AGUR A MI MUSA
Cuentan del Gran Cortés la patria historia,
como timbre de gloria,
que para no retroceder a España
y morir o vencer en la porfía,
él mismo, cierto día,
pegó fuego a las naves; grande hazaña
que le dio nombre eterno
(por soplar favorable la fortuna)
que a no salirle bien, sin duda alguna,
no cantara la fama
con trompeta de plata, ni aún de cuerno,
la gloria inaccesible
que le encumbró a los cuernos de la luna.
No quiero oscurecer el claro nombre
del Gran Conquistador: fuera vileza
y necedad supina.
Que de la gloria el luminoso faro,
astro de la mortal naturaleza
espléndido ilumina,
sin que un rayo se pierda,
a este valle de lágrimas y mierda.
Más si la hazaña de Cortés se aclama,
¿por qué hemos de callar la del poeta
que arroja, sus canciones a la llama
y viendo como humea
y en el fuego voraz chisporrotea
tanto parto de su infeliz chaveta,
de las Musas por siempre se separa?
Vuelta luego la cara
al montón de cenizas. Fuera miedo
Diciendo las aventa
con el soplo de un pedo,
de un pedo de ... a cuarenta.
Ciclón desconocido, soberano,
formando en el cañón del intestino
de alubia vil bajo el influjo insano,
que, después de correr largo camino,
sale furioso, desgarrando el ano.
Más, tal vez diga alguno
(y cierto que no peca de inoportuno)
¿En donde está este vate
Dó se encuentra ese chulo
que canta con la boca y con el culo?
Miradlo aquí: yo soy ese valiente,
que hasta hoy rendía culto
a la musa mas noble y más fecunda;
más hoy a las miradas de la gente
discretamente oculto,
por huir la bullosa baraúnda
mis versos he quemado,
y luego sus cenizas he aventado
al ronco son de serenata inmunda
sin usar otro bieldo
que el pedo atronador y el vil regüello.
No puedes, pues, quejarte, musa mía,
de mi conducta para ti; te pago
todo cuanto te debo, en este día;
y, si no, recordemos los favores
que de ti recibí desde mi infancia.
No la suave fragancia
me enseñaste a cantar tú de las flores,
ni la hermosa avecilla
ni su armonioso trino, ni el murmullo de
arrollo cristalino,
que con su ambiente fresco
mantienen verde el fresco césped de la orilla;
sino el cochino cuesco
y la negra morcilla
parida a campo raso,
con cuatro o cinco días de retraso,
que manifiesta entre hojas,
ni de papel más de maíz al zumo
manchas y motas rojas,
sanguinolento grumo
que al desgarrarse mana
dolorida la mísera almorrana.
Tu inspiración primera
aún recuerdo cual fue. Era yo un mozo
de hasta unos doce y pico
(apenas me asomaba leve bozo)
en fin, era yo un chico.
Más, como para todos los mortales
rigen las mismas leyes naturales
sin distinción de edades ni naciones,
sucedió que del río en la ribera,
a la margen del limpio Urumea
llegué a desatarme los calzones,
y no habrá quien me entienda
que puse entre unos juncos la merienda.
Aún veo cuan humea,
bañada por la luz del sol poniente
que moribundo brilla,
la nudosa morcilla,
empapando de aromas el ambiente.
Entonces ... admirando el artificio
de aquella maravilla,
desprendida por sí de mi orificio,
y sintiendo el alivio extraordinario
que no habrá quien no sienta
cuando, después de limpio el tafanario
se echa a sacar la cuenta
del volumen de su obra y de su peso.
Entonces, de la dicha en el exceso,
rompí a cantar, canté, pulsé la cuerda
de tu lira de mierda.
Esa fue, si, mi inspiración primera;
a la puesta de un sol de primavera;
entre el estruendoseo del pedo
que corría de eco en eco,
y que otra vez volvía
al valle tan sonoro,
que a mi me parecía
que el universo a coro
en aquél mismo instante se peía.
Lo que de entonces, musa, yo he cantado
tú lo sabes y no es para contado.
Musa del Urumea cristalino,
por cuya orilla deliciosa vaga,
y alegre juguetea
céfiro peregrino
con la adelfa encendida y con la aliaga,
no te llames más del Urumea,
llámate desde aquí, del Urucaga.
Agur, agur, te dejo,
que ya me siento fatigado y viejo,
y a cuarteles de invierno
me vuelvo, con que así, vete ya al cuerno;
no quieras tú que pierda
más tiempo; con que así, vete a la mierda.
El último suspiro
al dejar de mis flores el teatro,
es un enorme tiro,
un pedo colosal de a veinticuatro;
un pedo cerbatana,
musa del Urumea,
te endilgo mi almorrana,
saturado de esencia de diarrea;
un pedo matutino
fabricado de alubias y castañas,
cebollas y tocino
en vientre de aldeano,
que es el alto horno de mayor potencia,
para fundir el gas de pestilencia;
y por si aún falta algo a tu deseo,
Musa del Urumea, en ti me meo,
Musa del Urumea, en ti me cago,
¡Oh Musa peregrina!
agur, por siempre agur, agur, cochina.
De aquellos que al salir queman el ano,
cual cumple a batidores de la crema;
un pedo dinamita
que a un tiempo rompa piano y pituita;
un pedo que atafague
hasta cincuenta leguas de distancia;
un pedo que se cague
en ruido y sustancia,
a cuanto pedos escuchó la Francia.
En fin, la quintaesencia
extraída al vapor y concentrada
de lo más malo que jamás se oliera,
tras cena trasnochada
o noche de abstinencia
vuelta hacia ti la popa,
te suelto a quemarropa,
espurriando la inmunda cagalera
tu corona de adelfa y jaramago.