Las políticas preventivas optaron de inicio por mantener una coherencia con las políticas de asistencia existentes, basadas en la abstinencia total como única y legitima vía de respuesta al consumo de drogas, y por ello adoptaron un lema tipo: “No a las drogas”.
El éxito expuesto por ciertos profesionales de la llamada prevención para la abstinencia no pudo ocultar nunca el elevado nivel de fracaso que se estaba produciendo. Sólo una dosis elevada de hipocresía podía hacer cerrar los ojos a una realidad de consumo.
La lógica de imposición o persuasión para el “No” sobre la que se había basado toda la acción preventiva no podía mantenerse por más tiempo ante la evidencia que no impedía la incorporación de jóvenes al consumo, descuidaba y/o agravaba los riesgos que corrían los consumidores y era opaca a una realidad de consumo y percepción de las drogas, que ha ido evolucionando de manera muy importante a lo largo de esta última década.
En contra del sistema establecido de represión y abstinencia para todos, aparece una forma de actuar basada en el reconocimiento, el respeto y la REDUCCIÓN DE RIESGOS relacionados con la practica de consumo de drogas.
La conceptualización del fenómeno deja de estar centrado en los problemas de moral y en los aspectos de adición y pasa a aceptar y reconocer que:
1.
Hay quien desea consumir y lo hará
2.
Consumir drogas no es igual a tener problemas
3.
El consumidor puede sentirse preocupado por su salud
4.
Hay riesgos más importantes que la adicción
5.
La prioridad es la calidad de vida y el bienestar del individuo y la comunidad.
El modelo preventivo de la Reducción de riesgos hace tambalear de entrada la lógica mojigata de relacionar siempre las drogas con el daño, y pasa a aceptar que a menudo lo que existe es una probabilidad a que ciertos problemas acontezcan. Riesgos los puede haber, pero estos pueden ser asumibles y gestionables. Como tantos riesgos hay en la vida.
La Reducción de riesgos se dirige al publico que no mantiene consumo problemático, que es la inmensa mayoría de los consumidores, y por ello, representa un paso más en racionalizar la acción preventiva en drogas.
El interlocutor es tratado como persona adulta y con capacidad para valorar y tomar decisiones responsables ante las drogas, muy al contrario de otros programas que tratan al consumidor como adolescentes a los que se debe aleccionar.
La información que se ofrece es sobre los riesgos que conlleva el uso de drogas, sugerencias necesarias para detectar y evitar efectos adversos cuando se consumen o se conocen personas que lo hacen, y dónde dirigirse, si se precisa, para una atención personalizada.
Las estrategias de Reducción de riesgos nos dan la posibilidad de proveer a los consumidores de información útil y tendente a facilitar que éstos puedan mantener formas de uso no problemático, tengan la oportunidad de realizar elecciones más valoradas en términos de ventajas e inconvenientes del consumo y también nos da la posibilidad de hablar y reflexionar sobre realidades individuales y colectivas relacionadas con el consumo, pues más allá de dar información, existe la posibilidad en la medida que no hay prejuicios, de hablar y reflexionar sobre lo que hacen: Qué toman, cuánto toman, cómo lo toman, en qué cantidad, qué saben y qué no...
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