Yo nunca he querido defender a traficantes, me parece bien que detengan a la gente que trafica con alcohol, con tabaco, con drogas, con sustancias y otras muchas cosas con la gente menor de edad, por puro afán de ganar dinero. Nunca he soportado al que se pone delante de un colegio, de una discoteca frecuentada por menores, al que busca a menores para venderles cosas, sean legales o no; lo que sucede es que igual tendrían que comenzar por ir a prisión los que hacen el marketing en los supermercados, poniendo en las zonas bajas de las cajas muñequitos, chocolatinas, productos que son más bien caros y que quedan a la altura de un niño para que se encapriche con lo que está viendo y, finalmente, termine frustrado si no se lo compran. Por el contrario, veo bien que alguien ofrezca un producto a un adulto, salvo aquellos productos que pueden generar hábito: máquinas tragaperras, sexo, drogas, etc. Y, lo que ya no entiendo, es cómo el Estado decide que el arruinarse con las tragaperras, el alcohol, el tabaco, el sexo, etc, es legal y no es legal arruinarse consumiendo cocaína.
La cocaína es una mierda, es una droga espantosa por engañosa, es la puerta de la ruina, pero también lo es el burdel de la esquina, el travesti que ofrece sexo por dinero, el local de juego lleno de máquinas, el casino, el juego en el frontón, la lotería nacional, la primitiva, las llamadas a programas de televisión para votar por tal o por cual a razón de 1,20 euros el SMS, los 806, etc, etc.
Por supuesto, en mi opinión, tener unas cuantas plantitas de marihuana en tu casa, en tu balcón, en tu jardín, en tu huerto, para ti y para tus seres queridos, sin ánimo alguno de vender nada, es tan legal como Dios quiso que fuese. No comprendo cómo puede ser ilegal una planta, un animal, una piedra, un ser humano... no comprendo a quién se le ocurrió ofender a Dios y decirle que lo que creó es ilegal, es una monstruosidad, una blasfemia, una irreverencia al Creador.