La horrorosa lengua que me mostró el Licenciado Sussel

claudioacuna

Semilla
19 Febrero 2003
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En mi primera entrevista con el Licenciado Sussel, yo traté de
mostrarme lo más locuaz y comunicativo que pude, a fin de poder
llevar a buen término nuestra tarea de hacerme confeccionar el test
psicológico de personalidad. El pequeño psicólogo había encarado la
experiencia formalmente, ya que estaba bastante ensimismado con sus
problemas personales y de salud. Ésto último me ayudó bastante bien a
la
hora de relatar mi historia, ya que no era casi interrumpido en mi
exposición, salvo con alguna que otra pregunta. Mis palabras
brotaban, para mi felicidad, como agua de manantial, sobre todo,
aquellas que hacían referencia al ayuno de diez días que yo había
llevada a cabo y que creía había salvado mi vida, al menos por el
momento. Hacia el final de esa entrevista, el Licenciado en
psicología se había puesto en un ligero estado de alerta, al comezar
a comprender que tenía algo grande entre las manos y no quería quedar
afuera del mérito del hallazgo. Es ahí donde me suelta que por lo que
yo le había contado parecía que yo tenía mucha confianza en él. Le
aclaré, de inmediato, que si él me dejaba hablar yo iba a contar
todo. Para mi sorpresa, el hombrecillo volvió a insistir con la
afirmación anterior. Teníamos que conluir, a la fuerza, que el tipo
era considerado por mí como alguien muy confiable. Yo le contesté,
que, a lo mejor, la situación se daba, porque yo no tenía tantas taras
como se suponía o porque estaba muy entusiasmado con la experiencia.
Así las cosas, lo dejamos para la siguiente sesión. Al concurrir a mi
segunda entrevista, todavía yo encarándola con bastante esperanza, me
encuantro con una situación extraordinariamente grotesca. Estaba yo
frente a la recepcionista cuando Sussel accidentalmente salía del
baño. Ni bien me
vio, comenzó a agitar sus brazos desesperadamente llamandome, sin
emitir palabras, estrecharme en un abrazo con él en el mismo modo que
lo harían
dos deudos que han perdido a un ser amado. El hombre entrecerraba sus
ojos, fruncía lastimosamente la cara y sacaba todo lo que podía su
lengua, la que
sobresalía enormemente de su acongojada boca. Yo me horroricé ante
tamaña representación, tragué saliva, refrené mis ganas de huir y
como pude, avancé los tres larguísimos metros que me separaban del
tipo, tratando
de ver si con invitarlo a estrechar mi mano podía el psicólogo volver
a comportarse normalmente, a fin de que pudiésemos proseguir nuestra
tarea. El profesional persistía inmutable su increible gesticulación
y tuve alguna dificultad en tomar su brazo derecho, a fin de
estrecharle la mano y terminar con esa espantosa pesadilla. Lo único
que
conseguí fue asir una extremidad que más parecía un pescado muerto. El
psicólogo desistió entonces de su intento de abrazarme pero me llevó
de la
mano, retrocediendo de espaldas, hasta el medio del consultorio, donde
quedamos parados durante un interminable minuto, sin que Sussel
cejara en mirarme dolorosamente con su tremenda lengua salida de su
boca. Yo, que estaba horrorizado por toda la situación, mantuve la
compostura como pude, conteniendo mi miedo y enojo por lo absurdo del
comportampiento que ese sujeto se empeñaba en continuar mostrando.
Así las
cosas, la espectral visión concluyó cuando el hombrecillo soltó mi
brazo para, rápidamente, dar vuelta alrededor de su escritorio,
sentarse
en su silla y pasar a mirar una hoja de anotaciones, la que ya tenía
preparada sobre mi caso, sin darme tiempo a que me repusiera de
semejante shock y pudiese llegar a sentarme frente a él. La locura
habría de seguir.


Claudio Acuña
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