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Marihuana medicinal: un poco de cautela

12 December, 2013, 16:00 PM
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Al igual que el resto de las personas que han trabajado durante décadas para garantizar que se permita a la marihuana – con todo lo que tiene que ofrecer – ocupar el lugar que le corresponde en nuestras vidas, me he sentido muy alentado por la rapidez con la que está aumentando la comprensión de que la marihuana puede ser un medicamento seguro y versátil.  Además del alivio que ofrece a tantos pacientes con toda una serie de síntomas y síndromes (y casi sin excepción por un coste inferior – tanto en toxicidad como en dinero – que los medicamentos convencionales a los que sustituye), la marihuana proporciona a estos pacientes, a las personas que les cuidan y a sus allegados una oportunidad de ver por sí mismos lo provechoso e inofensivo que es su uso.  Ha sido difícil inculcar esta idea, pero creo que en la actualidad existe la creencia generalizada (excepto por parte del gobierno de los Estados Unidos) de que la aplicación de la marihuana herbal como medicina es algo permanente.  A diferencia de lo que sucede con casi todas las demás medicinas modernas, el status de la marihuana como medicamento está sustentado sobre una evidencia anecdótica.  Desde mediados de los años 60 del siglo pasado, los nuevos medicamentos han recibido la autorización oficial tras una serie de extensos ensayos doble ciego, cuidadosamente controlados; trayecto que también podría haber seguido la marihuana si no se la hubiera incluido en la Clasificación I de la ley estadounidense de sustancias controladas (Controlled Substances Act) de 1970, que hizo imposible que se pudieran llevar a cabo los ensayos exigidos para la autorización por la agencia para el control de alimentos y fármacos de los Estados Unidos (FDA – Food and Drug Administration).  La atención que se presta a la evidencia anecdótica es mucho menor que en el pasado, pero, sin embargo, es la fuente de gran parte de nuestros conocimientos sobre medicinas sintéticas y derivados vegetales.  No se necesitaron ensayos controlados para reconocer el potencial valor terapéutico del hidrato de cloral, los barbitúricos, la aspirina, el curare, la insulina o la penicilina.  También existen numerosos ejemplos más recientes del valor de la evidencia anecdótica.  Así, fue de esta manera cómo se descubrió la utilidad del propranolol en el tratamiento de la angina y la hipertensión, del diazepam para el status epiléptico (un estado de crisis epilépticas continuas) y de la imipramina para la enuresis infantil (orinarse en la cama), a pesar de que originariamente estos fármacos habían sido aprobados por las autoridades reguladoras para otros fines.

Hoy en día, la recomendación, emitida por un médico o no, de usar marihuana para tratar una señal o un síntoma determinados está basada casi exclusivamente en evidencia anecdótica.  Consideremos por ejemplo el caso de un paciente al que se le ha diagnosticado la enfermedad de Crohn, pero al cual las medicinas convencionales (o incluso en algunos casos la cirugía) apenas le ofrecen alivio, y que sufre de graves calambres, diarrea y pérdida de peso.  Su médico, conocedor del cannabis y que está al tanto de la convincente literatura sobre la evidencia anecdótica que sugiere que el cannabis es bastante beneficioso en este síndrome, no dudaría en recomendar a este paciente que probara a usar marihuana. Podría decir: «Mire, no estoy seguro de que esto vaya a ayudarle, pero en la actualidad hay un número considerable de casos en los que la marihuana ha sido muy beneficiosa en el tratamiento de los síntomas de esta enfermedad, y si la utiliza de la manera adecuada no le perjudicará en absoluto; así que le sugiero que lo intente, y si funciona, perfecto, y si no… por lo menos no le habrá perjudicado».  Si se sigue este consejo y funciona para este paciente, este informará de que – efectivamente – el consumo de marihuana ha eliminado los síntomas y que está recuperando su peso; o de que en su caso no está funcionando, pero que no está ni mejor ni peor de lo que estaba antes de empezar a probar la marihuana. Especialmente en los estados que han dado cabida al uso de la marihuana como medicamento, esta clase de interacción es habitual. Dado que el uso del cannabis como medicamento es tan benigno en comparación con la mayoría de los medicamentos convencionales con los que compite, los médicos mejor informados tienen menos dudas a la hora de recomendar que se intente.

Uno de los problemas para aceptar un medicamento exclusivamente sobre la base de evidencia anecdótica – en especial si se trata de una medicina cuyo perfil de toxicidad es menor que el de la mayoría de las medicinas que se venden sin receta – es que se corre el riesgo de que se venda en más casos de los necesarios.  Por ejemplo, actualmente se recomienda para muchos tipos de dolor, algunos de los cuales no responden a sus propiedades analgésicas.  No obstante, en este caso, un intento fallido de utilizar marihuana no es un problema grave; y al menos, tanto el médico como el paciente han aprendido que el analgésico menos tóxico de los disponibles no funciona para este paciente con este tipo de dolor.  Lamentablemente, este tipo de pruebas no son siempre benignas.

En la edición de enero de la revista americana High Times, Steve Hager publicó un artículo «Rick Simpson’s Hemp-Oil Medicine» (la medicina de aceite de cáñamo de Rick Simpson), en el cual ensalza las virtudes que posee de cara a la curación del cáncer una forma concentrada de marihuana, desarrollada por un canadiense como «aceite de cáñamo».  Por desgracia, la evidencia anecdótica en la que se basa la capacidad de curar el cáncer no resulta convincente, y al no ser convincente se plantea un problema de orden moral.

Aparentemente, Simpson, que no tiene ninguna formación médica o científica (abandonó la escuela en el noveno grado, es decir a los 14 o 15 años), no requiere que un candidato a su tratamiento cuente con un diagnóstico firme del tipo específico de cáncer, diagnóstico que se suele conseguir a través de biopsias, exámenes macroscópicos e histopatológicos, radiología y datos clínicos y de laboratorio.  Por lo visto, Rick Simpson acepta la palabra de sus «pacientes».  Además, una vez dado el tratamiento de «aceite de cáñamo», al parecer no existe ningún seguimiento clínico o de laboratorio; según parece, Simpson acepta la creencia del «paciente» de que este está curado.  De acuerdo con Hager, Simpson afirma que alcanza una tasa de curación del 70%.  Pero, ¿70% de qué?  ¿Todas las personas que «trata» con el medicamento de aceite de cáñamo tienen un cáncer diagnosticado médicamente y bien documentado o una serie de síntomas que él o el paciente han deducido que implican la presencia de cáncer?  ¿Y cuál es la naturaleza y duración del seguimiento que le permitiría llegar a la conclusión de que ha curado a un 70%?  Por otro lado, ¿incluye esta población de «pacientes con cáncer» a aquellas personas que ya han seguido un tratamiento terapéutico (tal como cirugía, radiación o quimioterapia) de los que es sabido que consiguen curar ciertos cánceres o mantener a raya a otros, a veces por largos periodos de tiempo?

Hay pacientes que cuentan con un buen diagnóstico médico de cáncer presintomático (como el cáncer de próstata en su etapa inicial), pero que, por una u otra razón, rechazan el tratamiento alopático y buscan desesperadamente otros métodos.  Estos pacientes están más que deseosos de creer que un nuevo tratamiento, como la medicina de aceite de cáñamo, ha curado su cáncer.  Lamentablemente, este cáncer que era asintomático en el momento de ser descubierto, pasará con el tiempo  a ser sintomático y, a esas alturas, la posibilidad de sanar habrá disminuido considerablemente, o habrá dejado incluso de ser un objetivo posible.

Tomé conciencia de esta lección cuando la Sociedad Americana del Cáncer me propuso, durante un periodo al inicio de mi carrera médica en el que estaba llevando a cabo estudios sobre el cáncer, que participara en una investigación sobre un hombre que afirmaba que una hierba concreta, descubierta por su abuelo, curaría el cáncer.  Puede localizar a dos mujeres que disponían de diagnósticos bien documentados de cáncer cervical en estadio inicial (asintomático), que, en lugar de operarse, habían decidido ir a Texas y tomar la «medicina».  Cuando las conocí por primera vez, algunos meses después de que cada una de ellas hubiera tomado la «cura», ambas estaban convencidas de que estaban curadas del cáncer.  Con mucho esfuerzo logré convencerlas de que dejaran que nuestra unidad de cirugía realizara nuevas biopsias, que revelaron en ambos casos un avance en el proceso patológico en comparación con las biopsias iniciales.  Entonces, las dos aceptaron someterse a la operación que antes habían temido e, indudablemente, gracias a ello salvaron sus vidas.

No cabe duda de que en la actualidad el cannabis puede desempeñar algunos papeles no curativos en el tratamiento de esta enfermedad (o enfermedades), ya que a menudo es útil para enfermos de cáncer que sufran de nauseas, anorexia, depresión, ansiedad, dolores o insomnio.  No obstante, y a pesar que cada vez es mayor la evidencia obtenida de estudios con animales de que el cannabis puede reducir el tamaño de las células cancerosas e inducir otros prometedores efectos beneficiosos en algunos cánceres, en estos momentos no existen pruebas de que cure ninguno de los numerosos y diversos tipos de cáncer.  Creo que llegará el día en que se demostrará que el cannabis, o algunos derivados del cannabis, tienen propiedades curativas del cáncer, pero hasta entonces debemos ser muy prudentes respecto a lo que prometemos a estos pacientes.

Dr. Grinspoon

 

Por  Dr. Grinspoon.  El Dr. Lester Grinspoon es profesor emérito asociado de psiquiatría de la Universidad de Medicina de Harvard.

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