ESTE es bueno /// Leanlo y caguense de la risa

roolc

Semilla
15 Noviembre 2003
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UNA VALIOSA COLECCIÓN

El rico barón de Stokenhausen miró al pequeño hombrecito de manos finas y pecosas que se interponía a su mirada y dijo:

- Van Roschemberg, le he llamado porque deseo iniciar una colección única, nunca antes vista en el mundo de las artes; una colección con la cual definitivamente entraré por la puerta grande de la historia.

Mientras sus palabras fluían emocionadas de los labios vivaces, el cuerpo alto del heredero y dueño absoluto del poderoso imperio de parches mentolados del Ruhr se arrellanó en el mullido sofá de la sala del castillo, y como escapado del lugar se quedó observando por el balcón las extensiones de sus tierras, confundidas en la distancia de la Selva Negra.

Su interlocutor, el mercachifle holandés, traficante en todo lo que fuera arte, lo miró con alegría al mismo tiempo que sus manos empezaron a acariciarse pensando en la jugosa comisión que tenía en perspectiva.

-Seguramente, apreciado barón, usted sabe que siempre estoy dispuesto a ayudarle.

-Lo sé, Van Roschemberg, a pesar de su desagradable olor a cebolla sé que puedo contar con usted, pero esta vez se trata de una colección distinta a las anteriores y a la de todos mis rivales, es algo realmente novedoso.
-Umm.. -pensó en voz alta el holandés- déjeme ver, déjeme ver, ya tiene usted más esculturas que el museo del Louvre, la más numerosa colección del Netsukes e íconos antiguos que se conozca, sus jarrones del período Ming no tienen quien pueda igualarlos, en arte primitivo sólo es superable si alguien adquiere todos los países de Asia y África juntos, su pinacoteca es de una diversidad deslumbrante.

-No, Van Roschemberg, le agradezco sus elogios, pero le dije que esta vez se trata de algo bastante diferente: quiero coleccionar pintores.

¿Pintores? -interrumpió sorprendido el comerciante.

Sí, mi amigo, pintores vivos. Hasta ahora la mayoría de los coleccionistas se han conformado con atesorar pinturas muertas, rostros inertes, paisajes inmóviles, líneas y colores en donde la magia creadora quedó convertida por el tiempo en formas rígidas que para mí ya no tienen el menor sentido. Todas las que han sido vivencias únicas ahora carecen de vida y no son más que simples momias del toque dionisiaco. Esta vez quiero coleccionar la esencia misma del arte, la fuente y potencia de toda la belleza. Quiero vivos a estos intérpretes de cosmovisiones para guindarlos de un clavo en las paredes del castillo y mostrarlos con orgullo a los amantes del arte puro. Será la primera colección de pintores vivos de que se tenga noticias.

-¡Pero! ¿cómo, barón? -interrogó el asquenazí parándose de la silla cada vez más alarmado.

- Esas son sus obligaciones, Van Roschemberg; un buen comerciante de arte siempre se las arregla, los coleccionistas sólo ponemos el dinero, la pared y los clavos. Puedo insinuarle que los compre, la mayoría de los pintores viven en la indigencia; adquiéralos en los mercados del arte clandestino, en las exposiciones de las salas de mala muerte, búsquelos en los bazares de la Casbah del medio oriente o en los salones de París. Ofrézcales una jugosa suma, incluso el valor de todos los cuadros que podrán pintar en vida, tiene cuenta abierta, pero recuerde que la única obligación que tienen es dejarse guindar en las paredes de la inmensa galería que les tengo preparada. Allí tendrán el mejor de los tratos posibles, pero siempre guindados. Abajo se les pondrá el nombre, sus datos biográficos y una muestra de lo más importante de su obra.

El marchante con los ojos abiertos escuchaba al noble teutón y apenas si respiraba.

La gente lo que quiere ver es el pintor -prosiguió el hombre- centenares de amantes del arte podrán verlos y disfrutarlos y a mí se me reconocerá el mérito de haberlos obtenido de todos los rincones del planeta en una acción única en la historia de las bellas artes. Jamás nadie habrá presenciado una conjunción tan grande de belleza unida. ¡Basta de colecciones incompletas, de muestrarios, de cuadros diseminados! Los quiero de todas las edades y en todos los grados de la fama; los nihilistas, los angustiados, los apocalípticos, bien sean ángeles o hijos de Lucifer. ¿No le parece una colección maravillosa?

Van Roschemberg no salía de su asombro. Miró de nuevo al millonario, ya con cierto temor y dijo:

- ¡No es posible, no es posible!

- ¿No me cree? -preguntó el barón- venga conmigo…

Se levantó de la silla y con el marchante atrás se dirigió hacia la torre superior del antiguo palacio. Los dos hombres atravesaron las salas con arcos de medio punto donde se mostraban los bustos decapitados de alguna gloria de los siglos, las hornacinas y centenares de esculturas humanas, que juntas parecían una manifestación de celebridades detenida en el tiempo después del gesto hipnótico y paralizante de algún mago burlón. Luego siguieron por los pasillos góticos, sembrados de lienzos con paisajes y rostros de otras épocas y latitudes que le daban ese ambiente angustiante de los grandes museos; al final llegaron a la enorme sala de la torre, donde el barón abrió la puerta exornada de relieves.

-Quiero que vea mis primeras adquisiciones- dijo.
Van Roschemberg se quedó pasmado. Era una galería doble en cuyo centro se alzaba un majestuoso peristilo dórico. En sus altas paredes blancas se pudo ver a unos treinta pintores colgados de un clavo como cualquiera de sus cuadros. Algunos estaban dormitados, otros charlaban animosamente y varios de ellos, sin duda guindados contra su voluntad, empezaron a maldecir y a lanzar improperios al ver entrar al excéntrico coleccionista.

-¡No es posible!- dijo admirado el comerciante.

-Pues allí lo ve. Arte vivo, de carne y hueso. De cualquiera de ellos se puede obtener toda la belleza imaginable, basta darles un pincel y un lienzo y será mía la obra que yo quiera. Podré conversar con ellos y sentir en directo las emociones que corren por sus venas en el ambiente artístico más selecto que se pueda respirar en la tierra.

-¿Pero, cómo lo hizo? -además aquellos están molestos, -dijo el invitado señalando a dos de los pintores que le estaban insultando.

-Bueno, esos están recién llegados, y confieso que aquél se lo compramos a la esposa y el otro es un secuestrado. Pero ya se irán calmando, después que uno se acostumbra al clavo y comprende que es inútil tratar de soltarse, como los cuadros se quedaran quietos.

Van Roschemberg observó con cuidado a lo largo de las altas paredes y pudo distinguir clavos listos para ser usados y bajo los cuales se leían claramente algunos nombres: Botero, Soto, Ronchembach.

Cambiando la expresión del rostro se dirigió al barón:
-¡No me diga que pretende…!

- Sí Van Roschemberg, espero comprarlos a todos, esa es su labor. Póngase el reto a usted mismo y piense en la jugosa comisión que le corresponde; además, dentro de poco, voy a inaugurar una biblioteca humana. Será la primera en su género: en los estantes no guardaré libros sino autores. ¿Sabe usted la riqueza intelectual que acumularía? Vamos, anímese, también allí le quedará algo.

Después de cerrar la puerta, los dos hombres se retiraron en silencio, pensando ambos en la revolución que esa colección podría estar iniciando en el misterioso y complejo mundo de las artes.
 
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