Euskal Herria
Nación europea, sin reconocimiento jurídico en la actualidad que la avale como Estado, compuesta por los seis territorios históricos de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, Nafarroa y Zuberoa. Con 20.864 kilómetros cuadrados (de los cuales Nafarroa supone la mitad) y 2.900.000 habitantes, Euskal Herria se encuentra fraccionada administrativamente, primero en los Estados español y francés y, segundo y a un nivel inferior, por la configuración política de estos Estados. En cuanto a su extensión territorial, Hegoalde (Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa) prefigura el 86% del conjunto del país. El Sur vasco supone el 3,5% del territorio actual del Estado español, mientras que el Norte (Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa) no llega sino al 0,5% del Estado francés. Mientras que los ciudadanos vascos de Hegoalde son el 7,5% de la población española actual, los de Iparralde, se acercan al 0,4% de la francesa.
El pueblo vasco es uno de los pueblos por excelencia de Europa, arraigado en una lengua sin parentesco conocido, al contrario que el francés y el español que resultaron ser dialectos del latín. Decía Pío Baroja que «el País Vasco no guarda grandes monumentos históricos, arquitecturas majestuosas, sorprendentes, ni memorias de sucesos de un pasado más o menos sensacional. Su herencia es humilde, pero sutil y penetrante para rendir la admiración de las gentes sensibles, y la conserva en el cuadro primitivo, que es su paisaje risueño, de una gran diversidad de tonos y de matices, escenario adecuado para que brillen las costumbres de una raza que ha conservado durante mucho tiempo el hermetismo ancestral de sus costumbres y de su lenguaje».
El territorio vasco se extiende por la parte más occidental de los Pirineos, adoptando la forma de un triángulo. La fisonomía que conoce la presencia humana en este territorio proviene de la era terciaria, cuando el mar se trasladó hasta los límites actuales y las montañas y elevaciones orográficas quedaron definitivamente constituidas.
Los montes más altos están precisamente en la zona pirenaica que divide al país en dos partes y en donde la Mesa de los Tres Reyes, con 2.428 metros, compartiendo faldas con Zuberoa y Nafarroa Garaia, es su mayor altura. Le siguen, en la misma zona, el Arlas con 2.044 metros, el Orhi, con 2.021, la Kartxela con 1.982, Txamantxoia con 1.945 y Otsogarrigaña con 1.922. En Araba la mayor elevación es el Gorbea con 1.481 metros que comparte la cima con Bizkaia, seguida del Joar, de 1.416 metros en la muga con Nafarroa. En el antiguo Señorío de Bizkaia y detrás del Gorbea están el Zalama con 1.336 metros de altura y el Anboto, con cinco metros menos. En Gipuzkoa, las estribaciones más altas se encuentran en la sierra de Aitzkorri, con el Atxurri (1.551 metros) y el Aketegi (1.544 metros) como cotas más notables. Artzamendi con 926 metros y Larrun con 900 son las alturas de Lapurdi, mientras que Okabe (1.466 metros) y Urkulu (1419 metros) lo son en Nafarroa Beherea.
La llanura más importante tiene a Gasteiz como centro. Tanto la Rioja alavesa como la Ribera de Nafarroa son parte de la depresión de la cuenca del Ebro. En el sur del país, las tierras conocidas como las Bardenas Reales, que penetran en Aragón, han formado un paisaje desértico de clima árido. En los valles cantábricos, la angostura de sus espacios ha imposibilitado la formación de aluviones y, en consecuencia, la expansión de cualquier tipo de ribera.
En cuanto al aspecto hidrográfico, el territorio de Euskal Herria está definido entre dos ríos: el Aturri (Adur) y el Ebro. Todos los ríos vascos evacuan sus aguas al océano Atlántico, en el mar Cantábrico, excepto el Ebro y sus afluentes, que transportan el agua hasta la cuenca del Mediterráneo. Aunque la mayoría de las corrientes de Nafarroa y Araba desembocan en el Ebro, algunos de sus ríos, como el Nerbión, el Bidasoa o el Urumea finalizan su trayecto en el Atlántico. Mientras que el Aturri marca la muga con las Landas, en el Estado francés, el Ebro hace lo propio con Castilla y La Rioja en el Estado español. Los afluentes del Ebro en Euskal Herria más importantes son el Zadorra, Aragón, Ega, Mayor, Inglares, Keiles, Omecillo, Baia y Alhama. Los del Aturri son el Biduze y Errobi. El resto de ríos vascos que no terminan sus aguas ni en el Ebro ni en el Aturri, van a parar al Atlántico: Artibai, Barbadun, Bidasoa, Deba, Ibaizabal, Lea, Oiartzun, Oka, Oria, Sarrakaria, Urola y Urumea.
La costa vasca tiene una longitud de alrededor de 160 kilómetros. Desde el Nerbión hasta Miarritze es abrupta con numerosos cabos rocosos (Aiztandi, Galea, Higer, Izustari, Luzero, Matxitxako, Monpas, Ogoño, San Anton, Kalero y Villano). Desde Miarritze el relieve que abarca la mar se convierte en arenoso, subiendo en esa inmensa playa landesa que llega hasta la localidad francesa de Arcachon. Algunas pequeñas islas como Aketx, Izaro, Gaztelugatxe, San Nikolas y Villano, animan la franja litoral vasca.
A pesar de la pequeñez territorial de Euskal Herria, su clima se ve afectado por cuatro condicionantes que lo hacen diverso de unas zonas a otras. Estas cuatro influencias vienen de los Pirineos, de la meseta ibérica, del Mediterráneo y del golfo de Bizkaia. Mientras que los valles interiores pertenecientes a la cuenca del Ebro sufren grandes transformaciones de temperatura, la costa atlántica sufre unas oscilaciones menores. Los inviernos, suaves en la costa, son más rigurosos en las zonas pirenaicas, sobre todo en Zuberoa, y en la ribera del Ebro, donde la estación se prolonga entre octubre y mayo. Precisamente este último mes suele ser, habitualmente, el más lluvioso del año.
Estas circunstancias convierten el clima de Euskal Herria en realidad en cuatro, como sus influencias. El primero de ellos es el de la variedad oceánica, que afecta a la parte septentrional del país, es decir a Bizkaia, Gipuzkoa, el noroeste de Nafarroa y la zona de Iparralde más cercana a la costa. El segundo de los climas, el subalpino, afecta a los valles orientales navarros de Erro, Urrobi, Irati, Salazar y Ezka. El tercero, el mediterráneo, abarca la Rioja alavesa y la Ribera navarra, hasta la zona media del Antiguo Reino. Por último, la cuarta variedad surge al mitigarse los caracteres oceánicos, afectando a las cuencas prepirenaicas de Araba y Nafarroa y dando por válido el aserto de los geógrafos de que los Pirineos comienzan realmente en Sierra Salvada que enlaza con las estribaciones del Gorbea.
Las abundantes precipitaciones y nevadas pirenaicas, así como la sequedad en el sur hacen que Euskal Herria posea una coloreada gama vegetal. En las zonas subpirenaicas, el pino propio, el abeto y el haya son los árboles más comunes, mientras que en las zonas secas de menor altitud, el boj está combinado con el roble. Más abajo y en la zona atlátantica el haya, el fresno, el álamo y otros árboles característicos de estas latitudes europeas se combinan con diferentes arbustos que, en la zona mediterránea, pueden ser el romero, tomillo o espliego.
La acción del hombre ha cambiado radicalmente la fisonomía vegetal del país. Mientras que el sur de Nafarroa está prácticamente limpio de árboles, hecho que hace unos siglos no ocurría, la zona atlántica, esquilmada durante cientos de años para la fabricación del carbón de las ferrerías, ha sido repoblada con especies extrañas tales como el pino insigne o el eucalipto. Sólo algunas zonas comunales como el bosque de Irati (entre las dos Nafarroas y Zuberoa), donde la explotación fue racionalizada, han permitido mantener manchas arbóreas de importancia. Con sus 6.520 hectáreas, el bosque de Irati ómixto de hayas, abetos y alercesó es uno de los mayores de Europa.
En cuanto a la fauna que sobrevive en las zonas húmedas y boscosas del país, su relevancia es mínima, si la comparamos con épocas pasadas. A este respecto, el paleolítico fue, sin duda, la época más espectacular vista desde el presente. Los rinocerontes, mamutes, toros, osos de las cavernas, ciervos, leones, leopardos, caballos, hienas o bisontes, poblaron un territorio glacial habitado por hombres y mujeres refugiados en la angostura de las cuevas. Ya en nuestra era, la acción humana, como en el caso de las manchas arbóreas, fue condicionando el espacio natural de las especies animales. En las zonas húmedas, la desecación de marismas y lagunas, eliminaron aves como el cisne y las numerosas especies de patos y espantaron a otras a buscar nuevos refugios en otros lugares. En la costa, la subespecie de ballena que vivía en el golfo de Bizkaia, desapareció en el siglo XVI con motivo de su caza masiva. En el interior, osos, lobos, linces o quebrantahuesos fueron totalmente reducidos a la extinción, aún en pocas recientes. Asimismo, la abundancia de armas entre los naturales del país, con motivo de las pugnas continuas con los pueblos vecinos, hizo de la caza una expresión generalizada. En la actualidad, las licencias de caza que se expenden en Euskal Herria, tanto en Iparralde como en Hegoalde, son porcentualmente las más altas de Europa. Incluso, algunos cazadores han hecho causa para la reivindicación política presentándose a consultas electorales en Zuberoa y Nafarroa Beherea con un notable éxito.
La demografía, es decir la presencia humana en el territorio vasco, cuenta con obstáculos obvios para su estudio. La presencia de hombres y mujeres en el territorio de Euskal Herria, en forma de especies que se han dado en denominar pre sapiens, parece probada desde el paleolítico inferior, con asentamientos en todo el país, desde Tudela hasta Miarritze. Esta época se remonta 150.000 años atrás que es desde cuando existen testimonios en forma de hachas de sílex. En el paleolítico medio, hasta hace unos 90.000 años y en plena glaciación würmiense apareció el llamado hombre de Neanderthal, del que existen restos fósiles en Isturitze y Lexetxiki. En el paleolítico superior que se extiende entre 33.000 y 9.000 años antes de nuestra era y con la intermitencia entre los fríos glaciales y las épocas templadas, el hombre descendió hasta los valles por debajo de los 400 metros. Apareció el homo sapiens sapiens y entre ellos el Cromagnon, que inició una evolución autóctona hacia el tipo vasco con sus características raciales específicas descritas por los antropólogos.
Luego llegaron el mesolítico, el neolítico y el eneolítico con las llamadas edades de los metales (2.000 años antes de neutra era). Para Jesús Altuna, «la formación de la raza vasca había ya concluido ya para el eneolítico. La cultura de esta época y la del bronce arraigaron fuertemente en el país. El euskara data, al menos, de estas épocas. Durante ellas se va perfilando la etnia vasca, a partir de elementos autóctonos por una lado y alóctonos por otro. Estos se introdujeron fundamentalmente por la importante transhumancia que la intensa vida pastoril de esta época traía consigo».
Cuando los romanos llegaron a Euskal Herria, ya poco antes del inicio de nuestra era, las particularidades del país fueron expuestas por sus cronistas sobre la base de distintas tribus que habitaban un extenso territorio. Los vascones (navarros) serían, entre ellas, los más numerosos, aunque las referencias siempre parten de hipótesis más que de datos comprobados. No hay números, como es obvio, aunque algunos historiadores y sobre las fuentes que otorgaron diversas lápidas, apuntaron que la esperanza de vida de la Navarra romana era de cincuenta años, una cifra extraordinaria, teniendo en cuenta que la de los ciudadanos del Imperio en otros lugares era justo de la mitad. Esta longevidad provocaría una expansión vascona, hecho comúnmente admitido por los historiadores, que llevaría a sus gentes hacia las cuencas del Ebro, Garona y Aturri. Las invasiones posteriores de visigodos y los tres siglos constantes de hostilidades con ellos, hace pensar que la densidad de población en Euskal Herria era lo suficientemente importante como para aguantar semejante presión guerrera.
La inmigración vasca, presente en todas las crónicas y hacia Castilla, Aragón y Catalunya, estaría pareja a la saturación de zonas como Estella e Iruñea, verdaderos centros políticos y económicos de la Euskal Herria de entonces. Es indudable que la mayoría de la población vasca se concentró en el incipiente Reino de Nafarroa. A mediados del siglo XIII cuando el Viejo Reyno estaba en su mayor eclosión demográfica, su población era de al menos de 23.331 fuegos, sin incluir los nobles y los clérigos que sumarían otros 30.000 fuegos. La villa más poblada era Tudela con 1.427 fuegos, seguida de Iruñea con 1.249, Estella con 1.127 y Olite con 1.100. En la Edad Media se conocía por fuego al vecino que tenía una casa en la que se suponía habitaban entre cuatro y cinco personas.
Sin embargo, y a partir de esta época, la peste sería el elemento principal a la hora de frenar el desarrollo demográfico. Las muertes masivas a consecuencia de la peste asolaron Euskal Herria, en especial Nafarroa que era la zona más poblada, siendo el freno por excelencia al crecimiento. En el siglo XV, Bizkaia se acercaría a los 70.000 habitantes, mientras que Araba y Gipuzkoa no pasarían de los 60.000. Nafarroa fluctuó entre los 90.000 habitantes del siglo XIV y los 150.000 del siguiente. De cualquier manera son cifras estimativas, ya que los censos municipales son relativamente recientes. Entre el siglo XVI y el siglo XVII la población vasca pasaría por una etapa de regresión, con la excepción de la costa guipuzcoana que experimentó un notable aumento.
En el siglo XVIII, la población de Hegoalde pasaba ya del medio millón de habitantes, cifra que superaba en 150.000 personas la de tres siglos antes. Apenas hay datos sobre Iparralde, en donde los únicos fidedignos pertenecen ya a 1841, en el siglo XIX, y que apuntan a 162.000 habitantes. Luego llegó la explosión demográfica de Bizkaia junto al despunte de su industria metalúrgica que modificó las pautas milenarias. El viejo Señorío se convirtió en la zona más poblada del país, desbancando a Nafarroa que lo había sido hasta entonces desde la llegada de los romanos al comienzo de nuestra era. En el siglo XVIII, la esperanza de vida del país estaba condicionada por la calidad en la existencia diaria, dependiendo de las zonas. Mientras que en la franja costera, los ciudadanos alcanzaban los 56 años, siendo habitual encontrarse con ancianos de más de 70 años, en el interior y en Araba y Nafarroa, las cifras de longevidad descendían de manera notoria. La soltería así como la edad tardía para contraer matrimonio y el nacimiento de hijos ilegítimos era, asimismo, una de las características de la población vasca, al estar bastante por encima de las medias de los pueblos vecinos. Tradicionalmente, la población femenina ha sido, también, muy superior a la francesa o la española, ya que a cada cien mujeres vascas correspondían 90 hombres.
Estos hombres y mujeres que habitaron el territorio vasco se alimentaron de manera diversa a lo largo de su historia. La cantidad de viandas que conocemos en la actualidad no tiene nada que ver con otras épocas. Durante siglos, el campo y el caserío daban siempre los mismos productos. El sur de Nafarroa y Araba ofreció trigo, vid, cebada, centeno y olivo, mientras que el resto del país se alimentaba de castañas nueces, avellanas o mijo. La sidra y el vino han sido las bebidas nacionales hasta bien entrado el siglo XX.
Algunos cronistas romanos afirmaban que los vascos comían exclusivamente carne de cabra y pan de bellota. Estrabón decía que eran sobrios en el comer, alimentándose de cerdo y de frutas, bebiendo cerveza de cebada, llevando ropas oscuras, durmiendo en el suelo y dejándose crecer el cabello.
A este respecto, Navarro Villoslada afirmaba que «el antiguo vascón, ágil, robusto, de tez morena y rizada cabellera, llevábala tendida por los hombros, desdeñando como sus vecinos los francos, toda la defensa para la cabeza, aún en tiempos de guerra ya al entrar en combate. Las mujeres solteras, por el contrario, usaban el cabello corto, cubriéndose con tocas de color, al revés de las casadas que dejaban caer sus trenzas por la espalda y se tocaban de blanco. De esta costumbre de cortarse el cabello la soltera, le vino el nombre de motza, que tiene el doble significado de moza y mocha, en castellano».
En la Edad Media, el primer viajero que hizo una descripción exhaustiva de los vascos fue el peregrino francés Aymeric Picaud que llegó a Euskal Herria en el año 1140. Decía Picaud de los vascos de Iparralde que «este país habla un lenguaje bárbaro, es selvoso, montañoso, carece de pan, vino y demás alimentos materiales, pero está provisto de manzanos, garbanzos y leche». A los vascos de Hegoalde les llamó navarros y de verdad que su descripción fue arrasadora: «Los impíos navarros no solamente acostumbran robar a los peregrinos de Santiago, sino montarse sobre ellos cual si fuesen asnos y matarlos. Visten al uso de los escoceses, de paños cortos y negros, que bajan solamente hasta las rodillas, y usan calzado que llaman abarkas, hechas de cuero peludo. Visten feamente y feamente comen y beben... Si les vieses comer les equipararías a los puercos y si les oyeras hablar, te acordarías de los perros cuando ladran pues hablan un idioma bárbaro. Cuando entran y salen de la casa silban como el milano; y cuando sin estrépito quieren convocar a sus compañeros en lugares secretos o solitarios con propósitos de rapiña, o cantan como el búho, o aúllan como el lobo».
La Crónica Gerundense del siglo XV afirmaba que los vizcainos nada veneraban y llamaban a los cristianos cultores, considerándolos como gente extraña. En esta época, otros viajeros decían que la alimentación de los habitantes de Euskal Herria era siempre la misma: un cazuela de berzas con puerros y tocino. Pierre Lancre, un inquisidor francés que viajó a Lapurdi en 1609, dejó escrito un libro del que su compatriota Michelet diría «Jamás los vascos fueron mejor caracterizados que en el libro de Lancre». El inquisidor que mandó a la hoguera a más de un centenar de mujeres y niños decía que Euskal Herria era «un país de manzanas, sus mujeres sólo comen manzanas, no beben más que jugo de manzanas y en cualquier ocasión están dispuestas a morder la manzana de la transgresión, pasando por encima de la condena de Dios y franqueando la prohibición de nuestro primer padre. Son Evas que seducen voluntariamente a los hijos de Adán, y desnudas en la cabeza, viven en las montañas en absoluta libertad e ingenuidad como lo hacía Eva en el paraíso terrenal».
El español Jovellanos escribía en el siglo XVIII de los vascos que «los hombres visten camisas bien limpias, calzón de lienzo o de paño, justillo atacado sin mangas, de bayeta o estameña. En la cabeza sombrero o montera achatada en lo alto... Allí es de ver un pueblo entero, sin distinción de sexos ni edades, correr y saltar alegremente en pos del tamboril, asidos todos de las manos ¡Cuán fácil no fuera, con sólo extender tan sencillas instituciones, lograr los mismos inestimables bienes en otras provincias!».
Esta sociedad que describían los viajeros extranjeros ha sido, hasta el siglo XX, una sociedad rural. El medio conservó cultura y lengua como no lo hizo en ningún otro lugar de Europa. Sin embargo, con el siglo XX la población vasca se convirtió en urbana en un porcentaje que llega hasta el 85% según herrialdes, siendo uno de los más altos de Europa. En Iparralde, el 65% de su población se localiza en la costa y más concretamente en el núcleo llamado BAB (Baiona-Angelu-Biarritz) que supone más del 45% de los habitantes del norte vasco. A pesar de estos datos, Euskal Herria no ha sido un pueblo de tradición urbana. Por eso, muchas de las pautas de la ciudad vasca, tienen su substrato en el medio rural, aunque la modernidad se ha tragado gran parte de los viejos códigos. En Hegoalde y antes de la Guerra Civil, Bilbo tenía 300.000 habitantes, Donostia 80.000, Iruñea 45.000 y Gasteiz 42.000. Hoy, Bilbo se acerca al medio millón de habitantes, mientras que las otras tres sobrepasan los 170.000 habitantes. Baiona supera los 50.000.
Durante siglos, la vida económica del país estuvo centrada en el campo, en el mar a través de la pesca y en las ferrerías. El caserío ha sido el marco de referencia de supervivencia desde tiempos inmemoriales. El pueblo vasco también fue, tradicionalmente, un pueblo ganadero. La ganadería obligó a la creación de rutas de transhumancia. Pero la actividad central estuvo marcada por la agricultura. Desde el siglo XIII, el escenario agrario fue evolucionando racionalmente, especializándose tal y como ocurría en otras zonas de Europa. En el siglo XVII, el mijo, básico en la alimentación, fue sustituido por el maíz llegado de América (que por cierto en euskara tomó el mismo nombre de artoa).
La pesca, en la que los arrantzales vascos llenaron tantas páginas de la historia, comenzó a ser una actividad boyante a partir del siglo XI. Hasta entonces, las costas vascas estaban escasamente pobladas y a merced del saqueo de las continuas incursiones normandas y vikingas. La caza de la ballena del Golfo de Bizkaia, y más adelante del bacalao en Terranova, fue la base económica para el desarrollo de buena parte de Bizkaia, Gipuzkoa y Lapurdi.
El comercio que nació con la creación y poblamiento de las villas, se desarrollaría a través de gremios, hermandades y cofradías, no sólo de burgueses, sino de artesanos agrupados según su función laboral. Los primeros centros de comercio vasco nacieron en Araba y Nafarroa, al amparo del transitado Camino de Santiago. Simultáneamente se abrirían rutas hacia los reinos de Taifas árabes o hacia los reinos cristianos. Los puertos de la costa, por su parte, participarían en la exportación excedentaria de lana y de la importación de los paños europeos.
La industria vasca, hasta la segunda mitad del siglo XIX en Bizkaia y hasta el XX en el resto de Hegoalde, estuvo centrada, en su casi totalidad, en las ferrerías. Estas, que en su momento de máximo explendor llegaron a ser unas cuatrocientas, estaban distribuidas en todos los herrialdes del país, aunque con mayor presencia en Bizkaia y Gipuzkoa. La importancia de las ferrerías queda expuesta con los análisis efectuados por diversos historiadores y que apuntan a que entre el 5 y el 12% de la producción del hierro europeo de la Edad Media se realizaba en Euskal Herria. El suelo rico en hierro y los frondosos bosques que proporcionaban la madera para el carbón, o el agua que movía los molinos, fueron los elementos naturales que propiciaron el nacimiento y la expansión ferrona. Las ferrerías fabricaron todo tipo de herramientas destinadas a la agricultura, pero también materiales destinados a la construcción de barcos y a preparar la guerra.