símbolos o signos (iguales que los jeroglíficos egipcios o las señales de tráfico) que, apenas, sirven para exteriorizar o dar a conocer lo que nuestro pensamiento o nuestra imaginación está intentando extraer del mundo abstracto a lo concreto, tal y como se estudia en semántica.
Por eso, cuando hablamos del "pensamiento", "razón", "ente", ideas", "dios", etc., no debemos de olvidar que estamos manejando símbolos que pretenden de modo limitado e imperfecto expresar hacia los demás o exteriorizar de algún modo lo que sentimos, pensamos o imaginamos.
Es preciso comenzar con algo básico: Nadie puede pretender hablar de lo que no conoce, es decir, no es posible hablar de la marihuana si no se la ha probado suficientemente, es decir: "sentido y vivido" y, perdóneseme por la comparación, hablar de nada como el amor, el odio, la enfermedad, la desesperación o el mismísimo Dios si no se les han sentido y vivido.
Sabido es, supongo, que vivimos en el país (dejando aparte connotaciones de ningún tipo) en que en los bares se desarrolla el tejido social que los sajones y nórdicos desarrollan en instituciones de tipo culturas (fundaciones, bibliotecas, etc.), pero, pero, en este país el bar supone un plus que no existe en el resto de los países europeos indicados, es decir, en el norte de Europa.
¿Y cuál es ese plus? Muy sencillo: el más voceras o el que es más amigo del bar tiene la razón. Esto explica el porqué de que haya individuos normales que se meten en el Opus o en cualquier orden religiosa: simplemente, se meten en ellas para que se les escuche y no estar al albur del camarero y del voceras de turno. En el fondo, seguimos siendo el país de tarbenas romanas que fuimos desde del siglo primero: vino bueno y barato, música y mozas. (Las bailarinas gaditanas tenían gran fama en el imperio romano).
Somos un pueblo (o país) muy vital, lleno de interrogantes, lleno de sentimientos (que todavía no han logrado extiparnos los políticos de turno) y necesitamos sentirnos vivos a través del pensamiento y no de la confirmación con el grupo. Es decir, existen todavía un grupo inmenso de paisanos ¿españoles? que no comulgan con la primera hostia que vienen a darles (bien venga disfrada de hostia blanca con cura al fondo, de contrato de trabajo con expectativas de futuro, de oposiciones, de admitir que lo que dice el Estado es lo mejor para mí y para el resto -tal y como se viene pretendiendo definir el mundo desde el tipo de estado prusiano de finales del s. XVIII y que al final desembocó en los estados totalitarios del s. XX).
Para conseguir una buena oveja es fundamental que se adecúe al rebaño.
¿Qué es el rebaño?
No voy sino a transcribir palabras ajenas:
"En 1969 conocí en Nueva York al profesor de Oxford, el hispanista Raymond Carr. Me decía que le daba miedo España: -"Sois el país en donde más brilla la filosofía oral, pero no os gusta escribirla". Esto manifiesta en el día de hoy en un periódico local de mi ciudad un tal Carlos Sánchez, de un grupo de teatro de Pamplona.
Es verdad, somos gentes de bar y cocina, de echar pestes contra el gobierno en el interior de nuestra casa, pero llenos de cobardía para reclamar o protestar contra lo injusto en el exterior y, sobre todo, en donde tenemos que hacerlo. Creo que todos sabemos que las palabras se las lleva el viento, pero, ¡Cuánto nos gusta hablar!
La mayoría de la gente se limita a protesar "en privado" y "a dejar pasar" en lo público. Esto ha venido generando (fruto en gran parte de un anafabetismo crónico) una dejación de los derechos propios en una especie de "defensor del pueblo" que no es tal, sino un funcionario más al que le agradece el poder de turno los servicios prestados al partido político correspondiente que es el que le presta tal canongía.
Hoy no voy a tocar más temas, simplemente, esta reflexión acerca de si realmente los individuos (mal llamados ciudadanos) no somos sino entes de pruebas de poderosos poderes interesados en que no seamos sino marionetas del gran teatro del mundo, en que el empresario y los espectadores del mismo aún estamos por descubrir.
Nota: Precisamos instigar sociedades civiles ajenas a los partidos políticos y no es fácil que nadie salga vivo de este intento, es jugar con fuego.