Pues te aconsejo que te bajes por la impresora, si te resulta más fácil para leer, el contenido de un magnífico trabajo de una Psiquiatra, que me estoy leyendo ahora, en estos días, que habla de las "actitudes saludables ante la vida", y es muy bueno, a mi parecer. Es curioso que yo, que casi siempre he sido un cabeza ida, he tenido la suerte de tener un buen amigo, que ahora es sacerdote. En cierta ocasión me regaló ese libro, que he ido desmenuzando en capítulos durante estas semanas, porque a mí me sirvió para comenzar a darme cuenta de cosas que no sabía ni que existían, como por ejemplo las ideas no razonables. Yo pensaba que mi niñez me había marcado de por vida, y así he vivido durante cincuenta años, y he vivido con miedo, además.
Gracias al contenido del libro y al saber de mi amigo al regalármelo, he comenzado, al menos a replantearme quién soy yo realmente, porque no me conozco, he vivido siempre pensando en qué estaban pensando los demás, igual que un tonto, y yo pensaba que eran complejos pasajeros porque creía que era feo.
Ahora que no estoy haciendo otra cosa que fumar, junto con la lectura del contenido del citado "actitudes saludables ante la vida", cuya página es:
http://red-farmamedica.com/spo/actitudes.htm me estoy replanteando a mí mismo y a mi vida, porque he adquirido unos hábitos autodestructivos, hasta límites severos, que me han hecho perder posición, trabajo y fortuna. Así no puedo seguir, o cambio o me suicido, es la cuestión que me planteo algunas veces, porque si no cambio, ¿para qué quiero vivir? Si no cambio iré de mal en peor, cayendo cada vez más bajo, pues tiendo a la molicie y a la autosatisfacción.
Si sólo dependo de mí mismo no tengo que agradar a nadie para que me satisfaga, por lo que no dependo de nadie y no me tengo que esforzar en nada.
Y se van adquiriendo unos hábitos de dejadez, por ser uno mismo el peor guía posible, que los propios ojos no ven y los demás no te hacen ver, por muchas razones, pero sobre todo porque no sabes escuchar, crees que lo sabes todo y no te fijas, sólo piensas en lo que están pensando los demás y te olvidas de lo que piensas tú mismo.
Cuando se llega a este punto, malo, es síntoma de enfermedad, no sólo del mero paso de los años, que hay gente que está activa y estupenda a pesar de sus cincuenta.
Yo no sé ir al médico solo, y menos a un psiquiatra, me da corte, y hasta que he leido el libro de autoayuda de Auger, creía que la psicología era una ciencia incierta o aleatoria, dependiente de demasiados factores, como para considerarla ciencia, pero..., la ignorancia, en este caso por mi parte, fue muy atrevida. Pero conservo una mínima ventaja, y es que aún puedo leer algo, aún queda algo de aquel ávido lector que fue ese niño que fui. Aunque cada día me cuesta más, suelo entender un poco de cosas que leo y que no he estudiado nunca, como psicología, medicina, filosofía o teología, gracias a eso, si cae en mis manos un libro como el de Auger, pues puedo leerlo, a duras penas, volverlo a leer, otra vez con dificultad, porque tiendo a leer a toda velocidad, sin fijarme mucho, igual que hago en la vida real, que no me entero de nada, pero al final, no sé por qué, de algo me entero. Es cuando me percato de que tengo peor concepto de mí mismo de lo que realmente soy, que no me quiero y que lo de la autosatisfacción es mentira, soy como un esquizoide, con la cabeza en otro sitio.
Y esto es lo que necesito saber, cuál es el diagnóstico de lo que tengo, y cómo puedo cambiar, por eso estoy leyendo, a ver si me entero de algo, porque igual tengo que terminar yendo al psiquiatra.
La otra cuestión es que los psicólogos cuestan una pasta que no tengo y por eso tengo que intentarlo por mi cuenta.
Esto forma parte de la búsqueda de uno mismo, yo me perdí hace tiempo, no sé cuándo ni cómo, pero me separé de mí mismo y me hice enemigo de mí. ¿Cómo puedo reencontrarme?
Estas son las cuestiones en las que ando ahora, canuto va, canuto viene, todo el día fumao. Hace muchos años, anduve lo mismo, con el mismo rollo que ahora, con lo de encontrarme a mí mismo y lo de que me había perdido, y me agarré una crisis del carajo, una depresión y un bajo concepto de mí mismo que me llevó a tomar la decisión de dejar de fumar marihuana. Ahora me está sucediendo exactamente lo mismo, es de mi naturaleza darle vueltas a estas cuestiones de cómo soy, tengo que cambiar, qué mal lo he hecho en mi vida, etc. Yo no fumo para divertirme, fumo para afrontar las situaciones e intentar ver las cosas más claras, porque el miedo a los demás me impide fijarme bien en las cosas, soy desconfiado.
Supongo que habrá más gente como yo, que sin ser mala no es buena, es tibia, porque no participa de entorno, de la circunstancia, porque no piensa sino en lo qué estarán pensando los demás de ella, y no se fía y ni es de fiar. A mí me falta la entrega, a una persona o a una causa, que es falta de ganas de querer a algo, o a alguien, por no depender de nada ni de nadie, es puro egoísmo. Este egoísmo sólo puede deberse a que no me considero digno de formar parte de nada ni de nadie, alguien me dijo que no era digno de mirar a nadie a los ojos, pero no sé ni quién ni cuándo me lo dijo, me cuesta recordar.
Y cuando fumo recuerdo que no miro a nadie a los ojos, que no me entrego a nadie, que sigo esperando a entregarme a alguien ¿a qué? ¿A que venga la tía más guapa del mundo para ti, si ni siquiera la conoces, a tener más ganas otro día? Y yo creía que era timidez o vergüenza, ¡qué va!, era complejo de inferioridad, era considerarme menos que el prójimo, todos me parecían mejores que yo.
Nunca me he considerado envidioso, pero reconsiderando mi vida creo que tal consideración no era precisamente correcta, si bien tengo que reconocer que he sido persistente al ser durante al menos cuarenta años único educador de mí mismo, porque no ha conseguido educarme nadie.
Y basado en tan rotunda afirmación me he puesto yo sólo el mérito inexistente de autoeducarme, inexistente porque es imposible, por propia definición, nadie puede educarse a sí mismo.
Nadie puede pretender aprender chino sólo, sin libros, sin sonidos, sin nada, invéntadose uno mismo lo que cree que es chino, y crea rasgos y sonidos que, cuando se contrastan con el chino real, no se parecen en nada. Es como si alguien inventase una nueva escala musical, en su imaginación, pero imposible de hacer realidad, ni con la propia voz.
Pues algo así es autoeducarse, es llevarse a engaño.
Cuando somos niños, nuestras madres nos amamantan y nos cuidan, pero ya desde muy pequeños queremos cosas que no nos las van a dar, porque no existen o porque no nos convienen, y aquí comienza la educación, porque decir no es guiar por lo más conveniente, porque desde fuera se ven las cosas mejor. Esto, aplicado al mundo real de la amistad entre adultos, se ve muy claramente: acudes a un amigo para pedirle un consejo, porque él, desde fuera, va a ver mejor las cosas y te puede aconsejar bien, confías plenamente en él. O cuando vas a una tienda y alguien te acompaña y te fías del consejo que te dé sobre cómo te queda la ropa que te vas a comprar, porque sabes que desde fuera se ven las cosas mejor y confías en ese acompañante.
Pero, en la vida familiar a veces sucede lo contrario y se ve a los padres como enemigos, o como personas de las que no hay que fiarse.
Porque no otra cosa es que yo haya llegado a los cincuenta años sin educar, sin disciplina, haciendo lo que me da la gana, tocando fondo y fumando canutos todo el día. Si he llegado a esta situación es que algo importante va muy mal, así que necesito saber qué es.
El no haber hecho caso a nadie en mi vida, me hace verme ahora en esta situación, pero esta vez viene en serio, de hecho la he estado buscando, casi conscientemente, desde hace tiempo, por una serie de problemas familiares que tuve hace algunos años, que me hizo quedarme prácticamente sin familia. Ahora, sin trabajo y sin medios de salir a flote, sólo me queda intentarlo en otro sitio, en donde no me conozcan, empezar de nuevo, con deudas y sin dinero, sin prestigio en mi ciudad, con ganas de hacer cosas, creo que puedo ser útil.
Y en este "creo que puedo ser útil" es en donde yo creo que está la frase mágica, la llave de la solución, pero el problema es demostrarlo.
Como no puedo estar haciendo algo útil para los demás y estar fumado todo el día, pues tengo que encontrar el modo de ver la vida igual cuando fumo que cuando no fumo, pues cuando no fumo veo la vida de otro modo, del que no me gusta. Cuando fumo me fijo más en las cosas. Hoy, viendo la Cabalgata de Reyes, me he dado cuenta de que no la había visto nunca, seguramente desde niño, es probable que a los siete u ocho años ya me pareciese demasiado de niños la Cabalgata, porque yo siempre he querido ser mayor, siempre he andado con gente algo mayor que yo. Por primera vez en mi vida he visto la Cabalgata, desde mi casa, por la ventana, cosa que podría haber hecho en los anteriores diecisiete años que llevo viviendo aquí, pero como me echan de la casa, he querido hacer lo que no había hecho nunca: intentar ver la Cabalgata, porque creía que mi miopía no me permitía ver tan lejos.
Me he acercado a la ventana y, fijando la vista, con paciencia, he conseguido reconocer a los reyes y a las personas, y he reflexionado que viendo cosas, viendo en mi entorno, me pasa lo mismo que cuando leo: que lo hago demasiado rápido y no me fijo bien.
Y me viene al pensamiento que, igual todo esto es un problema de oftalmólogo y nadie sabe que me pasa esto, porque es la primera vez que lo cuento, también porque es la primera vez que se me ocurre.
Y creo que un problema que parece psíquico podría ser un problema neurológico, no sé si relacionado o no con el nervio óptico, pero lo cierto es que me cuesta distinguir los rasgos de una persona que veo por la calle, me tengo que fijar mucho y me da corte mirar.
Y este miedo que tengo a mirar lo perdería si pudiese hacer saber a la persona que se pudiera ofender que es que me cuesta ver bien y tengo que mirar más que el resto, posiblemente lo entendería, solamente alguno me podría decir: "Pues no me mires tanto".
Si todo el miedo que tengo a mirar y a fijarme bien, en todos los órdenes de mi vida, es por el qué dirán, pues cada vez esto me importa pero en su justa medida, que tiendo a exagerar. Yo sólo sé que tengo un trabajo obligatorio que es vivir, y nadie puede vivir mi propia vida, lo más que podrían hacer es guiarme, pero no puedo tener constantemente a personas de mi confianza que me guíen en todos los actos de mi vida, así que tengo que buscar un sustitutivo.
Y aquí es donde entra en acción, una vez hecha la confrontación anterior, el texto de Vázquez sobre las actitudes saludables, que propone como guía en las actitudes de nuestra vida "hacer el bien".
He comentado antes acerca del egoísmo del niño, que quiere hasta no saber lo qué quiere, pero pedirlo, porque los niños se aburren mucho, el tiempo es demasiado largo para ellos y todo es muy lento, piden hasta que se dan cuenta de que no lo van a conseguir o no lo deben conseguir.
Como he dicho, aquí comienza la educación, en la lenta percepción que tiene el niño, la incierta sospecha, de que algo no se va a poder tener, y eso es una frustración. Yo creo que los niños sufren y hacen sufrir mucho, por eso no tengo hijos, y mi niñez la recuerdo como infeliz, de mucho sufrimiento, pero recuerdo vagamente alguna perra de niño mimado porque ya no había más caballitos en la feria y había que volver a casa. Fui un niño insaciable, hasta que me dejaron de hacer caso y a decirme que no; seguramente yo, para vengarme de esa frustración, comencé a hacer cosas para llamar la atención, como escaparme de casa, no ir al colegio hasta que me echaron, etc. Luego comencé a beber y a emborracharme, a andar con personas y en ambientes no acordes con mi ambiente profesional, etc.
Todas estas cosas las he hecho a lo largo de mi vida, para que mis padres me dieran otra vuelta en el tiovivo, aquella vuelta que nunca daré, porque mi padre murió hace ya unos cuantos años, para que se fijasen en mí. De hecho, siempre he tenido la tendencia a, cuando hacía o decía alguna cosa, mirar como de soslayo para ver la reacción que podía causar en los demás. He vivido pensando en qué pensarían los demás, un gran fallo por mi parte.
Pero claro, ésas son cosas que vienen de la niñez y ni me acuerdo, por lo que, para poder recuperar la memoria necesitaría por lo menos que me hipnotizaran, y esas cosas me dan canguelo, aunque no sé por qué, es un miedo irracional. Recuerdo que Auger decía que los sucesos de la niñez no tienen más importancia que la queremos darle y contaba que el complejo de Edipo no tiene nada de horrible. Así, el niño que siente un deseo carnal por su madre y teme que el padre se vengue de él, por lo que asiente a los demás, como un ser débil, por ese miedo reverencial que siente por las personas mayores. Dice que el que un niño desee carnalmente a su madre no tiene nada de espantoso, podrá estar peor o mejor, según los gustos y preferencias de cada uno, pero no es algo horrible, y que evitemos este tipo de expresiones, que no son reales.
Veo, pues, cómo puedo llegar a definir mi problema: miedo a la vida y a los demás, que es la consecuencia de no andar de frente por tener miedo a los demás, seguramente motivado por mi complejo de Edipo.
Cuando yo era pequeño, probablemente me enmadré, no sé cómo ni por qué. Alguien, tampoco lo sé, metió en mi cabeza la idea de que me había criado ella y no mi madre, cuando era muy pequeño, idea que probablemente me llegó desapercibidamente, pero seguro que en un mal momento para mí y para mis relaciones personales con mi madre, seguramente al comienzo de mi adolescencia. De ser cierto que me hubiera criado esa persona, no me habría enmadrado, que eso sí me consta como cierto, porque lo recuerdo perfectamente, cómo sufrí y me puse de rodillas ante mi madre para que me perdonase una falta repetida, pero no me perdonó.
Mi madre estaba harta de mí, lo pude comprobar a partir de los siete años, es duro ser madre y tener todo el puto día a un hijo detrás de sus faldas, así que me dió una hermanita y no me resigné a dejar de ser el centro de la fiesta. Hoy, llevo años sin hablarme ni con mi madre ni con mis hermanas, porque tengo otra hermana mayor. Esa hermanita no supe verla, porque no he sabido mirar.
Hablando de todo un poco, yo no entiendo por qué en las escuelas a los niños no nos enseñan a ser personas, comenzando por aprender a utilizar los sentidos. A los niños hay que enseñarles cosas, pero, antes que nada, a mirar en torno de sí, a aprender cómo se mira a las personas y a las cosas, como mirar sin molestar, superar el miedo a mirar, etc. Realmente, cuando te encuentras a un niño, con la mirada bajada y triste, con miedo a mirarte a los ojos, uno puede preguntarse qué han hecho con ese niño, que vive con miedo.
Bueno, pues yo no he sabido mirar, no he aprendido nunca, no he espabilado lo suficiente, siempre he andado pensando en que pensarían de mí, y eso no es vida.
Por todo esto, como sé que los rollos de la marihuana pueden ir de cosas de éstas, es muy útil tener unas nociones acerca de las ideas no razonables y sobre las actitudes saludables. El cerebro humano está sin descubrir, pero, poco a poco, el hombre va sabiendo algo de su funcionamiento, basándose sobre todo en estudios clínicos, porque en Estados Unidos, sobre todo, ha avanzado mucho la Psicología Laboral, porque la Admnistración y muchas empresas importantes cuidan la salud mental de sus directivos y empleados, y se crean muchas estadísticas, que se analizan cuidadosamente, llegándose a conclusiones muy interesantes.
Lo que a los veinticinco años me dio ansiedad y me hizo dejar de fumar marihuana, ahora me da por pensar en positivo, en intentar darme cuenta de cuál es la mejor manera de ser mañana, pero, al decir esto, me percato también de que soy hombre de mañana. El que es hombre de mañana es hombre de nunca, tal vez hombre de vez en cuando y de pocas cosas. Probablemente, haciendo de nuevo la regresión a la niñez, cuando recibí las negativas frustrantes a mis peticiones de niño, decidí vengarme, seguramente dejando de cumplir mi obligación, que podría ser no hacerme pipí en la cama o hacer los deberes para el día siguiente.
Es decir, que ningun cinturón consiguió que hiciera los deberes, ni ninguna paliza impidió que me siguiera haciendo pipí en la cama, ahí se frustró mi educación. Porque dejé de hacerme pipí, pero no cumplía los horarios de llegada y seguí sin hacer los deberes. Así que me convertí en un hombre de tareas pendientes y me acostumbré a vivir con la carga de algo pendiente y sin hacer encima de mí.
Si me iba de vacaciones, no me iba a gusto, me quedaba con la sensación de que tenía algo por hacer y de que debería estar haciéndolo, lo que pasa es que ya no podía concretar qué era lo que tenía pendiente, si me hubiesen preguntado habría respondido: -¿pendiente por hacer?, todo, mi vida entera-. Y es que uno es un vago y la tendencia se muestra en la vida diaria, soy desordenado involuntariamente. Cuando se deja de cumplir la obligación que te marcan y te comienzas a dejar llevar tú por tus apetencias, haciendo lo que te sale en cada momento, dejas de hacer lo que debes por hacer lo que quieres. Con el paso de los años, te acostumbras, dentro de hacer lo que quieres, a hacer lo más cómodo y desaparece de tu vida cualquier tipo de rutina o disciplina, incluso los horarios. Un día puedes levantarte tranquilamente a las doce del mediodía, porque has pasado mala noche -te autoexcusas-, y tiendes a ir dejando las cosas, a hundirse tu negocio, a arruinar tu vida, en pro del hedonismo, de la comodidad de no someterse a educación o disciplina alguna.
Yo he tenido a huevo las cosas en la vida, porque he tenido una mediana presencia que hacía parecerme tímido, detrás de mis gafas graduadas, pero mi cara ha cambiado y ya no parezco tímido, ahora parezco fracasado, se me ha puesto cara de fracasado. Bueno, pues en mis veintidós años de trabajar para mí mismo he estado, dos veces, a punto de conseguir tener mucho trabajo, de ampliar mi negocio con otras personas. La primera de las veces dejé pasar la ocasión y, tras una discreta entrada, dejé de cumplir con mis deberes, y me quedé sin trabajo, por no dar a basto y por salir a celebrar eso de tener mucho trabajo. Celebraciones quizás dedicadas al niño que se quedó sin las últimas vueltas de aquel tiovivo. Recuerdo que, en alguna ocasión, me agasajó mi madre, que me comía a besos y se pasaba tres pueblos hablando maravillas de mí y de lo inteligente que era, más tarde eran sus gritos en la escalera echándome de su casa.
Y es mi constante tendencia a recordar el pasado lo que me hace tener miedo al presente, porque no hago los deberes, y el primer deber que tengo es vivir el momento, aprender a mirar, a explicar que soy lento al mirar, a pensar qué puedo aportar para el bien común en ese momento y actuar en consecuencia.
Cuando voy fumado, me sorprendo constantemente de lo vago que soy.
He caído tan bajo que puedo usar un vaso, tomar agua del grifo, y dejar el vaso en la fregadera, esto lo hago por costumbre. Mi mujer, gracias a esa costumbre, se ve obligada a tener que meter el vaso en el lavaplatos, creándole un trabajo innecesario, por mi vagancia. Bueno, pues no me he dado cuenta de ese detalle hasta que me he puesto a fumar, del mismo modo que no me había dado cuenta de que no vivo el momento presente, porque siempre estoy pensando en otras cosas.
Digo, cuesta cambiar, porque tenemos muchos vicios y costumbres arraigadas, pero yo hace más de dos años que inicié la liberación del vicio del tabaco, pudiendo pasar sin fumar, días y días. El tabaco fue un vicio que adquirí de niño y que mató al corredor que fui, se fuma para ser mayor, igual que se bebe, que es lo que yo quería ser: mayor, para poder hacer lo que me diese la gana.
Hace veinticinco años me imaginaba cómo sería yo con cincuenta: me veía un tío con pasta, seguramente jubilado por el dinero, tal vez con un gran bufete de asuntos de dinero. Físicamente me imaginaba con más canas de las que tengo, mucho más delgado de lo que realmente soy, y no me imaginé cómo vería la vida con medio siglo ya de edad.
Ahora, veinticinco años después, no sé cómo he sido tan imbécil en mi vida. De ver ahora a aquel joven que fui, con aquellos rollos mentales provocados por el cannabis y el alcohol, le diría: "aprende a mirar y a vivir el presente, que estás atontao", y hasta le enseñaría a mirar.
Para aprender hay que tener paciencia, igual que para enseñar, porque hay muchas cosas que no son fáciles de entender a simple vista y hay que explicarlas despacio hasta que pueda comprenderlas el otro.
Y claro, es que soy muy impaciente, antes me decían que era muy nervioso, que no paraba quieto, mi padre me llamaba "tocalotodo primero", porque me aburría enseguida.
Es fácil que un niño mimado en su casa se desmotive en la clase, viendo que nadie le presta atención, porque puede ser un niño con tendencia a motivarse sólo si se le atiende. Algo parecido a esos peones que sólo trabajan cuando está mirando el capataz. Lo cierto es que, cuando yo era niño, no había psicólogos en los colegios y de los niños se sabía que sacaban mejores o peores notas según fueran listos o tontos o estudiasen más o menos, no se sabía más que esto. Así que un niño desmotivado puede estar en clase, con la mirada y el pensamiento perdidos, medio atendiendo al profesor sobre algo que no interesa.
Yo era bastante fiera en duelos: tipo cesta y puntos, saber y ganar, etc. Me motiva competir y tiene esto mucha relación con llamar la atención, con que se fijen en ti, para intentar hacerlo bien, así que cuando se me provoca con alguna cita o hay que buscar algo, pues me motivo más y no me importa esforzarme, porque lo veo como un reto y no como un trabajo. Sin embargo, no me he formado reto alguno en la vida, no he sabido ponerme objetivos a cumplir, porque he vegetado, como la marihuana, igual que una planta.
Así que, sabiendo cómo soy, que me apasionan los retos, me he pasado la vida sin darme el gusto de hacerme uno, salvo el del tabaco, que pensaba que no lo iba a conseguir y que me iba a reforzar mi ego el logro, pero no siento nada especial, simplemente que no me apetece tabaco ahora, no sé mañana.
No sé si me acordaré mañana, porque construyo castillos en el aire, pero mi vida debería ser un reto constante de alcanzar objetivos concretos.
No es tan importante el resultado como haber hecho todo lo posible para alcanzarlo, igual que cuando un abogado trabaja el asunto cuanto está en su mano y un juez da la razón al contrario.
Para empezar, si tras la confrontación habida deduzco que mi problema es saber mirar, mi gran problema inicial, es la causa de esa problema, deduciendo que es por mi falta de paciencia, por mi inquietud, que hace que me vaya la olla todo el rato, la tendencia constante a pensar en otra cosa de lo que estoy haciendo, de distraerme, de no hacer los deberes.
Para educar mi paciencia supongo que habrá en internet algo, que tendré que investigar cuanto antes, pero, fundamentalmente, necesito no pensar en que tengo que agradar a nadie, que es lo que hace, en la mayor parte de las ocasiones, que me distraiga.
Una vez conseguida mantener la concentración en lo que tengo delante, tengo que superar la agorafobia y el miedo a estar en grupo, a que haya más de dos personas, porque creo inconscientemente que tengo que competir en ese grupo y me agobio porque pienso que no puedo con tantos. Al grupo me acercaré para aportar algo y no para medirme con nadie, todos tenemos virtudes y defectos, no tengo por qué ser el más guapo, el más listo, el que se lleve a la chica más deseable de ese grupo, no tengo que hacer nada, debo relajarme y mirar a las personas, ver qué necesitan, preocuparme por si mis palabras o gestos pueden molestar a alguien, ser discreto.
Si consigo perder el miedo a los demás y me considero a mí mismo como digno de estar con otras personas, que no soy ni más ni menos que ninguno, sino uno más de entre todos, conseguiré mejorar mi primera impresión y facilitar el trato con los demás.
Una concentración en el momento presente, en lo que estoy haciendo, me permitirá no ir dejando las cosas sin hacer, abandonadas, como sucede si uno no se disciplina, así que, como imponerme una disciplina yo mismo aún no sé cómo hacerlo, me pondré como reto vivir la vida al estilo Zen: concentración total en lo que estoy haciendo y evitar sistemáticamente la entrada en mi cerebro de pensamientos que distraigan lo que esté haciendo en ese momento.
Esto último es para mí una lucha de años, llevo muchos años diciendo lo mismo, pero no termino de conseguirlo, de evitar distraerme, lo que me lleva a dejar las cosas y no saber dónde.
No sé cuándo, pero seguro que hubo una primera vez, me dejé una cosa sin darme cuenta. Recuerdo que, de crío, en alguna ocasión volví sin alguna cosa, prenda de ropa, creo, por haberme olvidado de que la llevaba, con la regañina consiguiente, que me hacía sufrir mucho y a la que tenía mucho miedo. Yo siempre he tenido mucho miedo de la reacción de mis padres, he vivido con miedo, no sé por qué, pero he vivido como algo natural el temer a mis padres.
Años después, aún aparecen en mis pesadillas escenas de ir en pijama por la calle, estudios y servicio militar sin terminar y que tengo que volver a hacerlo, etc.
Yo no sé si mi caso es grave o no, ni siquiera sé lo qué tengo, pero he llegado a la conclusión de que he vivido con miedo y no se puede vivir así, con miedo a los demás, con miedo a la vida.
He intentado, más o menos, hacer la confrontación de mi situación por escrito, que se puede perfectamente hacer así, incluso se aconseja, para que nos podamos hacer una idea de cómo es, más o menos, según yo la entiendo. Una idea irracional por mi parte sería pensar que no tengo remedio porque soy así desde niño, otra idea irracional sería pensar que no valgo para nada. Confío en que, con mi ejemplo, se haya entendido un poco más cómo funciona todo esto de la autoayuda, para poderla aplicar en los casos de angustia o ansiedad.
En todo caso, la moraleja que os dejo es que no os autoeduquéis, dejaos llevar por los consejos de vuestros padres, porque de fuera se ve mejor que desde dentro, porque uno mismo no se puede ver realmente, ni aún a través del espejo, porque se mira el mismo que se ve. Es como cantar, hasta que no te oyen otros no sabes si cantas bien o mal, recordad en alguna historia real cómo alguna mala cantante se empeñaba en organizar veladas de canto a las que nadie acudía. Cantaba mal pero creía, estaba segura de cantar bien, se oía a sí misma melódica y armoniosa, con voz agradable. Uno no sabe lo que puede saltar hasta que no lo salta. Me puedo quedar mirando una montaña e imaginárme subiéndola hasta la cima, pero cosa distinta es ir y comenzar a subirla. Pues algo así, como la distinción entre ficción y realidad, es verse o que te vean, escucharse o que te escuchen, porque te ves y te escuchas a ti mismo, y eres el más influenciado por ti, sería como si te juzgases a ti mismo.
Y quien se autoeduca es como quien se juzga a sí mismo, pues uno mismo tendría que ver si hace bien o mal para corregirse, pero es difícil estar haciendo cosas y corregirse, a la vez. Es como estar con una mujer en la cama, haciendo el coito, y estar a la vez pensando en que eso que está haciendo no está bien, porque lo estás haciendo en un coche, porque lo estás haciendo en la casa de tus padres, porque lo estás haciendo en su cama, porque lo estás haciendo en un sitio en que puede aparecer o veros alguien... Esa crítica, tan frecuente, en los momentos de sexo, es consecuencia de la autoeducacion, pienso yo, porque el resultado es que, ni jodes ni te arrepientes, tan tibio como la propia autoeducación. Autoeducarse es como adivinarse la propia cara sin habérsela visto uno nunca, porque creemos saber cómo somos, pero es una creencia que no tiene por qué coincidir con la realidad, y puede que no nos conozcamos y que no sepamos cómo somos, y que la autoeducación no sea tal, sino un hedonismo barato a corto plazo, que nos destruirá a la larga como personas.
Ya he dicho: ahora me doy cuenta de que nadie me ha educado, vengo del hedonismo mal entendido, mi primera fase de medio siglo me hace ver que he estado equivocado.
Ahora no me queda más que el único camino posible: que me eduquen, que nunca es tarde y se puede cambiar en cualquier momento, más o menos puedo saber por dónde fallo y sé que necesito que me guíen.
Como no tengo padres que me guíen ni psicólogo de cabecera, tengo que tomar como modelo el sistema que me permita ver en clave positiva mis relaciones con el mundo: buscando el bien común.
No es fácil, sobre todo al principio, procurar el bien común, porque puedo enfrentarme con personas a las que perjudique ese bien común en sus intereses particulares, porque no tengo más guía que la propia conciencia. La conciencia es como una ventana que se abre hacia el Creador, que nos mantiene en contacto con la Ley Natural, y que, gracias a ella, sabemos si hacemos lo mas conveniente o no. El primer problema es que mucha gente rechaza que la conciencia exista, el segundo que otros me pueden acusar de ser tan egoísta que sólo busco acallar mi conciencia. Si busco el interés general, el bien común, tengo la seguridad de actuar bien, tenga o no los resultados a corto plazo, igual que el abogado que hace todo lo que puede, pero pierde el asunto.
Yo soy responsable de mi propia vida, no puede vivirla por mí ningún educador, estamos ante el resto del mundo mi conciencia y yo, nunca podré estar absolutamente seguro de que cada uno de mis actos a lo largo de mi vida sea bueno o malo, ni hasta dónde llegarán sus consecuencias, porque escapa a mi conocimiento, sólo lo sabe Dios.
Luego, plantearme con demasiado empeño actuar conforme a mi conciencia y dudar si acierto o no, es labor inhumana, porque nunca podré saber si actué bien o mal, luego, es mejor actuar con el corazón, con los sentimientos, con los impulsos del corazón, con el alma, que es nuestra parte humana de la conciencia.
Puedo vivir a disgusto con mi pareja, me puedo dar cuenta de que no la quiero, incluso que me da hasta asco, pero no se lo digo y continúo dejando que se siga pudriendo la relación, siendo menos que amigos, pero continuando la coexistencia en falsa pareja, porque no hay sexo desde hace mucho tiempo. Si actúo de este modo, es porque me conviene, aunque mi conciencia me lo disfrace de este modo: "Te casaste con ella y tienes que mantener ese vínculo sagrado ante Dios", para justificar el no dar el paso.
Cuando esto ocurre, hay que pensar que la base de la mala educación es el egoísmo, el quererlo todo, de cuando éramos muy pequeños, y que nos comenzaron a educar en el momento en que nos dijeron el primer no. Este egoísmo busca, invariablemente, lo mejor para nosotros, pero en clave de la educación recibida; por ejemplo, un hombre bien disciplinado y educado sabe que es mejor quedarse soltero que casarse con una mujer a la que ni ha amado, ni ama; a una mujer disciplinada le ocurre lo mismo, es mejor seguir soltero. Pero si esa persona no ha sido bien educada, porque se ha educado a sí misma, puede pensar en otra clave y llegar a la conclusión de que lo que les ha pasado a los demás no tiene por qué pasarle necesariamente a él y se casa sin amor, sólo por interés, por el mero interés de tener un sitio en dónde vivir.
Para una persona disciplinada, el no tener en dónde vivir no le lleva a entregarse en matrimonio a nadie: se busca en dónde vivir sin comprometerse con la compañera de piso o se marcha uno a otro sitio, aunque sea a casa de una tía, unos días, mientras sale una habitación por ahí para ocupar. Para una persona no disciplinada, hará en cada momento lo que le parece mejor, pero sin perspectiva de sí mismo, porque no se conoce, sin reflexión sobre las consecuencias de sus actos, por lo que se casa y no pasan demasiados años en que su vidas no es feliz, porque echa de menos a alguien a quien amar.
Voy concluyendo este galimatías. Un niño, cuando nace, carece de medio de defensa aparente y es aparentemente indefenso, pero la naturaleza engaña y las cosas no son lo que parecen. El niño, al igual que muchos otros animales, nace y mantiene durante la primera parte de su vida, unas facciones suaves, redondeadas, que no desprenden agresividad sino ternura, y esta es su primera característica de defensa: evitar formas agresivas. Pero el niño, tras su apariencia indefensa, tiene unos pulmones, unas lágrimas, unas babas, hambre, pis, caca, limpia, compra, sal, duerme, ven, vete, que le permiten tener a sus padres ocupados en sus cuidados durante horas mientras el niño pequeño los observa con sus grandes ojos: les está tomando la medida, averiguando hasta dónde puede llegar con ellos en su insaciable egoísmo.
El niño piensa sólo en sí mismo y se fija mucho en agradar a los demás, para obtener de ellos, además, vanidad; el niño no quiere a nadie sino en la medida en que pueda recibir de él, unos años más tarde, en la adolescencia, dirá burradas a sus padres, pero les chuleará y obtendrá de ellos cuanto pueda, mientras sigue pensando en que muertos estarían mejor porque él sería más libre y esa casa sería para él sólo, para compartirla con los amigos.
Pero cuando se crece, cuando ya no tienes padres que te quieran, echas de menor el amor, aunque no hayas tenido nunca la sensación de haberlo sentido, porque has sido querido por otros seres humanos, pero no te diste cuenta de ello, porque sólo pensabas en ti. Esa falta de amor en la convivencia diaria deviene insoportable, es duro vivir sin amor.
Sin amor la esposa enferma es una carga, la falta de dinero una consecuencia necesaria de la falta de coordinación en la pareja, el fracaso personal causa de reproches mutuos. El amor ayuda a crecer, pero no sólo el amor que se recibe, sino también y sobre todo el que se da. Dar amor es darse a sí mismo, es perpetuarse, es influir en los demás positivamente, es sembrar lo mejor de nosotros mismos, es ser feliz, sentirse bien queriendo al otro. Si la esposa enferma, el amor hace que la ternura hacia el ser delicado descubra cuánto podemos llegar a querer y a sufrir por el mal ajeno, la falta de dinero se supera estando juntos y no existe el fracaso personal, porque la persona está llena de espíritu y tiene un porqué para vivir y vive la vida en su plenitud, con el sentimiento desbordante.
Cuando alguien llega a esta conclusiones, después de diecisiete años de matrimonio y cincuenta de vida, es porque algo antes no ha funcionado bien, no se ha sabido elegir y no se ha sabido vivir.
Puedo seguir aplazando mi decisión meses, incluso años, justificándome para seguir igual que hasta ahora: no quiero hacerle daño, no quiero líos, pero me consta que me casé porque no tenía en dónde vivir y me casé por eso, por resolver un problema material. Ahora, casi dieciocho años después, me ocurre con este tema lo mismo que me ocurrió profesionalmente: que tuve mi primera oportunidad de crecer y la dejé pasar, me dediqué a celebrar lo bien que me iba y lo perdí todo; años más tarde tuve una segunda oportunidad y me pasó exactamente lo mismo, y eso que estaba avisado. Es lo que me ha llevado a analizarme y ver el porqué de haber repetido el mismo error: por no saber vivir el instante. Ahora, en breve plazo, me quedo de nuevo sin lugar donde vivir y ya he tomado la decisión de marcharme de donde vivo y de la esposa con la que llevo compartiendo la vida, con mejor o peor fortuna, casi dieciocho años. Si quiero cambiar yo, tengo que ayudarme, tengo que sacar provecho de las crisis, más de una tan gorda como ésta, que me obliga a partir de bajo cero, por las posibles deudas que queden tras liquidar todo, y para ayudarme tengo que cambiar mi entorno.
Mantener mi entorno sería perpetuar mis costumbres, mi forma de mirar mal la vida, de continuar sin mirar a los ojos a los demás, de seguir teniendo miedo en cualquier grupo y pensando en qué pensarán de mí y qué impresión les causaré.
Así que, ayudado por la marihuana, que me hace ver las cosas de este modo, estoy dispuesto a dar el paso, cuando llegue, porque sé que no necesitaba en ese momento, cuando me casé, a esa mujer sino el compartir el alquiler de un piso con alguien; tiempo más tarde, sentí la obligación moral de casarme, es decir, necesitaba seguir compartiendo los gastos del piso.
Me he sacrificado durante casi dieciocho años, viviendo sin amor, porque creí que Dios me enviaba a esa mujer como mi compañera para toda la vida y porque creía que el amor nacería. El amor no nace en una convivencia, se puede convivir un año con alguien, compartir litera, y no enamorarse, incluso vivir sin dirigirse apenas la palabra.
Hay un inconveniente añadido: y es que muchas parejas dejan de escucharse. Puedes entender y discernir lo que te diga cualquiera pero, la voz de tu mujer más o menos saber lo qué te va a decir, porque la convivencia es difícil y la convivencia sin amor puede desembocar en monotonía, que impide que ninguno de los miembros de la pareja crezca y ayude a crecer al otro.
Incluso, como me ha pasado a mí, el cónyuge incremente tus vicios de vagancia o de no mirar bien en derredor, si no te corrige, pasa de educarte, no insiste, te deja hacer y, además, te pregunta qué te pasa si le miras, mirándote descaradamente y haciéndote bajar la vista, como si hubiera hecho algo malo y ella me lo recriminase, no le puedo mirar, le molesta.
Dadas estas circunstancias, hay que salir pitando de aquí, aunque sea por salud mental. Dieciocho años son muchos y no estoy dispuesto a cumplir un año más de castigo, por muy divino que sea.
A mí me da mucha pena mi mujer, pero más pena me doy yo, porque, si no cambio, si no consigo vivir plenamente y dar un sentido a mi vida, con un reto que desarrollar, tendré que dar cuenta de los talentos que se me dieron cuando nací, cosa en la que he pensado muchas veces y, cuando llegue la rendición de cuentas no sé si voy a poder devolver siquiera lo que se me entregó, porque estoy obligado a vivir con cierta intensidad la vida y no me puedo autoeducar solo.
Del mismo modo, Er_Plok, que te ha servido lo que estos días he ido escribiendo sobre autoayuda, confío en que todas estas reflexiones sirvan de algo a alguien, porque se puede cambiar a los cincuenta, no somos inflexibles ni invariables, y si vemos que actuando de una determinada manera no se llega a ser feliz con uno mismo, se actúa de otra, por ver si se mejora. Lo importante es estar bien uno mismo para poder hacer que el entorno esté mejor contigo que sin ti. En cuanto a vivir sin amor, es la consecuencia de mi error: estaba acostumbrado a que me quisieran, he sido muy cómodo toda mi vida, pero ha llegado el momento de querer, de amar, sin miedo a que la persona amada me rechace, me da lo mismo, porque el placer consiste en amar no en la correspondencia del mismo. Por otra parte, no se pueden ocultar los sentimientos, aflorar al exterior y los demás se percatan de ellos, los notan, por lo que, si desprendo amor, los demás lo notarán y será más fácil que me correspondan, pero si así no ocurre, no pasa nada, no importa, porque soy libre para amar a quien quiera.
Mi perfección y mi felicidad dependen del amor que pueda dar a los demás, no del que pueda recibir de ellos. Dar mi amor puede depender de mí, de mejorar para poder llegar a darlo, pero recibir el amor de los demás no depende de mí, luego es irreal que yo pretenda influir en el amor, en el concepto, en la imagen que los demás puedan tener de mí y, sin embargo, me he pasado la vida fijándome en si me querían o no.
Creo que bato mi límite de pasarme de largo, pero se puede leer a trozos.