Reflexionando sobre el entorno y sobre la historia reciente, me doy cuenta de que el siglo XX ha acabado con la libertad del hombre. Se han aupado al poder en ese siglo hombres dispuestos a acabar con la libertad, dispuestos a prohibir, en nombre de la sociedad.
Es curioso, un siglo que clama por la sociedad, pero que anula al hombre.
Ninguno de los movimientos representativos de ese siglo dice una sola palabra sobre la libertad del hombre: El Comunismo, el Socialismo, el Fascismo o el Nacionalsocialismo hablan de nación, hablan de pueblo, hablan de sociedad, de masa, de colectivo, pero arrinconan al hombre o lo olvidan.
En unos casos, la libertad del hombre la encadenan con el trabajo "el trabajo os hará libres"; en otros, es la muerte la libertad, como en el espíritu legionario.
Se han prohibido en ese siglo, para "proteger" a la sociedad, sustancias que llevan miles de años acompañando al hombre, incluso alumbrándole.
Ello en nombre de una sociedad sana y libre.
Muchos hombres viven enfermos de trabajo, de dinero, de preocupaciones; su vida se limita a ganar dinero para comprar una vivienda, pagar el coche o irse de vacaciones. Esa enfermedad es de las peores: es la enfermedad del esclavo, que trabaja para satisfacer al amo, que es el dinero. Es como si el hombre tuviera que trabajar para pagar su rescate, cuyo precio lo ponen otros, los especuladores y los políticos. Esa enfermedad tiene alivio con algunas de esas sustancias que se han prohibido. Es como si nos hubieran tapado el cielo, para que no llegue la luz del sol, condenándonos a vivir a oscuras, para que no veamos la verdad.
Esos especuladores y políticos no ven hermanos, no ven personas; ven ocasión, ven ganancia, ven beneficio. No les interesa el hombre, les importa el rebaño, y así tratan a sus incondicionales en los mítines: como rebaño. El rebaño vive su alborozo y aclama a su pastor, a su político, a su especulador, a su amo. Le cuentan que la hierba es mala, y él grita contra la hierba, reclamando mayores penas para los que la usan; le dicen que el fumar es malo y reclama playas sin humo, bares sin olor; muchos de ellos se prestan a ejercer las labores policiales, denunciando a los cultivadores o a los fumadores, aunque el humo no les llegue; otros dicen lo que conviene decir, cuando les preguntan, no vaya a ser que les riña el amo o se aleje de él el rebaño.
Se acaba la transhumancia, el vagabundo, el trovador, el hombre libre.
A partir de poco, dentro de muy poco tiempo, vamos a llevar un chip en el DNI, como muestra de partida de lo que viene en el futuro, que lo llevaremos puesto, injertado, como los perros. El rebaño balará, y el amo sonreirá extasiado al ver conseguido su objetivo: anular al hombre.
Si no se es libre, no se es un ser humano, por propia definición.
Yo me pregunto, ¿Quién ha otorgado poder a esos dirigentes para quitar al hombre la libertad que Dios le dio?
Es curioso, un siglo que clama por la sociedad, pero que anula al hombre.
Ninguno de los movimientos representativos de ese siglo dice una sola palabra sobre la libertad del hombre: El Comunismo, el Socialismo, el Fascismo o el Nacionalsocialismo hablan de nación, hablan de pueblo, hablan de sociedad, de masa, de colectivo, pero arrinconan al hombre o lo olvidan.
En unos casos, la libertad del hombre la encadenan con el trabajo "el trabajo os hará libres"; en otros, es la muerte la libertad, como en el espíritu legionario.
Se han prohibido en ese siglo, para "proteger" a la sociedad, sustancias que llevan miles de años acompañando al hombre, incluso alumbrándole.
Ello en nombre de una sociedad sana y libre.
Muchos hombres viven enfermos de trabajo, de dinero, de preocupaciones; su vida se limita a ganar dinero para comprar una vivienda, pagar el coche o irse de vacaciones. Esa enfermedad es de las peores: es la enfermedad del esclavo, que trabaja para satisfacer al amo, que es el dinero. Es como si el hombre tuviera que trabajar para pagar su rescate, cuyo precio lo ponen otros, los especuladores y los políticos. Esa enfermedad tiene alivio con algunas de esas sustancias que se han prohibido. Es como si nos hubieran tapado el cielo, para que no llegue la luz del sol, condenándonos a vivir a oscuras, para que no veamos la verdad.
Esos especuladores y políticos no ven hermanos, no ven personas; ven ocasión, ven ganancia, ven beneficio. No les interesa el hombre, les importa el rebaño, y así tratan a sus incondicionales en los mítines: como rebaño. El rebaño vive su alborozo y aclama a su pastor, a su político, a su especulador, a su amo. Le cuentan que la hierba es mala, y él grita contra la hierba, reclamando mayores penas para los que la usan; le dicen que el fumar es malo y reclama playas sin humo, bares sin olor; muchos de ellos se prestan a ejercer las labores policiales, denunciando a los cultivadores o a los fumadores, aunque el humo no les llegue; otros dicen lo que conviene decir, cuando les preguntan, no vaya a ser que les riña el amo o se aleje de él el rebaño.
Se acaba la transhumancia, el vagabundo, el trovador, el hombre libre.
A partir de poco, dentro de muy poco tiempo, vamos a llevar un chip en el DNI, como muestra de partida de lo que viene en el futuro, que lo llevaremos puesto, injertado, como los perros. El rebaño balará, y el amo sonreirá extasiado al ver conseguido su objetivo: anular al hombre.
Si no se es libre, no se es un ser humano, por propia definición.
Yo me pregunto, ¿Quién ha otorgado poder a esos dirigentes para quitar al hombre la libertad que Dios le dio?