Bueno, pues he leído algunos post relacionados con la experiencia de algunos foreros, que lo han pasado mal en ciertos momentos de su vida, contando algunas cosas desagradables.
Me voy a permitir contar solamente una experiencia que tuve en mi vida, para que sepan los quejicas que los demás también hemos sufrido.
Hace muchos años era costumbre, casi obligación, andar con los niños a hostia limpia, cobrabas en el colegio casi a diario, cobrabas en casa, casi a diario, cobrabas en la calle, si hacías algo en la vía pública, como pisar el césped, tenías encima a varios mayores echándote la bronca y a un policía de jardines detrás de ti, etc, etc.
Con 14 años, me escapé de casa de mis padres porque saqué malas notas y temía la gran paliza que me iban a dar; me marché a Barcelona, sólo, en autostop y sin dinero. Estuve cuatro días allí, intensos, inolvidables, y, cuando regresé a la casa paterna, me engancharon y me llevaron directamente a un reformatorio, lejos de mi ciudad, a otra provincia. Me cortaron el pelo al cero, me llevaron a una celda individual de castigo, me dejaron sólo los calzoncillos y me pegaron una paliza, dejándome esposado por una muñeca, en calzoncillos, a la cama. Se abría la puerta solamente para recibir una taza de "café con leche", "la sopa" o el "potaje" y un "segundo plato" con un "postre" y un vaso de agua y pan duro. Tenías que gritar para que te llevasen al retrete y casi siempre te lo tenías que hacer junto a la cama. Esta rutina de paliza diaria, que solía ser a última hora del día, así como la estancia en la celda duró tres meses. Una de las veces entraron por la puerta a pegarme, no ya con los consabidos puños, patadas y zapatillazos, sino con "una cadena de motocicleta", me dejaron los muslos deshechos y ciertamente, en ese martirio, ya no pensabas ni en suicidarte. No cuento más porque no soy de piedra.
A lo que iba, todo el odio, toda la frustración, toda la rabia de un chico de catorce años, inmaduro, ingenuo y rebelde, se fueron apaciguando con el tiempo; llegué a encontrarme años más tarde con alguno de los torturadores y hablé con él, me dijo que eran los métodos de la época, que ahora ya no se hacía así, habían pasado ya unos cuantos años y los métodos, en efecto, ya eran otros.
Se puede superar todo, somos más fuertes de lo que creemos, se puede perdonar y hasta olvidar en parte, al menos aquéllo que más daño nos hace al recordarlo. Si, unos años después, aquéllo que pasó me siguiese haciendo daño, no debería culpar a aquéllo que pasó sino a mí mismo, por seguir alimentando ese recuerdo que tanto daño me puede hacer.
Así que, a los que creen que han sufrido mucho, lo dicho, todos tenemos mierda en el culo. Gracias por leerme.
Me voy a permitir contar solamente una experiencia que tuve en mi vida, para que sepan los quejicas que los demás también hemos sufrido.
Hace muchos años era costumbre, casi obligación, andar con los niños a hostia limpia, cobrabas en el colegio casi a diario, cobrabas en casa, casi a diario, cobrabas en la calle, si hacías algo en la vía pública, como pisar el césped, tenías encima a varios mayores echándote la bronca y a un policía de jardines detrás de ti, etc, etc.
Con 14 años, me escapé de casa de mis padres porque saqué malas notas y temía la gran paliza que me iban a dar; me marché a Barcelona, sólo, en autostop y sin dinero. Estuve cuatro días allí, intensos, inolvidables, y, cuando regresé a la casa paterna, me engancharon y me llevaron directamente a un reformatorio, lejos de mi ciudad, a otra provincia. Me cortaron el pelo al cero, me llevaron a una celda individual de castigo, me dejaron sólo los calzoncillos y me pegaron una paliza, dejándome esposado por una muñeca, en calzoncillos, a la cama. Se abría la puerta solamente para recibir una taza de "café con leche", "la sopa" o el "potaje" y un "segundo plato" con un "postre" y un vaso de agua y pan duro. Tenías que gritar para que te llevasen al retrete y casi siempre te lo tenías que hacer junto a la cama. Esta rutina de paliza diaria, que solía ser a última hora del día, así como la estancia en la celda duró tres meses. Una de las veces entraron por la puerta a pegarme, no ya con los consabidos puños, patadas y zapatillazos, sino con "una cadena de motocicleta", me dejaron los muslos deshechos y ciertamente, en ese martirio, ya no pensabas ni en suicidarte. No cuento más porque no soy de piedra.
A lo que iba, todo el odio, toda la frustración, toda la rabia de un chico de catorce años, inmaduro, ingenuo y rebelde, se fueron apaciguando con el tiempo; llegué a encontrarme años más tarde con alguno de los torturadores y hablé con él, me dijo que eran los métodos de la época, que ahora ya no se hacía así, habían pasado ya unos cuantos años y los métodos, en efecto, ya eran otros.
Se puede superar todo, somos más fuertes de lo que creemos, se puede perdonar y hasta olvidar en parte, al menos aquéllo que más daño nos hace al recordarlo. Si, unos años después, aquéllo que pasó me siguiese haciendo daño, no debería culpar a aquéllo que pasó sino a mí mismo, por seguir alimentando ese recuerdo que tanto daño me puede hacer.
Así que, a los que creen que han sufrido mucho, lo dicho, todos tenemos mierda en el culo. Gracias por leerme.