Diez de la noche, aburrido decido echarle un ojo a la escopeta del 4.5 y de paso la limpio. Salgo al balcón con los arreos, cuando antes de empezar me llegan los gritos de una joven: "¡te voy a matar de una hostia, te voy a cortar las manos, te voy a partir las piernas!". Sorprendido por la contundencia de las amenazas -las profiere una mujer, repito- dirijo la mira telescópica hacia el origen de los gritos, cuando veo salir de una casa cercana a una niña de unos tres años corriendo como el viento, hasta que se encuentra con un vecino que está tomando el fresco en la calle. Le escucho preguntarle a la niña "¿qué has hecho, que tu madre grita así?". La niña, con una ternura infinita, le contesta al vecino con la cabeza gacha "he metido el agua de mi perro en la nevera porque tiene mucho calor, y mi mamá se ha enfadado conmigo".
No doy crédito a lo que he oido y oigo. Sale otra vecina interesada en lo que ocurre. "Anda que no le has soltado nada", comenta la mujer con una sonrisa forzada, intentando que la niña no cobre. La madre se ríe, orgullosa de la contundencia con la que ella cree que educa a su niña: "verás como esta noche no quiere dormir conmigo del miedo que tiene". Mi indignación es indescriptible. Un gesto de amor, ternura y complicidad en una niña de tres años, se convierte en origen de improperios y amenazas, más propia de bestias que de personas. ¿Qué esperanza podemor poner en la estabilidad emocional de esa niña? Si la tratan así por meter el cuenco del perro en el frigorífico, ¿qué le harán el día que rompa algo? ¿Con qué autoestima va a crecer? ¿qué valores le van a inculcar? ¿qué respeto, tolerancia, autocontrol y serenidad va a conocer? Ningunos.
Reflexiono que describiendo la situación con buena prosa al juez, probablemente me declararía inocente, así que me planteo la posibilidad de dispararle un plomazo a la madre. Un plomazo justiciero, de los que no matan pero sacan un cardenal de un palmo. Estando sopesando los pros y los contras de mi posible Vendetta, sale al balcón mi perra, me mira a los ojos, mueve el rabito y apoyándose en dos patas empieza a buscar mis mimos. Sus ojos negros y profundos terminan por ablandarme. Dejo la escopeta y decido salir de paseo. Lamento no estar lo suficientemente perturbado como para haber disparado. Pero no un inocente perdigón. Esa niña no se merece esa crianza, y esa madre nunca debió ser madre.
No doy crédito a lo que he oido y oigo. Sale otra vecina interesada en lo que ocurre. "Anda que no le has soltado nada", comenta la mujer con una sonrisa forzada, intentando que la niña no cobre. La madre se ríe, orgullosa de la contundencia con la que ella cree que educa a su niña: "verás como esta noche no quiere dormir conmigo del miedo que tiene". Mi indignación es indescriptible. Un gesto de amor, ternura y complicidad en una niña de tres años, se convierte en origen de improperios y amenazas, más propia de bestias que de personas. ¿Qué esperanza podemor poner en la estabilidad emocional de esa niña? Si la tratan así por meter el cuenco del perro en el frigorífico, ¿qué le harán el día que rompa algo? ¿Con qué autoestima va a crecer? ¿qué valores le van a inculcar? ¿qué respeto, tolerancia, autocontrol y serenidad va a conocer? Ningunos.
Reflexiono que describiendo la situación con buena prosa al juez, probablemente me declararía inocente, así que me planteo la posibilidad de dispararle un plomazo a la madre. Un plomazo justiciero, de los que no matan pero sacan un cardenal de un palmo. Estando sopesando los pros y los contras de mi posible Vendetta, sale al balcón mi perra, me mira a los ojos, mueve el rabito y apoyándose en dos patas empieza a buscar mis mimos. Sus ojos negros y profundos terminan por ablandarme. Dejo la escopeta y decido salir de paseo. Lamento no estar lo suficientemente perturbado como para haber disparado. Pero no un inocente perdigón. Esa niña no se merece esa crianza, y esa madre nunca debió ser madre.